Cincuenta

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La pesadilla de anoche me ha hecho plantearme cómo estoy ahora. Hugo no es lo que estaba buscando y sin embargo apareció ahí, de la nada, completando la parte que estaba vacía en mi corazón. ¿Es él lo que yo esperaba encontrar cuando me topara con el amor? Quizá no. Pero el amor es lo que menos te esperas que sea. Y sucede cuando menos te esperas que suceda.

Como las clases en las que tengo exámenes no son hasta después del recreo, finjo ir a clase pero no llego a entrar en mi instituto, si no que me voy a la biblioteca a estudiar para sacar buena nota. Por suerte una de las bibliotecas, la más pequeña, está a dos manzanas de mi instituto, así que no tengo problema en ir andando hasta allí.

Sin embargo, por más que quiero no puedo concentrarme en los libros que tengo por delante. Tengo demasiada presión sobre mí como para que estudie más aún, y encima lo de la pesadilla de anoche, suficiente para que no pueda concentrarme.

>> —¡Dani! —exclamo—. ¡Dani, espera!

Dani se gira y al vernos a Álvaro y a mí corriendo hacia él, se para y nos espera.

—Vámonos, sonrisa de acero, que perdemos el autobús. —bromea. Echaré de menos lo de "sonrisa de acero" cuando me quiten la ortodoncia en unas semanas. Al menos no llegaré a los tres años como dijo el dentista.

Mi madre se ha quedado dormida y casi perdemos el autobús. Menos mal que aún no ha llegado. Los tres llegamos a la parada justo al mismo tiempo que el autobús frena frente a ella. Entramos, pasamos nuestros carnés del transporte público por la maquinita y nos buscamos un hueco entre la multitud.

Aún no han llegado los meses fríos, apenas llevamos unas semanas de clase, y el calor sigue abundando en el ambiente. Se nota, sobre todo, cuando tenemos que montar en algún autobús o ascensor. Esos sitios son terribles en meses cálidos.

El trayecto lo pasamos en silencio. Es demasiado temprano como para charlar. Hoy tengo mi primer examen de tercero de la ESO. Espero que tecnología se me de bien. Espero. Mi hermano y Dani están más tranquilos en este curso que en los anteriores, pero también es verdad que llevamos poco tiempo de clase.

Cuando llegamos a nuestra parada, en la esquina del instituto, se baja la mitad del autobús. Muchas madres llevando a sus hijos al colegio de enfrente y muchos adolescentes que van a mi instituto cogen el mismo autobús para venir aquí. Y todos a la misma hora. Es insoportable.

—Hola Dani. —una chica rubia con el pelo ondulado y casi por las caderas se acerca a mi vecino y le da un beso en los labios. Después le pasa una mano por detrás de la espalda rodeándolo y se lo lleva hacia el instituto dejándonos atrás.

Oh. Dios. Mío. Dios mío no. No me puedo creer que ya tenga otra chica. ¿No fue hace dos semanas, antes de empezar el curso, cuando se lió con otra? La verdad es que Dani ha cambiado mucho en los últimos dos años. No sólo ha cambiado en su forma de ser -ahora se preocupa más por sí mismo y por gustar a las chicas que por sus amigos-, si no que físicamente también ha cambiado. La pubertad está haciendo un buen trabajo con él. Ahora Dani está mucho más alto que yo, sus hombros son el doble de ancho de lo que eran antes, y el acné ha desaparecido por completo de su rostro. Mi vecino ha mejorado muchísimo.

Observo a Álvaro que evita mi mirada.

—¿Qué? —contesta al fin—. Yo tampoco sabía nada.

Entrecierro los ojos y sigo sin decir nada. Es mi mirada de decirle "te estoy juzgando".

—Vale. —responde alargando ambas sílabas. Pero, ¿qué le he dicho?— se llama Lourdes. Es un año mayor que Dani y lo conoció el viernes pasado en La Bohemia.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora