Después de la pelea no me apetece quedarme más en el instituto y me marcho a casa pronto. Cuando estoy a punto de suplicarle a Ángeles que me deje salir, vuelvo a encontrarme con Hugo, que a veces da la impresión de que me está siguiendo.
—¡Hola, Elena! —este chico se merece un aplauso por no confundirme por primera vez con mi hermana. Hugo me mira con cara extrañada—. ¿Te pasa algo? Estás pálida...
—Hola, Hugo. Nada, es sólo que tengo un poco de fiebre e iba a pedirle a Ángeles que me dejara salir.
—A ver... —con ternura coloca sus labios en mi frente y tras unos segundos los separa. Suspiro. Es tan tierno, tan... paternal.- Sí, tienes fiebre. Has subido algunos grados.
—¡¿Grados?!
—Grados de Farenheit. —suelta una carcajada—. ¿Quieres que te acompañe a casa? No veo yo que te dejen salir sola...
Mi profesor mucho mayor que yo dice ¡¿qué?! Después de que Dani pase a un segundo plano no veo tan mal que me acompañe, ¿no? Además, si es sólo un profesor. Un profesor que es guapísimo, tiene unos ojos que hipnotizan, está fuerte, es sensible, adorable, y... ¿De qué hablábamos? Ah, ya.
—Gracias, Hugo, pero no voy a casa. Voy a la floristería de mi madre, a sólo un par de calles de aquí.
—No puede ser. ¿Es de tu madre la floristería esa grande que hace esquina? La que se llama... Fuck! —Guau. Nunca había escuchado a nadie soltar una palabrota en inglés. Y menos a Hugo. Dios, lo hace tan condenadamente sexy...—. Sí, esa que se llama "El jardín de Mairaiam". Creo.
Río. Es mi profesor pero sigue siendo neoyorquino y hay cosas que no sabe pronunciar ni de lejos.
—Si estamos hablando de lo mismo se dice "Miriam", y es el nombre de mi madre.
Reímos un rato hasta que dice:
—¿Qué más da? He conseguido que se te baje la fiebre y te he convencido para que vengas conmigo.
—No se me ha bajado la fiebre. —digo poniéndome la mano en la frente. En realidad sí que ha bajado algo pero no pienso decírselo—. Y no me has convencido, Hugo. Aún no te he dicho nada.
—Tú no, pero tus pies te han arrastrado detrás mía hasta mi coche.
Miro a mi alrededor y me percato de que realmente estoy fuera del instituto y al lado de un escarabajo tan verde como el color de sus ojos. ¿Qué tendrá este chico que tanto embruja? Ni siquiera me había dado cuenta del paseo hasta aquí. Me dedica una sonrisa traviesa.
—¿Quieres que te lleve a dar una vuelta y te despejas? Yo ya no tengo más clases en todo el día.
Y sin pensármelo dos veces:
—Hecho.
Me monto en el coche tras dejar la mochila en el maletero y al cabo de unos minutos conduciendo con Quién de Pablo Alborán sonando en la radio. ¿Entenderá Hugo la canción? Es muy bonita, y Pablo es el cantante favorito de mi hermana, pero ahora mismo no parece ser el mejor momento para esa canción, al menos para mí. Hugo aparca en la puerta de una cafetería Starbucks. Río fuertemente y lo miro.
—¿En serio, Hugo?
—¿Qué? Es lo más americano que he podido encontrar aquí.
—Estás loco.
—Maybe...
Y me guiña un ojo. ¡Dos palabras en inglés en un sólo día! Una de dos: O está cogiendo confianza conmigo, o lleva demasiado tiempo hablando español. Sea lo que sea, yo me decanto por lo primero. Entro en el edificio mientras Hugo me aguanta la puerta como un caballero.
—Estás de suerte: nunca he venido a un sitio de éstos. Ni siquiera sé si me gusta el café.
—¿Estás bromeando? —pregunta con los ojos muy abiertos.
—¡Para nada! De hecho, también es la primera vez que alguien tan guapo me lleva a algún sitio. —digo a modo de coqueteo.
Hugo ríe divertido y me ayuda a sentarme en una silla ¡Genial, Elena! Estás hecha toda una conquistadora.
—Si es cierto eso de que nunca has venido a un Starbucks, voy a hacer que tu primera vez sea inolvidable.
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Cartas para Irene
Teen FictionElena, a sus quince años, tiene los problemas típicos de su edad: deberes, chicos inmaduros, amigas y discusiones con su familia; y la única manera que tiene Elena para escapar de esa realidad es escribirle cartas a su hermana, Irene, que vive en el...