Quince

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Hugo se va a la barra a pedir mientras yo me quedo en una mesa. Cuando se da la vuelta me fijo en su trasero por casualidad. Dios, qué trasero. ¡Juro que ha sido casualidad! Fijándome en él como un chico y no como un profesor atrae mucho. Más que mucho, muchísimo. Desde la cola se gira y me guiña un ojo. ¿Por qué se hace querer de esa forma? ¡Jesús! De repente me vibra el móvil. Un mensaje de Vicky:

Dice Olivia que te encontrabas mal, ¿qué te pasa? ¿Estás ya mejor? ¿Sigue en pie lo de esta noche? Mejórate, guapa.

Y antes de que me de tiempo a contestarle que no hay fiesta, me llega otro, esta vez de Dani:

Elena, por favor, tienes que escucharme. Dime cuándo puedo verte hoy, vente a comer conmigo. Necesito hablar contigo, te necesito.

Qué estúpido si se piensa que le voy a contestar. Y mucho menos si cree que quedaré con él hoy antes de que vaya a ver a Andrea. Además, ni siquiera me creo este "te necesito" del final. Hugo ya está pidiéndole a la camarera nuestras bebidas. ¿Y si a Dani se le cruzan los cables y se trae a Andrea a su casa? Desde la ventana de mi habitación se ve su casa y no me apetece pasarme la noche comiéndome la cabeza. Sin pensármelo dos veces le contesto a Vicky diciéndole que estoy bien, que lo de esta noche sigue en pie y que ya hablaríamos.

—¡Cuidado que queman!

—¡Guau! Pensaba que sólo tomaríamos algo, no que comeríamos también.

En conjunto Hugo ha traído dos tazas con un líquido diferente cada una, dos muffins de chocolate con pepitas de chocolate y dos galletas grandes con pepitas de chocolate. Creo que Hugo quiere engordarme, y yo no pienso comer nada de eso. La única comida que engorde y que me permito comer forma parte de las chocomeriendas, y de las noches de pizzas. Dios, y las comidas en Tommy Mel's con mi hermano. Eso sí que son buenos almuerzos. Lo único bueno que le saco a que mi hermano sea un borde conmigo es que ya no vamos tan a menudo a Mel's, si no estaría como una foca.

—Oh, ¡vamos! Si son sólo las doce, hasta que llegues a tu casa te ha vuelto a entrar hambre.

—Tú lo que quieres es engordarme. —digo con una mirada acusatoria.

—Si no quieres me lo puedo comer yo. ¡Esta mañana no he desayunado!

Reímos.

—Bueno, ¿me explicas qué me has traído?

—Pruébalo. Pero cuidado que quema.

Lo miro con recelo. Cojo mi taza entre las manos, soplo un poco y pego un sorbo. Saboreo el café sin dejar de mirarlo. Me hace gracia la cara de Hugo: esa sonrisa de pillo mirándome es irresistible.

—¿Qué? ¿Te gusta?

—Sí, está bueno. —pego un sorbo grande—. ¿Qué es?

—¿Bueno sólo? Chica, ¡es mi bebida favorita! Si está sólo "bueno" no me caes bien. —dice frunciendo en ceño—. Es caffè mocca. —dice entre dientes.

Río para mis adentros. Vuelvo a saborear el café.

—Es mentira, tonto. Me encanta

Ruboriza. ¿Tonto? ¡¿Tonto?! Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Elena, estás colgadísima. ¿Llamarle tonto a un profesor? Dios, qué vergüenza. Hugo alarga el brazo y toma mi taza.

—¿Puedo?

—Claro.

Sin dejar de mirarme bebe de mi taza. Cuando termina cierra los ojos y saborea.

—Mmmm... Esto es el cielo.

—Estás loco, el loco del café. —le digo con una amplia sonrisa.

—"El loco del café", me gusta.

Río y me ruborizo. Qué tonto. Bueno, así que estamos arriesgándonos, ¿no? Pues habrá que arriesgarnos del todo.

—¿Puedo probar yo del tuyo?

—Por supuesto. Toma, es caramel macchiato. —responde, seguro.

Tomo su taza y bebo del mismo modo que él, imitándolo. Incluso cierro los ojos como ha hecho él minutos antes.

—Mmmmm... El cielo. —lo imito.

Suelta una carcajada y luego me mira con una sonrisa dulce.

—Eres especial, Elena, no dejes que nadie te cambie. —asegura.

Especial dice, si soy más simple que las instrucciones de un botijo.

—He dejado que me cambiaras tú. —me dedica una mirada de interrogación—. Antes estaba mal y ya no tengo ni fiebre. Te debo una.

Vuelve a reír. En el tiempo que llevo conociéndolo jamás lo había visto soltar tantas carcajadas. Tiene una risa muy dulce. Echo cuentas. ¡¿Tan sólo ha pasado una semana?! Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Se queda un rato observándome hasta que dice con una sonrisa: 

—Ahora sí que estoy seguro de que eres especial.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora