Suena el timbre de las tres y nos dirigimos a paso ligero hacia la puerta para salir del instituto. Al final voy a casa de Claudia. Seguimos a Claudia por la calle hasta llegar a un Volkswagen Golf de color azul. Quien quiera que sea el misterioso hermano de Claudia debe de gustarme porque los Volkswagen son mis coches favoritos. Claudia abre la puerta del copiloto y se cuela en el asiento a la misma vez que nosotras en el nuestro detrás de ellos. A mi me toca en medio.
—Este es mi hermano Jorge —se dirige a él—. Y Jorge, éstas son Olivia, Elena y Vicky.
Jorge se gira y nos saluda con la mano. Madre mía. ¿Es que ahora están todos los chicos guapos dispuestos a salir a la calle?
—No es por nada Claudia, pero me imaginaba a tu hermano de otra forma.
Ya está Vicky con sus comentarios. Tierra trágame.
—Siento si me imaginabas más guapo pero los príncipes azules van en corceles blancos, no en Volkswagens azules.
Reímos, algunas forzadamente, y yo pienso «¡Tierra trágame ya!»
—No me refería a eso, si no que al decirme que su hermano tenía coche te imaginaba más mayor. Lo siento por el comentario.
Vicky se sonroja y me atrevería a decir que le ha gustado el moreno de cejas anchas.
Jorge arranca el coche y nos lleva camino a casa de Claudia en silencio. Al menos en el interior del coche, porque en el exterior reina el caos: bocinas que no dejan de sonar, madres llamando a sus hijos a través de la ventanilla, estudiantes andando por la acera contándose cosas interesantes, macarras con su música del coche a todo volumen... ¿Coche? Es un teléfono móvil. Suena tan alto el chumba-chumba que lo he confundido con un coche. Por otro lado en el interior casi se puede palpar la emoción contenida de Claudia al tener amigas, la curiosidad de Olivia por verlo cara a cara, la incomodidad de Vicky tras su comentario y mis ganas de salir de ese coche y terminar el trabajo. Por parte de Jorge no puedo decir que exprese mucho, pero destacaría un poco de diversión. Al parecer le divierte llevar a cuatro adolescentes incómodas en su coche.
—Me gusta mucho tu coche. Los Volkswagens son mis favoritos y cuando tenga el carnet quiero uno.
Todas se giran para mirarme. Creo que ha sido el comentario más infantil que he dicho desde que estoy en cuarto. Y el primero en toda mi vida a un chico guapo. Jorge me mira a través del espejo retrovisor.
—La verdad es que a mi me gusta mucho también. Era éste o un Ferrari California rojo, aunque el dinero no me alcanzaba para ése.
Me dedica una media sonrisa a través del espejito y vuelve a mirar a la carretera. No puedo creer que arreglara mi comentario con una pequeña broma. Casi puedo notar la mirada fulminante de mi amiga la pelirroja a mi derecha.
—Entonces, —las cuatro lo miramos—, La morena se llama Elena, la castaña Olivia y la pelirrojita pecosa que me imaginaba mayor es Vicky, ¿no?
—No, Jorge. La castaña es Elena y la morena Olivia.
Vicky no sabe qué hacer. Primero me mira a mi y me dedica una mueca de burla al oír cómo el hermano de Claudia me llamaba castaña, y luego mira a través de la ventanilla para evitar mirar directamente a Jorge con los carrillos enrojecidos por segunda vez. Que yo recuerde, la única vez que ésta había enrojecido tanto era porque su primer novio la había llamado "mi gorda". Ahora me parece una horterada, pero cuando se empezaron, decir ese mote era lo más bonito que podía salir de la boca de alguien. Como a Dani se le ocurra llamarme eso le dejo de hablar.
—Aquí es donde vivo.
Llegamos a unos pisos del centro que por fuera parecen algo costosos. Más que nada por la presencia de tanto cristal y lo impoluto que aparece, y además por el jardín tan verde que lo rodea, a pesar de que no estemos en primavera. Jorge aparca justo al lado de la entrada al garaje, por la parte frontal del edificio.
Nos bajamos del coche y nos dirigimos a la puerta del portal, donde un hombre nos abre para que entremos ¿en serio tienen portero? Apostaría lo que fuese a que no he sido la única en pensarlo. Nos montamos en un ascensor tan grande que me da la impresión de que estamos en los del Corte Inglés, Claudia pulsa el botón de "ático" y acto seguido se cierran las puertas de éste.
—¿En serio tenéis portero?
Vicky ha sido la valiente en soltarlo.
—Claro. Y socorrista en verano para la piscina.
—¡¿Tenéis piscina?! -Decimos las tres al unísono.
Jorge se echa a reír y escribe algo en el móvil. Observo que Vicky echa una mirada fugaz algo triste a la pantalla del móvil de éste y luego vuelve a mirar a Claudia.
El piso de los hermanos se encuentra en el ático, justo encima de la novena planta. Al ser ático, tiene más terraza que vivienda, pero se compensa con una segunda planta. Nada más entrar, a las tres nos sorprende el salón tan perfectamente decorado.
—Me encanta... Parece sacado de una revista de decoración —dice Victoria.
Jorge y Claudia ríen.
—Aún así a nosotros nos sigue pareciendo vacío.
Mis amigas observan las fotografías en blanco y negro de Jorge y Claudia del pasillo y los cuadros que están colgados en las paredes del salón. Subimos todos las escaleras. Jorge entra en su un cuarto que supongo que será su habitación y nosotras dejamos las cosas en la habitación de Claudia. Es una habitación enorme, casi tan grande como el de mis padres y el mío juntos, diría yo, con una cama enorme también reinando en el centro. Apostaría a que es de agua, esta familia tiene toda la pinta.
—¡Esta cama es enorme! ¿Es de agua? —dice Vicky a la vez que se sienta en el borde de la cama y bota un par de veces. ¿Puede Oli leerme el pensamiento? Hola, Vicky. Sal de mi mente si estás ahora en ella.
—Pues sí. Mi madre siempre ha preferido las camas de agua a los colchones normales.
Hay también un escritorio de cristal con una silla de cuero blanco que lo acompaña. En el escritorio no hay mucha vida, sólo un Mac Apple y un par de libretas colocadas cuidadosamente una encima de la otra. También hay un altavoz y un iPod enchufado a él.
—Apostaría lo que fuese a que tienes un montón de vestidos bonitos ahí dentro. —Vicky se muerde el labio por su propia curiosidad.
Miro al lugar donde señala y encuentro un armario de madera blanca que ocupa todo un lado de la pared. Claudia sonríe y se ruboriza un poco.
—La verdad es que sí, pero encontrarás más zapatos, ¿qué número usáis?
—Treinta y nueve —dicen mis dos amigas al unísono.
—Qué pena, yo tengo un treinta y ocho.
—¡Como yo! —digo y acto seguido sonrío de oreja a oreja—. Me encantan los zapatos.
—¿Y a quién no?
Las cuatro reímos. Entonces Olivia se fija en una balda justo encima del escritorio que está repleta de libros. Entre ellos encuentran las del guapo Mario Casas "Tres metros sobre el cielo" y "Tengo ganas de ti" de Moccia, la saga de Crepúsculo, "Mírame y dispara" de un tal Neymar, no sé quién es, "Buenos días, Princesa" y "No sonrías que me enamoro" de Blue Jeans. Deduzco que Claudia es una romántica empedernida. Las chicas empiezan a hablar de la historia de un tal Raúl y una tal Valeria. No he leído nunca ese libro. Ninguno de esos me los he leído por el simple hecho de que son historias románticas que sé que nunca jamás se cumplirán así que prefiero no ilusionarme. Soy todo lo contrario a mi hermana. Me aparto un poco de ellas y sigo con mi inspección. Encuentro un cuadro grande justo encima de la cama. Es una bailarina de ballet en su posición final del baile con algunas flores a sus pies. Es muy elegante. Me fijo en el cabecero de madera blanca de la cama y veo que hay unas zapatillas de ballet rosas atadas por las cintas y colgadas en el cabecero, y bastante usadas además. Vuelvo a mirar el cuadro y me observo mejor la cara de la bailarina. Lo que pensaba, es ella.
—Oye, Claudia... —me giro y no las encuentro en la habitación. Entonces escucho risas en la planta de abajo. Vuelvo a girarme al cuadro y lo sigo observando.
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Cartas para Irene
Genç KurguElena, a sus quince años, tiene los problemas típicos de su edad: deberes, chicos inmaduros, amigas y discusiones con su familia; y la única manera que tiene Elena para escapar de esa realidad es escribirle cartas a su hermana, Irene, que vive en el...