Dieciocho

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Me paso la tarde haciendo deberes y estudiando, hasta que empieza a anochecer y yo comienzo a hacer hueco en mi habitación para que las chicas dejen sus sacos de dormir. Mientras recojo, abro Spotify y le doy al play dejando que suene una canción al azar. La canción que salta es ¿No podíamos ser agua? de Maldita Nerea. Recuerdo que la última vez que escuché una canción de este grupo fue cuando mi hermano la cantó el otro día en su habitación mientras tocaba la guitarra. Aquel día fue cuando Dani me dijo que me quería, bueno, cuando me mintió. Suelto un bufido y cierro el portátil cortando la canción. Me tumbo boca arriba en mi cama y miro al techo. Repaso mis sentimientos: Hugo me gusta. «No te gusta, te encanta», me corrijo. Pero es que Dani... Dani y yo tenemos una historia, tenemos un pasado.

Un nuevo bufido sale de mi boca y me incorporo para sentarme mirando al armario de mi habitación. Me miro en el espejo y suspiro. «Cómo ha cambiado tu vida en tan poco tiempo, ¿eh, Elena? La culpa la tienes tú. Si no existieras... »

Alcanzo un cojín de mi cama y lo tiro al espejo que se encuentra en la puerta del armario con la intención de acabar con mi reflejo. ¡Mierda! ¿Por qué las cosas son tan complicadas? Avril Lavigne, ahora entiendo cómo te tuviste que sentir para escribir la canción de Complicated.

Unos minutos después, mientras yo sigo repasando mis defectos en el espejo, se abre la puerta de la calle.

—¿Hola? ¡Ya estoy aquí! ¿Quién saca a Maika? —grita mi madre desde la entrada. Qué bruta.

Álvaro y yo abrimos la puerta de nuestras habitaciones al mismo tiempo. Mi hermano me dedica una mirada de asco arrugando la nariz y se vuelve mirando hacia el lugar desde donde provenía la voz de mi madre.

—Que la saque tu hija.

Acto seguido cierra la puerta de un portazo. Pongo los ojos en blanco y bajo a la entrada. Aprovecharé para echar la carta al buzón. Le coloco la correa a Maika enganchándola en una anilla del collar y antes de salir le suplico a todos los dioses que Dani no esté en su casa. Y espero que tampoco lo esté Andrea.

Cuando pasan unos minutos largos vuelvo con Maika sin encontrarme con Dani. Ya está oscuro. Suspiro. Pero entonces cuando me dirijo a mi casa, lo veo en la suya, la segunda casa de la derecha contando desde el final de la calle -la mía es la tercera de enfrente- en el camino que une la carretera con el garaje y me paro en seco frente a mi puerta. Está agachado trasteando la vieja Vespa verde agua de su padre, por ello no me ve. Supongo que estará arreglándola o algo. Lo que a mi me importa es que no hay ni rastro de Andrea.

¿Qué hace Dani ahí con lo oscuro que está? Siempre me ha encantado esa moto por la simple razón de que tiene el encanto de las de antes, algo que las de ahora no tienen. Sin embargo nunca he montado: Dani antes era pequeño para llevarla y cuando se sacó el carné, la moto ya no funcionaba.

Dani se incorpora para arrancarla y levanta un pie para pisar el pedal de arranque pero se queda a medio camino al verme allí plantada observándolo en medio de la calle con Maika sentada a mi lado. Nos quedamos unos segundos manteniéndonos la mirada hasta que decido irme sin decir nada, porque eso es lo que tenemos ahora: nada, por mucho que nos duela. Nada tenemos y de nada hablamos ni hablaremos, hasta que olvidemos. Entro en mi casa en silencio y bajo la atenta mirada de Dani. Cuando cierro la puerta tras de mí comienzo a darme cuenta de lo mucho que lo echo de menos aunque la pelea haya tenido lugar tan solo esta mañana. Me muero echándolo de menos. Y pondría la mano en el fuego por que él también lo hace.

*******

—¿Y no sabes por quién sientes algo más? —pregunta Oli. Yo niego con la cabeza.

Estamos las tres sentadas sobre un montón de mantas, cojines y sacos de dormir en el suelo de mi habitación comiendo unas pizzas antes de ver una película. Álvaro no ha aparecido en toda la noche ni para saludar, ni para robarnos una porción de pizza. Ni siquiera suena su guitarra. Por mi parte, en cuanto mis amigas llegaron lo primero que hice fue contarles lo de Dani, y justo después la cita del Starbucks y La bohemia sin decirles exactamente quién fue el que me llevó.

—¿Vas a decirnos quién es el chico del Starbucks?. —dice Vicky.

Vacilo un poco. ¿Se reirán mis amigas de mí? ¿Lo entenderán? Después de todo, hace tiempo que no tenemos conversaciones de este tipo. Y mucho menos de mis relaciones.

—¿Prometéis no reiros ni decir nada?

—Lo prometemos. —dice Vicky alargando la última 'e'.

Miro a Olivia esperando su promesa.

—Prometido. —acaba diciendo después de un largo suspiro.

—Es Hugo.

—¿Qué Hugo? ¿Hugo el Hugo cachas de segundo de bachiller?— pregunta Vicky atropelladamente y casi sin respirar. 

¿Tan increíble es que le interese a algún chico? ¿No era ese Hugo el primer novio de Vicky? Quizá se ha puesto nerviosa por eso...

—No, no. Hugo el... rubio de ojos verdes. El... nuestro.

—El único Hugo rubio de ojos verdes que conozco es el profe de informática. —apunta Olivia pensativa.

Yo no digo nada y me quedo mirando un cojín que tengo bajo mis pies. Es un cojín menudito y muy blandito con una margarita cosida en él. Me lo hizo mi abuela paterna por mi quintas o sextas Navidades. Es uno de mis cojines favoritos y de las cosas más bonitas que mi abuela me regaló -a veces los jerseys que nos cosía a Irene y a mí eran tan horribles que no éramos capaces ni de ponérnoslos en familia-.

—¡¿Qué?! Elena, ¿en serio?. —la efusiva Vicky, nunca falla.

—No puede ser... —murmura Olivia mirándome sin parpadear—. No puede ser verdad...

Esta vez levanto la cabeza y me encojo de hombros tímidamente.

—Eres una auténtica ligona, tía: dos chicos en una semana, ¡y dos guapos!

—La cosa es que no sé si seré capaz de olvidar a Dani algún día. Después de todo, aún no lo he hecho...

—Espera, espera, ¿es que todavía no has olvidado a Dani? —esta vez es Olivia la que habla. Me siento en un interrogatorio. Hace unos años, cuando las conocí, les conté que Andrea había sido mi amiga y las razones por las que dejó de serlo omitiendo el verano en el hospital, aunque siempre les dije que Dani era pasado.

—Sí, bueno, creo que se me olvidó mencionarlo antes.

Río con timidez. Acabo de abrirme a mis amigas y en el ambiente he notado cómo nos ha unido. Está claro que esto era lo que necesitaba si no quería perderlas como a...

—Eres una increíble zorra y no sabes la envidia que te tengo. —suelta Vicky con una seriedad que casi creo que habla en serio, hasta que empieza a reírse a carcajadas.

Después de un rato riéndonos y lanzándonos cojines las unas a las otras, Vicky es la primera que habla:

—La verdad es que yo también tengo un secreto: me... gusta el hermano de Claudia. Mucho.

—¡No me digas! Casi no lo habíamos notado, Vicky, eres toda una caja de sorpresas.

Digo con ironía. El cojín de la margarita aterriza en mi cara y de nuevo comenzamos otra guerra de cojines entre risas. Cómo echaba de menos esto.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora