Diez

478 29 1
                                    

Despues de 10 minutos rechazando la oferta de Jorge de llevarme y de 20 minutos entre autobuses por fin llego a casa; y lo primero que veo es a Dani sentado en los escalones de mi entrada.

—¿Qué narices haces tú aquí? ¡Y con el frío que hace! ¿Es que no tienes cabeza?

Digo mientras lo levanto tomándolo de la mano.

—Hola, nena, también me alegro de verte. —hago una mueca de disgusto ante su comentario—. Estaba esperándote.

—Podías esperarme también en tu casa, ¿no? Te dije que yo te llamaba.

—No seas idiota, anda. ¿Qué más dará?

Entramos en mi casa mientras Maika me da la bienvenida. Veo la casa vacía, cosa que me extraña ya que Álvaro siempre anda arriba con la guitarra o en su mundo. Maika corre a saludar a Dani quien se agacha a acariciarla. Por un momento siento envidia de mi perra.

—¿Álvaro? ¡¿Álvaro?! —grito escaleras arriba y me dirijo a Dani—. ¿No has visto a Álvaro?

Lo miro y me fijo en que se encuentra observando cada detalle del salón de mi casa mientras soba a Maika, como si quisiera memorizarlos.

—¿Qué haces?

—Intento quedarme con los detalles de esta casa que tanto me gusta por si no vuelvo a venir en mucho tiempo.

Lo golpeo levemente en el brazo y me río. Estúpido. Se pone en pie y la perra se va.

—¿Sabes que faltan tres semanas para el cumpleaños de tu hermano?

—Pues no. Va a ser que casi no me acuerdo porque soy una mala hermana con mala memoria, como mi madre, y se me ha olvidado completamente, hasta que por ti lo he recordado. Gracias. —digo sarcásticamente y él se ríe. Echaba de menos estar tan natural y tan "como siempre" con Dani.

—Nena, hablo en serio.

No puede ser. ¿Por qué me llama 'nena'? Dios, odio a Dani por gustarme y me odio a mí misma por lo mismo.

—Y yo también. —digo entre risas.

Bien, Elena, si sigues tranquila todo irá bien. O eso creo. Dani no puede evitar reírse conmigo mientras niega con la cabeza. Me siento en el sofá y hago ademán de invitarlo y digo divertida:

—Puede usted sentarse, señor.

Dani suspira y dice sin sentarse:

—Elena hablo de una fiesta. Una fiesta sorpresa en casa. Por su cumpleaños.

Su idea hace que abra lo ojos tanto que parece que he visto un fantasma. Dani está loco. Definitivamente. Me levanto del sofá de un salto.

—¿Estás loco o qué te pasa?

—¿Que qué me pasa? ¡Vamos, peque! —me coge de las manos— Es una idea genial, ¿no lo ves? Lo animaríamos y vería cuánta gente tiene a su lado aunque no tenga a Laura. —hace una pequeña pausa y continúa:—. Incluso puede que sea perfecto para pedirle perdón por todo.

Suelto sus manos y me cruzo de brazos.

—Dani, estás loco. Ni hablar, no pienso que montes una fiesta en mi casa.

Y en tono pícaro dice:

—¿Y quién habla de tu casa?

No sé cómo pero acaba convenciéndome para hacer una fiesta sorpresa en su casa y convirtiéndome en su cómplice. ¡Qué chico más pesado!

Nos pasamos casi media hora sentados en las sillas del comedor mientras me habla de quién estaría invitado, qué temática utilizar, quién se encargaría de la música y demás. ¿Cuánto tiempo lleva este chico planeando la fiesta? Incluso cuando me habla de ella sigo pensando que no sería una buena idea. Yo, por mi parte, en lugar de escuchar me paso la media hora perdida entre la oscuridad de sus ojos. Entonces suena un motor fuera y las luces de un coche entrar por las ventanas del salón. Mi madre. Se apagan las luces y el motor en ese orden y se abre una puerta.

—Álvaro, cielo, gracias por ayudarme a traer esas flores. No sabes lo que me hubiera costado traerlas yo sola.

Se abre otra puerta y se cierran ambas a la vez. Este fin de semana debe de haber boda porque mi madre solo trae flores a casa cuando tiene que hacer los arreglos para así ganar tiempo. Se supone que yo le iba a ayudar pero parece que esta vez se ha llevado a Álvaro. Supongo que porque yo no estaba. Vuelvo la vista a Dani que por un momento se calla. ¡Dani! Miro por la ventana del comedor hacia la puerta de casa. ¡Álvaro! Oh. Dios. Mío. ¡Dios mío no!

—¡Dani tienes que irte! Como te vea Álvaro aquí puede ser tu fin, te lo aseguro.

Dani se levanta rápidamente y corre mientras lo acompaño a la puerta de la cocina que da al pequeño patio de atrás. Qué americano todo. Antes de abrir la puerta se gira y me susurra:

—Prométeme que me ayudarás, Elena. —se oye el sonido de un manojo de llaves y Maika corre a dar la bienvenida.

—Dani, ya veremos. Vete, por favor.

Mi madre abre la puerta.

—¿Elena? Estamos en casa, hija. Álvaro, deja las flores en el comedor.

—Elena, por favor... —me susurra Dani agarrándome ambas manos con fuerza.

—¡Maldita sea! Dani te juro que te haremos esa dichosa fiesta aunque nos peleemos, ¡pero vete ya!

—Elena, hija, ¿dónde estás? —abro la puerta de la cocina y empujo a Dani a la calle. 

Éste sale y sin apartar la vista de mí y moviendo los labios sin hacer un ruido dice:

—Gracias, nena. Eres perfecta.

Y me guiña un ojo. Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Mis piernas tiemblan más que las patitas de Bambi y mi corazón parece que se me va a salir del pecho.

—¡Estoy aquí, mamá! Estaba en el patio. —entro de nuevo en la cocina y cierro la puerta. Ni siquiera sé cómo consigo moverme con tanto tembleque. En el exterior escucho las maderas de las vallas crujir cuando Dani se apoya en ella con una mano para saltarlas. Maldito Dani...

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora