El coche de Hugo aparca en mi puerta a las doce en punto. Qué puntual.
Bajo las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta. Echo un vistazo hacia la planta de arriba, por si alguien me ve irme, y como no veo nadie, salgo.
Anoche mi madre no habló casi nada en la cena; mi padre sigue ajeno a todo; y Álvaro y yo estuvimos charlando sobre cosas sin importancia: ni él ni yo confiamos en nuestros padres como para contar nuestras aventuras y desventuras delante de ellos.
Hugo me espera apoyado en la puerta del copiloto de su coche con unas gafas de sol como las de Edward Cullen en la película de Crepúsculo, a pesar de que hoy no es uno de los días más veraniegos, que digamos. Hoy está bastante sexy y me va a resultar difícil no pedirle que me bese, tal como pactamos en un trato el otro día: Hugo no me besa hasta que yo no se lo diga. De esta manera, cuando se lo pida, acepto que lo nuestro es real a pesar de que no esté bien.
Cuando llego a su altura, me abre la puerta como un caballero y me deja entrar. En el interior del coche suena Jason Derulo cantando The other side en un volumen demasiado alto para mi gusto.
Hugo entra en el coche después de cerrarme la puerta y me dedica una amplia sonrisa mientras baila con la canción.
—So tonight kiss me like it's do or die, and take me to the other side. —canta en un perfecto acento norteamericano.
Yo suelto una risita.
—¿Qué? —exclama—. Te digo en inglés que me beses y no lo haces, ¿te lo tengo que decir en español?
—Eres demasiado tonto para tener una veintena de años. —le digo con media sonrisa.
Hugo ríe a carcajadas mientras conduce.
—¿Sabe la princesa dónde vamos? —pregunta levantándome una ceja.
—No a menos que el príncipe se lo diga. —contesto en el mismo tono pícaro que él.
Hugo vuelve a reír y después, casi en un suspiro dice:
—Me encantas, preciosa.
Enrojezco. «Y tú a mí, precioso.»
Después de unos minutos conduciendo y de que Hugo me pida que cierre los ojos —cosa que hago con desconfianza—, por fin aparca.
—¿Dónde estamos?
—En tu reino, mi princesa.
Mi corazón comienza a palpitar a una velocidad incontrolable y mis piernas tiemblan cual patitas de Bambi. Jesús, este hombre es perfecto en todos los sentidos.
Abro los ojos y lo primero que veo es un montón de árboles que me tapan la vista y no veo nada más.
—¿Dónde estamos?
—A las afueras de la ciudad, en un bosque que encontré el otro día.
—Dios... —digo en un susurro.
—¿Te gusta? —me mira Hugo entusiasmado.
—Me encanta... —digo en un suspiro.
—Pues ven.
Sale de su puerta y yo lo hago por la mía rápidamente para seguirlo. Andamos un trecho entre los árboles hasta que llegamos a un claro donde hay una manta en el césped y una cestita con refrigerios sobre ella. Hay fresas, sandwiches, chocolatinas y cookies.
—Dios, Hugo, no me lo creo... —susurro—. ¿Lo has hecho todo tú?
—Ajá. —afirma rodeando mi cintura por detrás.
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Cartas para Irene
Teen FictionElena, a sus quince años, tiene los problemas típicos de su edad: deberes, chicos inmaduros, amigas y discusiones con su familia; y la única manera que tiene Elena para escapar de esa realidad es escribirle cartas a su hermana, Irene, que vive en el...