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—Espero que te guste este lugar.

La dejé pasar primero. Nos recibió el frío en aquella pista de patinaje sobre hielo, hasta lo que sé la única que está en esta zona de Miami. Hay musica suave y una buena iluminación, poca gente por ser lunes, mediodía para ser exactos.

—Hay hielo en el piso— no era pregunta. Se inclinó hacia la pista, tratando de tocar el helado suelo.

—Te vas a ir de boca— la sujete por la espalda, sus mejillas estaban sonrojadas cuando me dio la cara—. Tu y yo, patinaremos— arrugó su cara con evidente confusión.

—¿Haremos qué?— me atrajo a ella por la cintura.

—Justo como esas personas que están dentro de la pista— como si la vida estuviera en mi contra cuando volteamos a ver alguien se cayó—. Algo parecido a eso, no planeo caer.

—Se ve peligroso para ti— ¿Para ella no?—. Y muy difícil para mi.

—Es tan fácil Laur, apuesto a que serás una profesional en cuestión de minutos— crucé mis brazos en su cuello—. Además, tendrás la mejor tutora de todas.

—¿Te caes como esas personas?— raramente lo hacía, ponía en duda mi respuesta, tengo casi tred años sin hacer esto. Lo que se aprende no se olvida, al menos que sea algo de matemáticas.

—No realmente— respondo con la verdad—. Haz esto conmigo, te prometo que será divertido— sus manos subieron hasta mi nuca, un poco más abajo de mis puntos.

—¿Puedes usar un casco? No quiero que te caigas por mi culpa y te golpees en la cabeza— sonreí antes de abrazarla, entendí a lo que se refería, no es que ella tuviera miedo, todo lo contrario, se veía muy entretenida, su preocupación era yo y lo que pudiera pasar.

—Eso no va a pasar, confía en mi, confía en ti.

No me costó convencerla después de todo, mientras ella decía lo peligroso que era y que ella no iba a aprender a hacerlo nunca yo la arrastraba para pedir dos pares de patines.

Estúpid9 chico de los patines que intentaba coquetear con mi niña salvaje, y ella como si nada siguiéndole la corriente, no le coqueteaba de vuelta, pero si respondía sonriente. Quería besarla para que ese chico tonto supiera que ella estaba conmigo, pero eso es muy inmaduro de mi parte, puedo controlar esto sin portarme como una celosa posesiva.

—No sé como amarrar los cordones— bajó la cabeza, imagino que apenada de no saberlo.

—Te enseñaré como me enseñó mi papá— me agaché, haciendo contacto visual con sus preciosos ojos—. Con cada mano tomas un cordón, haces una orejita— quedan como las de conejos—, otra orejita, los entrelazas, uno arriba y otro abajo, y el resultado es un lazo.

—Se ve muy simple.

—Vale, intentalo tu.

Lo logró al tercer intento, casi rindiéndose, pero al final lo consiguió y se aplaudió a ella misma, y lo más lindo fue que me dio un beso de agradecimiento. Me gusta hacerla aprender cosas si así va a agradecerme.

Caminaba muy gracioso con los patines, parecía un pingüino.

—Sostente de la barra— dije apenas puso un patín en el hielo, no quiero que se vaya de boca.

Al principio también entré agarrada de la barra, hasta que me di cuenta que sigo dominándolo como siempre. 

—Es resbaloso— dijo cuando intentó dar un paso y casi se cae.

—No lo intentes sola, vas a lastimarte. Esto es como correr en la playa, pisas y te impulsas para salir de la arena. Fíjate en mis pies.

Me lancé como tal al medio de la pista con mi mirada mayormente sobre ella, ella que me miraba con detenimiento desde la barra.

Mi Niña Salvaje  |  CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora