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Me encontraba en mi guardia nocturna. Al mirar la hora de mi móvil me di cuenta que amanecería en un par de horas 4:39. La mejor parte de manejar a estas horas es el paisaje espectacular que da un buen amanecer, ver ese momento entre la noche y el día, como una gran fusión, el espeso de las nubes que da como resultado una de las mejores cosas que puede ver el ser humano en su vida. En estos dos días navegando no he visto algún lugar para parar que llame mi atención, pero no pierdo las esperanzas, sé que el norte tiene algo grande para mi.

Disminuyo la velocidad para prepararme a ver el espectáculo, tomo la bolsa de papas fritas y me siento en la silla giratoria, me había comprado esta silla sólo por una razón, era lo máximo dar vueltas en esto hasta marearte, y jugar a las sillas choconas con Félix.

Checo la hora nuevamente 5:01. Ya casi empieza el espectáculo, el cielo ira cambiando su intenso azul cada vez por uno más claro. Debería despertar a Félix en uno de estos amaneceres para que trabaje con su cámara. Me gustan los amaneceres y el olor de la mañana. Le compraría toda su galería si su exposición fuera de estos amaneceres, y me daría crédito a mi misma, yo fui la de la idea después de todo.

Veo el cielo tornarse a un azul más claro. Es hora. Apago el motor del yate. Salgo de la cabina con mis papas fritas y voy hacia el frente del yate a sentarme, este es el asiento V.I.P.
Lanzo mis piernas hacia abajo sintiendo pequeñas gotas de agua que caen en mis pies por el choque de las olas, aspiré el olor del mar tan fuerte como pude.

Las estrellas ya no estaban. La aparición del Sol hacía su presencia. Esto era como ver fuegos artificiales de día, no, era mucho mejor. Del horizonte o más allá se asomó la primera circunferencia del Sol, siempre me planteaba en contar cuando tiempo pasaba hasta que se mostraba en todo su volumen y perfección, pero por alguna razón lo olvidaba. Millones de luces resplandecientes salieron de ella, un color naranja se mezclaba con las nubes. Si Félix no capturaba esto con su cámara yo iba a hacerlo. Algún día cuando encuentre algo más maravilloso que un amanecer.

Antes de darme cuenta ya el Sol había salido en todo su esplendor, iluminando todo el océano haciéndolo ver brillante. Levanté mi vista y seguí mirando al horizonte, esta vez fue diferente, algo llamó mi atención, algo que no pude ver en la madrugada. Estaba considerablemente lejos pero podía notar la cristalina que era el agua, lo que llamo demasiado mi atención, a esa distancia nunca podía distinguir nada.

Tomé la bolsa de papas y me levanté para dirigirme a la cabina a encender el yate. Lo pongo a todo lo que va para llegar más rápido a esa agua que estaba llamándome a lo lejos.

Estando lo suficientemente cerca eché un vistazo con mi binoculares. Se veía arena blanca al pie del agua. Si estaba en lo cierto había dado con una isla, una isla que donde tenía vista se veía preciosa. Aceleré de nuevo acercadome cada vez más.  Cuando llegué a una distancia donde podía apreciar la orilla mis pies picaban por bajar a explorar el lugar. No sé si esperar a Félix para bajar del yate.

—Al diablo con Félix— me dije a mi misma.

Tomé la mochila que preparaba para bajar a estos tipos de lugares. Con una botella de agua, algunas frutas, una linterna, una soga y una pistola de vengala. Me cersiore de que no estuviera tan hondo, no me importaba mojarme, lo que no quería mojar mi mochila con mis cosas de emergencia. Me bajé con cuidado, el agua era tan clara y pura se veía como un agua mágica, no sé como se ve el agua mágica pero este puede ser un ejemplo. Ni siquiera existe agua mágica. El agua me llegaba a la altura de la cintura, la arena se sentía como pequeñas cosquillas en mis pies, era hipnotizante la vista que se proyectaba al frente.

Me colgué mi mochila y caminé, cada vez la imagen de esa deslumbrante isla estaba más cerca. No me sentía así desde mi primer viaje, con esa presión en mi estómago de la emoción. Mis pies descalzos pisaron la blanca arena, seguía algo fría por la noche. Cogí con mi mano un puño de esa arena y la pase por mi nariz, no es que me la pasará oliendo arena, pero esta olía increíble, como los buenos días de verano.

Mi Niña Salvaje  |  CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora