Treinta y Ocho

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—¿Qué haces? —pregunto al ver dónde ha parado el coche: en el centro comercial.

—Aparcar en el centro comercial.

—Ya sé qué estás haciendo. ¿No se supone que me llevabas a mi casa?

—¡Bienvenida a tu casa, princesa! —exclama señalando con sus manos el edificio.

Chasqueo la lengua.

—Hugo... —digo molesta.

Hugo resopla.

—Esa fiesta de la que hablabas, la del diecisiete...

—Sí.

—¿No decías que no tenías nada que ponerte?

Oh. Dios. Mío. Dios mío no. No me lo puedo creer. ¿No es esto con lo que todas las chicas sueñan? Hugo es perfecto. ¡Perfecto! No sé cómo pudo ser mi vecino mi primera opción.

Le doy un rápido beso en los labios y salgo del vehículo con una sonrisa tan ancha que dudo que nadie pueda borrarla. ¡Qué feliz soy!

—¡Eh! ¿Dónde vas así? —me pregunta Hugo con media sonrisa y señalando mi cuerpo.

Estaba tan feliz que no me había dado cuenta si quiera de que estaba aún mojada y que no podía entrar así, con la ropa húmeda. Ya no llueve, pero las nubes gris oscuro amenazan con arruinarme de nuevo el día.

Hugo abre el maletero y saca una sudadera verde que me tiende.

—Toma, póntela.

Me quito el jersey y me quedo con la camiseta blanca que llevaba debajo, luego me coloco la sudadera encima. La sudadera verde esperanza de The North Face me queda ancha, demasiado, y parece que lleve tres o cuatro tallas más.

—Me encanta. —opino sonriente sin dejar de mirar la prenda.

—Te la regalaba, pero no es mía, es de mi hermano.

—Jo... —farfullo—. ¿La tienes siempre en el coche?

—Claro. Nunca sé cuándo va a necesitarla mi novia. —Hugo me guiña un ojo.

Ay, ¡es que es tan perfecto!

—Venga, vamos.

Nos pasamos un par de horas entre tiendas paseando de la mano. Las empleadas no dejan de lanzarle miraditas a Hugo, pero él sólo tiene ojos para mí, o eso quiero creer.

La verdad es que Hugo, con su cuerpo escultural, su físico perfecto y su impecable sonrisa, no pegan para nada con una chica de quince años como yo, con mi estatura, mi pelo rubio oscuro de corte recto unos centímetros por debajo de los hombros y mi cara nada perfecta. Y menos aún si Hugo va bien vestido con su jersey y yo con la sudadera de su hermano, o mi cuñado.

—Quedan pocas tiendas ya y aún no he encontrado nada. —comento apenada.

—Eso es porque en ninguna tienda estaba ese vestido. —suelta Hugo de pronto apuntando al escaparate de una de las últimas tiendas que nos quedaban por visitar.

—Ese no creo que...

—¡No seas tozuda! —me interrumpe—. Pruébatelo.

Entramos en la tienda y un chico nos saluda después de lanzarle un par de miraditas a Hugo. Lleva el flequillo teñido de color azul eléctrico. Además, se ha delineado los ojos y parece que lleva máscara.

—¿Puedo ayudarles? —pregunta tras varias miradas que nos lanza de arriba a abajo.

—Sí. Ella quiere probarse ese vestido. —responde Hugo apuntando al vestido del escaparate.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora