Yo estaba completamente alucinada. ¿Por qué me contaba Nora todo aquello? ¿Y si iba a la policía? Pedí otra copa, casi segura de que Nora se lo estaba inventando todo y de que aquel era el intento de seducción más absurdo que había visto jamás.
Yo ya conocía a la hermana menor de Nora, porque una vez vino a visitarla. Se llamaba Hester y se dedicaba a las ciencias ocultas, y dejaba a su paso una estela de hechizos y amuletos con plumas y huesos de pollo. A mí me parecía solo una versión heterosexual y bruja de su hermana, pero al parecer era amante de un importantísimo capo del tráfico de drogas de África Occidental. Nora me dijo que había viajado con Hester a Benin para conocer a aquel hombre, que respondía al nombre de Alaji y se parecía enormemente a MC Hammer. Se alojó en el complejo donde él vivía, se sometió los conjuros de un «doctor-brujo», y ahora la consideraban su cuñada. Todos aquello sonaba oscuro, espantoso, terrorífico, salvaje... e increíblemente emocionante.
No podía creer que ella, la guardiana de unos secretos tan horribles y seductores, me estuviera haciendo todas aquellas confidencias.Era como si al revelarme sus secretos Nora me hubiese ligado a ella, y así empezó un cortejo secreto. No se podía decir que Nora fuese una belleza clásica, pero tenía ingenio y encanto en cantidad, y era una maestra en el arte de hacer que todo pareciese fácil. Y además, siempre he sentido debilidad por la gente que me viene detrás con decisión. Su seducción fue persistente y paciente.
A lo largo de los meses que siguieron nos fuimos uniendo cada vez más, y me enteré de que muchos tipos de la localidad a los que conocía trabajaban en secreto para ella, algo que me resultó tranquilizador. Yo estaba subyugada por la aventura ilícita que encarnaba Nora. Cuando ella se iba a Europa o al sudeste asiático durante un largo periodo de tiempo, yo me trasladaba a su casa para cuidar a sus amados gatos negros, Edith y DumDum. Ella llamaba a horas extrañas de la noche desde el otro lado del mundo para ver cómo estaban los gatos, y la línea telefónica chasqueaba y siseaba por la distancia. Yo no le contaba a nadie todo esto y evitaba las preguntas de mis amigos, que sentían mucha curiosidad.
Como los negocios se llevaban a cabo fuera de la ciudad, las drogas para mí eran una abstracción absoluta y no una realidad. No conocía a nadie que se inyectase heroína, y no pensaba nunca en el sufrimiento que causa la adicción. Un día de primavera, Nora volvió a casa con un Miata blanco descapotable completamente nuevo y una maleta llena de dinero. Echó el dinero en la cama y se revolcó por encima, desnuda, riendo. Era el pago más grande que había recibido jamás. En seguida yo empecé a ir por ahí con el Miata escuchando a Lenny Kravitz, que preguntaba:
«¿Vas a seguir mi camino?».
A pesar de la extraña situación sentimental con Nora (o quizá precisamente a causa de ella), yo sabía que tenía que salir de Northampton y hacer algo. Mi amiga Lisa y yo habíamos ahorrado el dinero de nuestras propinas, y decidimos que abandonaríamos el trabajo en la cervecería y nos dirigiríamos a San Francisco al final del verano. (Lisa no sabía nada de las actividades secretas de Nora).
Cuando se lo conté a Nora, ella me dijo que le gustaría tener un apartamento en San Francisco y sugirió que volásemos las dos allí y buscásemos casa. Yo me quedé anonadada al ver que tenía .unos sentimientos tan fuertes por mí. Solo unas semanas antes de que yo abandonase Northampton, Nora se enteró de que tenía que volver a Indonesia.
-¿Por qué no vienes conmigo y me haces compañía? -me sugirió-. No tienes que hacer nada, solo pasar el rato.
Yo no había salido nunca de Estados Unidos. Aunque se suponía que iba a empezar una nueva vida en California, la perspectiva era irresistible. Quería aventuras y Nora me ofrecía una. A los
tipos de Northampton que habían ido con ella a lugares exóticos como chicos de los recados no les había ocurrido nunca nada malo: de hecho, volvían contando historias fantásticas solo aptas para los oídos de un grupito selecto. Pensé que no había peligro alguno en hacer compañía a Nora.Ella me dio dinero para que comprase un billete desde San Francisco a París, y me dijo que habría un billete para Bali esperándome en el mostrador de Air Garuda, en el Charles de Gaulle. Todo era muy sencillo.
La tapadera de Nora para sus actividades ilegales era que ella y su socio, un tipo con perilla que se llamaba Jack, estaban a punto de lanzar una revista de arte y literatura, algo un poco inverosímil, pero que se prestaba a la vaguedad. Cuando les expliqué a mi familia y amigos que me trasladaba a
San Francisco y que trabajaría y viajaría para la revista, se sorprendieron mucho y sospecharon de mi nuevo trabajo, pero yo ignoré sus preguntas y adopté un aire misterioso. Al salir en coche de Northampton, dirigiéndome hacia el oeste con mi amiga Lisa B., tenía la sensación de que por fin me embarcaba en mi propia vida. Me sentía preparada para cualquier cosa.Lisa y yo viajamos sin parar desde Massachusetts a la frontera de Montana, haciendo turnos para dormir y conducir. Una noche aparcamos en un área de descanso para dormir un poco, y al despertarnos vimos el increíble amanecer dorado del este de Montana. No recordaba haber sido tan feliz en mi vida. Después de quedarnos un tiempo en el país de los Grandes Cielos, nos dirigimos a Wyoming y Nevada, hasta que finalmente llegamos al Puente de la Bahía, en San Francisco. Yo tenía que coger un avión.
¿Qué necesitaba para mi viaje a Indonesia? No tenía ni idea. Metí en una bolsa de viaje pequeñade L.L.Bean un par de pantalones negros de seda, un vestido sin mangas, pantalones vaqueros cortados, tres camisetas, una camisa de seda roja, una minifalda negra, mis zapatillas deportivas y un par de botas negras de vaquero. Estaba tan emocionada que se me olvidó meter un traje de baño.
Al llegar a París fui directamente al mostrador de Garuda a recoger mi billete a Bali. No habían oído hablar de mí. Asustada, me senté en el bar del aeropuerto, pedí un café e intenté pensar qué hacer. Los días de los teléfonos móviles y los correos electrónicos no habían llegado aún, y no tenía ni idea de cómo ponerme en contacto con Nora; supuse que se trataría de algún malentendido.
Finalmente, me levanté y fui a un quiosco, compré una guía de París y elegí un hotel barato que estaba situado muy céntrico, en el distrito sexto. (La única tarjeta de crédito de la que disponía tenía un límite muy bajo). Desde mi pequeña habitación se veían los tejados de París. Llamé a Jack, antiguo amigo de Nora y ahora socio suyo en Estados Unidos. Malicioso y altanero, y obsesionado con las prostitutas, Jack no me caía demasiado bien.
-Estoy aquí tirada en París. Nada de lo que me dijo Nora era verdad. ¿Qué hago? -le pregunté.
Jack se enfadó mucho, pero decidió que no podía abandonarme a mi suerte.
-Ve a buscar una oficina de Western Union. Mañana te giraré dinero para un billete.
El giro no llegó hasta unos cuantos días después, pero no me importó. Paseé por París flotando en una nube de ilusión, observándolo todo. Al lado de la mayoría de las mujeres francesas, yo parecía una adolescente, de modo que para contrarrestar ese hecho me compré un par de medias muy bonitas
de ganchillo negro, que me ponía con las botas Doctor Martens y la minifalda. Tampoco me importó abandonar París. Estaba muy a gusto yo sola.
![](https://img.wattpad.com/cover/90966146-288-k901109.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Orange is the new black (libro)
Teen FictionPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...