Nueve

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La bailarina de la fotografía irradia elegancia, felicidad y lo que menos me imaginaba: seguridad en sí misma. Creo que fue tomada en un teatro, por la oscuridad del fondo, y que hacía un solo. El traje que lleva es blanco con el torso como si fuera de... ¿Plumas? Sí, creo que sí porque la falda también imita a la pluma. Dejo atrás el traje y me vuelvo a fijar en su cara. No puedo olvidar la seguridad que se observa en su expresión aún llevando los ojos cerrados.

—No parece ella, ¿verdad?

Me giro de un sobresalto y encuentro al moreno de cejas anchas apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Está realmente sexy.

—Pues no, ni siquiera sabía que era ella —vuelvo a mirar a la bailarina—. Creo que ha sido por el flequillo —miro de nuevo a Jorge—. ¿Por qué lo dejó?

—Porque nos mudamos.

—¿No quiere seguir bailando aquí?

—Tampoco encuentra razones para hacerlo.

Las palabras de Jorge me dejan un poco sin nada que decir, y de hecho no digo nada.

—Abajo están las chicas, ¿vienes?— ríe y sigue hablando—. Me caes bien, Helen. ¿Te gusta que te llame Helen?

¿Se está quedando conmigo? Me paso toda mi vida sin que ningún chico se me acerque y de repente aparece el día de mirar a Elena, el día de declararse a Elena y el día de ligar con Elena. Pues creo que voy a convertir esto en el día en el que Elena se cansa de los días de Elena.

Ya está bien, ¿no? ¡¿No?! Creo que me he liado.

—No, no me gusta.

Salgo de la habitación de Claudia dejando a Jorge atrás.

—Elena, espera.

No me ha gustado la idea de que ligara conmigo gustándole a Vicky. Porque eso hacía, ligar, ¿no?

*******

—Uf, estoy muerta. ¿Qué hora es?

Dice Vicky tras echarse hacia atrás en el sillón rojo del salón. Tiene gracia porque siendo pelirroja ha elegido sentarse en el rojo. Vale, fuera chistes.

—Son las seis y media ya. ¿Queréis merendar?

Jorge contesta desde la cocina mientras bebe a morro un zumo de naranja dejando la puerta de la nevera abierta. Es la primera vez que lo veo desde que nos quedamos a solas en la habitación de Claudia. En la comida hemos estado nosotras solas porque él ya había almorzado antes que nosotras. Ni que decir queda que a Vicky se le iluminan los ojos cuando lo ve. Y más aún cuando le habla.Victoria se endereza en el sillón.

—Ahora que lo dices sí que tengo. ¿Qué tenéis? Madre mía, Jorge, no tenías ni que haberlo mencionado.

El moreno de cejas anchas ríe para sus adentros. Claudia a su vez se levanta con la elegancia propia de una bailarina de ballet profesional mientras se coloca el flequillo tímidamente. Ahora sí que es cuando entiendo su elegancia.

—¿Queréis unas pastas inglesas de chocolate? Nos las ha enviado mi padre.

—¿De dónde te las ha enviado tu padre?

—Nos las ha enviado de Inglaterra, desde Londres, pero no vive allí, sólo estuvo unos meses por trabajo.

Nos sentamos en la mesa de la cocina tras una invitación de Jorge con la mano. Éste se sienta a mi derecha y a la izquierda de Vicky. No sé por qué pero ninguno en esta familia quiere hablar de sus padres. ¿Qué narices pasa a aquí?

De repente noto que mi móvil vibra en mi bolsillo trasero del pantalón. Lo saco. ¿Mi madre? No lo creo, a estas horas debe de estar con Dimitri. Desbloqueo la pantalla y reviso el último mensaje recibido. Es de... ¡¿Dani?! Enrojezco rápidamente y echo un vistazo a los que están sentados a mi alrededor. Jorge está recogiendo la mesa y las chicas levantándose. Me levanto a la vez que Olivia y leo el mensaje:

Hola, nena, ¿sabes dónde está tu hermano? He ido a verlo para suavizar un poco y no está en tu casa, y tú tampoco. Me tienes preocupado. Llámame en cuanto puedas.

Mi corazón se dispara. Este chico cualquier día me mata de un infarto. Le envío yo un mensaje: 

En menos de media hora estoy allí. Te llamo cuando llegue y nos vemos. Por favor, que no te vea aún Álvaro. Un millón de besos

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora