Cuarenta y Dos

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—¿Dónde vas? —me llama mi hermano desde las escaleras justo cuando voy a salir. 

—Voy a echar esta carta. —señalo el sobre que tengo en mi mano derecha.

—¿Otra? ¿Y tan tarde?

—Sí, Álvaro, otra. Esta es la última, te lo prometo.

—¿Y por qué tan tarde? —protesta señalando el cielo oscuro que de ve a través de la ventana que hay junto a la puerta.

—Porque necesito despejarme.

—¡Voy contigo! —exclama subiendo rápidamente las escaleras.

Al cabo de unos segundos, aparece con una sudadera Adidas encima del pijama. Esa sudadera es igual que la que llevaba Dani el otro día. Creo que fue idea mía regalárselas iguales.

—No era necesario que vinieses. —digo arrastrando las palabras una vez estando fuera.

—No te preocupes, así le damos una vuelta a Maika. —señala con la cabeza a la perra.

¿De dónde ha salido? Si antes no estaba ahí...

—Álvaro, te juro que estoy bien, no te preocupes.

—Te he oído llorar en la ducha, no has dicho ni una palabra desde la pelea y no has probado bocado en la cena, y eso que había canelones, con lo que a ti te gustan. —hace una pausa—. A Irene no sé, —apunta el sobre por segunda vez esta noche—, pero a mí no me engañas.

Suspiro. Tonta de mí si pensaba que iba a echar la carta tranquila después del revuelo que ha habido esta tarde. Mi madre no me ha dirigido la palabra ni para preguntarme si estoy bien, aunque yo tampoco lo haría sabiendo que no le voy a responder. En cambio mi padre ha pasado de la preocupación extrema examinando cada parte visible de mi cuerpo para buscar golpes o magulladuras, al enfado extremo castigándome sin móvil una semana y sin salir en tiempo indefinido, incluidas las Navidades. La bronca que me ha echado ha sido la peor de mi vida, y a pesar de todo eso, yo me he mostrado impasible y apática. No sé qué me pasa ni si esto es la depresión post-pelea, pero no me apetece nada. Ni siquiera me importa si veo estas Navidades a mis amigas ni a Hugo.

—¿Qué piensas? —pregunta Álvaro para acabar un poco con el silencio que reina entre nosotros.

—Nada.

—¿Cómo que nada? Si fuera tú me estaría arrepintiendo de lo que he hecho nada más por el castigo indefinido que te han puesto.

Le dedico una mirada a Álvaro de "no me digas".

Seguimos andando en silencio, más que nada porque a mí no me apetece decirle nada, yo lo que quería era ir al buzón y echar la carta tranquilamente mientras reflexiono.

—¿Por qué le dijiste eso a Dani? ¿De verdad lo pensabas?

—Álvaro, ¿quieres dejarlo ya? No es necesario que te portes siempre como el hermano mayor. —le espeto poniendo punto y final a la conversación.

Respiro hondo y adelanto algunos pasos dejándolo atrás. Echo la carta en el buzón y me vuelvo. Álvaro me espera unos pasos más atrás. No entiendo por qué no se ha ido y me ha dejado sola. ¿Acaso no le importa que le haya contestado mal? Álvaro se enfada con facilidad, no sé cuál es la razón por la que no lo haya hecho ahora.

—¿Qué haces? ¿No te enfadas?

—Debería. En otra ocasión lo hubiera hecho y lo sabes, pero sé que necesitas desahogarte y aquí estoy.

—Vaya... —digo después de parpadear un par de veces—. Estás madurando, Alvarito.

Mi hermano suelta una carcajada. No tengo ni idea de qué le ha hecho actuar así, porque estoy segurísima de que Laura no ha sido, ella sólo sabe sacar el lado oscuro de mi hermano. ¡Y no hay más que verlo! Ha pasado de llevar sudaderas de colores vivos y un flequillo que le tapaba toda la frente, a llevar chaquetas de cuero, Converses y un flequillo más rebelde levantado hacia arriba por las puntas.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora