Cuarenta y Tres

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Una vez en casa de Dani, dudo si llamar o no. Me paso plantada ahí en medio unos minutos hasta que decido que el frío de Diciembre ha calado bastante mis huesos por esta noche y decido llamar. Llamo un par de veces y nadie contesta, y no me extraña, seguro que me ha visto por la mirilla y se niega a verme. «Maldito Dani. Maldita Elena».

Insisto y pego una vez más, aunque antes del segundo golpe de nudillos en la puerta, ésta se abre dejando ver a un Dani con cara de pocos amigos al verme.

—Hola. —digo en un susurro que más bien suena a una súplica para que me responda.

—Claudia, vienen por ti. —dice volviendo la mirada hacia el salón.

—¡No! —grito desesperada porque me mire—. Ve... Vengo por ti. —balbuceo.

—No quiero volver a escuchar lo mierda que soy para ti así que, por favor, si vienes por mí, ya puedes irte.

Mis cejas se juntan empujadas por la tristeza de perder a mi amigo, o perderlo más de lo que lo había perdido. Ahora sé cómo se ha sentido al escucharme. Mis labios intentan articular palabra pero ningún sonido sale de ellos. Estoy a punto de echarme a llorar.

—Dani... —murmuro—. Por favor...

—Mira, Elena, —sale y cierra la puerta tras de sí para que no nos oigan y comienza a hablar lo más sereno que lo he visto en mi vida—, llevo mucho, ¡muchísimo!, tiempo queriéndote sin saberlo, adorándote sin saberlo. Eres más que mi mejor amiga, lo fuiste y lo eres. Sí, soy un capullo por pensar que no te quería o por darme cuenta de que lo hacía cuando vi que podía perderte. Soy un capullo también por no darme cuenta entonces de lo importante que era para ti, de que las oportunidades se acaban y de que las cosas tal como vienen, se van. Soy un capullo por todo eso, por seguir aquí cuando tú ya habías decidido de quién era tu corazón, y me arrepiento. No sabes cuánto me arrepiento, pero ahora que tú te has sincerado conmigo, no tengo otro remedio que apartarme. Me has hecho daño, más del que crees, pero también me has ayudado a que me diese cuenta de que no serás lo que fuiste. Ni tú ni nosotros. Lo siento.

Parece un adulto cuando habla. Parece Álvaro. Quizá aquí hayan madurado todos menos yo.

—Dani, te juro que no lo decía en serio. —suplico.

—Tal vez eso es lo que piensas, pero sabemos que sí, es sólo que lo dijiste hoy porque es cuando te salió. —dice encogiendo los hombros y metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros.

—No. —niego con la cabeza—. Dani, no pienso eso.

Dani cierra los ojos con fuerza y no los abre.

—Elena, déjame pasar página.

—¿Y si no te dejo?

—Entonces no estarías siendo justa con... tu novio. —le cuesta acabar la frase. Después suspira y abre los ojos.

Una lágrima cae por mi mejilla. ¿Por qué es todo tan difícil? «Todo no es tan difícil, eres tú, Elena. Tú haces las cosas más difíciles de lo que lo son.»

—¿Qué... qué vamos a hacer ahora? —tartamudeo. No quiero que me deje, no quiero estar sin él. Lo quiero.

—Nada. —dice Dani ajeno a lo que acabo de reconocer en mi propia mente—. Simplemente haremos como que el otro no ha existido nunca.

—¿Y Álvaro?

—Si al menos se me da la oportunidad de recuperar a otra persona más que perdí siendo un capullo, estoy dispuesto a hacerlo.

—La fiesta sigue en pie. —afirmo con la intención de que fuera una pregunta.

—Sí. —responde secante.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora