Veintinueve

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Álvaro va por su parte a buscarla más allá del parque, odiándome, mientras que yo vuelvo a casa por si acaso le ha dado a mi perra por volver. La busco por toda la casa. Nada.

—Maika, por favor... —me siento en las escaleras que llevan al segundo piso. Me tapo la cara y empiezo a llorar.

Son incontables las veces que he llorado esta semana, pero no puedo más.

—¿Elena? ¿Qué haces?

Levanto la vista y veo a mi madre que llega de trabajar.

—Maika se ha escapado, mamá. —corro a abrazarla y llorar. Puede ser una madre horrible, pero en cosas como esta sigue siendo una madre.

—No te preocupes, hija. Sal a buscarla, yo espero aquí por si aparece.

Me aparta y se mete en la cocina. «Vale, mamá. Gracias por tus ánimos.» Pongo los ojos en blanco y corro de nuevo a la calle. Como no miro por dónde voy, me choco de frente con algo y me caigo al suelo.

Dimitri me tiende la mano para levantarme.

—Hola, Elena. Perdóname, te has chocado conmigo.

Dimitri y su cerrado acento griego. Jesús. Parece que en vez de pedir perdón esté ofreciendo un kebab de cordero.

—Ahora no puedo, Dimitri. Tengo que irme.

Lo dejo atrás y corro. ¿Qué hacía Dimitri entrando en mi casa? Espero que no haya más bodas este finde porque no pega nada. Nadie debería casarse en noviembre.

Busco y busco a Maika por todas partes. La llamo con mi voz de desesperación por encontrarla. Lloro hasta que no me quedan lágrimas. Corro hasta que mis pies no pueden más. «¿Dónde narices estás, Maika?». Me siento en el bordillo de la acera y me tapo la cara con las manos. Me odio. Me odio con toda mi alma. Es sólo mi culpa que se haya perdido.

De pronto me vibra el móvil con un mensaje de Álvaro:

Por aquí nada. ¿Dónde estás? Vente a casa, te espero.

Resoplando y con mi resignación, emprendo mi camino a casa arrastrando los pies. Tardo unos veinte minutos andando. Ni siquiera sabía que había llegado tan lejos corriendo. Dios, el camino se me hace eterno.

En la puerta de mi casa veo a Álvaro apoyado en la pared. Está escribiendo algo en el móvil. Cuando me ve, lo guarda y abre los brazos.

—Estaba a punto de llamarte a ver dónde estabas...

Yo, sin dudarlo, corro hacia ellos y dejo que me abrace. Con el corazón encogido lloro y lloro durante unos minutos. Entre nosotros solo hay silencio, nada de palabras. Álvaro sabe lo importante que es Maika para mí.

Nos quedamos abrazados todo ese tiempo, ni siquiera sé cuánto. Hacía mucho que no nos portábamos como los hermanos que éramos antes. Álvaro me mataba cuando se enfadaba, pero también mataba por mi cuando estaba mal. Él sabe que la única culpable de nuestro distanciamiento es Laura, pero el amor es ciego, o eso dicen, ¿no?

Me acaricia un par de veces el pelo y luego se aparta un poco, lo suficiente para mirarme bien la cara hinchada por las lágrimas. Con la manga de su sudadera azul marino de Hollister me limpia la cara.

—No llores más, ¿vale, Elenita? Si yo estoy aquí, ¿qué más te da lo demás?

Mi hermano dice esa última frase sabiendo lo que significa en realidad. Lo que en realidad significa es que me pide perdón por haberme dado de lado con Laura. Pero también es la frase que me dijo cuando pasó por primera vez lo de Andrea, Dani y lo de la anorexia que sufrí.

Antes de Laura, mi hermano no mataba por nadie excepto por Dani y por mí. Después, yo pasé a un segundo plano y me acerqué más a Irene que antes. Y Dani, bueno... lo de Dani y él ya es caso aparte.

Álvaro es el mejor, y no se merece nadie como Laura, se merece alguien como Claudia.

Le dedico una sonrisa a Álvaro de "He pillado el doble significado". Álvaro me da un nuevo abrazo, este más fugaz y fuerte, y luego me pasa un brazo por los hombros para llevarme dentro de casa. Yo sólo espero que no sea algo fugaz y que sea el que era antes de Laura, por favor se lo suplico. No aguanto más sin tener a ninguno de mis hermanos, que es prácticamente como estaba hasta ahora. Por primera vez en mucho tiempo, Maika no está para venir a saludar cuando entramos en casa.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora