II

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Me pasó una caja de zapatos roja y negra, que contenía un par de pesados zapatos negros conpunteras de acero. No me había sentido tan feliz de ponerme un par de zapatos desde que encontréunos de Manolo Blahnik de ocasión por cincuenta dólares. Aquellas maravillas eran sólidas ytransmitían fuerza. Me encantaron al momento. Le tendí las zapatillas de lona con una enorme sonrisaen el rostro. Ahora ya era una convicta de verdad, de las duras. Me sentí infinitamente mejor.
Volví a orientación con mis zapatos con puntera de acero. Mis compañeras seguían allí, casimuertas de sopor ante aquel inacabable sermón. Al hombre agradable de Servicios lo había
sustituido Toricella, el consejero que hacía pareja con Butorsky y que me había dejado llamar a Larryla noche anterior. En seguida le puse el mote de «Farfullón». Su rostro, parecido al de una morsa,apenas cambiaba; nunca le oí levantar la voz, pero era difícil saber cuál era su estado de ánimo,aparte de un ligero fastidio. Nos informó de que la directora Kuma Deboo nos honraría con supresencia un momento.
De repente se despertó mi interés: no sabía nada de la directora, la gran jefa, que además de seruna mujer tenía un nombre muy inusual. No había oído decir ni una sola palabra de ella en las
veinticuatro horas que llevaba en la cárcel. ¿Se parecería a la cantante punk Wendy O. Williams o ala enfermera Ratched de Alguien voló sobre el nido del cuco?
Ninguna de las dos cosas. La directora Deboo entró en la habitación y tomó asiento frente anosotras. Era solo unos diez años mayor que yo, como máximo, delgada, con la piel olivácea y muy
guapa, probablemente de ascendencia de Oriente Medio. Llevaba un traje pantalón muy soso y unabisutería espantosa. Nos habló en un tono informal, falsamente cálido, que instantáneamente merecordó a alguien que se presentaba a un cargo político.
—Señoras, soy la directora, Kuma Deboo, y estoy aquí para darles la bienvenida a Danbury, queya sé que no es el lugar ideal para ninguna de ustedes. Mientras estén aquí, yo soy responsable de subienestar. Soy responsable de su seguridad. Soy responsable de que cumplan su sentenciasatisfactoriamente. De modo que, señoras, yo soy la responsable de todo.
Siguió un rato en un tono similar, mencionando nuestra responsabilidad personal, y luego pasó altema del sexo. —Si alguien en esta institución las está presionando sexualmente, si alguien las amenaza o lasataca, especialmente de una forma sexual, quiero que acudan directamente a mí. Yo vengo al campo
cada jueves a la hora de comer, así que pueden venir a hablar conmigo de cualquier cosa que lespase. Aquí, en Danbury, tenemos una política de tolerancia cero hacia las conductas sexualesimpropias.
Hablaba de los guardias de la prisión, claro, no de lesbianas depredadoras. Está claro que elsexo y el poder son inseparables detrás de los muros de una prisión.
Bastantes amigos míos habían expresado su temor de que yo pudiera correr peligro en la cárcel,más por los guardias que por las internas. Miré a mi alrededor, a mis compañeras presas. Algunasparecían asustadas; la mayoría, indiferentes.
La directora Deboo acabó su perorata y nos dejó. Una de las prisioneras dijo, indecisa:
—Parece buena gente.
La amargada que estuvo antes encerrada en Danbury exclamó:

¿Y esa mierda de la tolerancia cero? Recordad esto, señoras: será siempre nuestra palabracontra la suya.
Las recién llegadas a una prisión federal están en una especie de purgatorio el primer mes o así,mientras se encuentran todavía en la situación de «AO», «Admisiones y Orientación». Cuando estásen AO no puedes hacer nada: no puedes tener trabajo, no puedes ir a clases de DEG (Desarrollo y
Educación General), no puedes ir al comedor hasta que han ido todas las demás, no puedes decir unasola palabra cuando te ordenan quitar nieve con una pala a extrañas horas de la noche. Laexplicación oficial es que tus pruebas médicas y diversas autorizaciones deben volver del lugar misterioso al que van antes de que empiece realmente tu vida en prisión. El papeleo nunca es rápidoen la cárcel (excepto en el caso de los calabozos de aislamiento) y una presa no tiene medio algunode acelerar la resolución con un miembro del personal de la institución penitenciaria. Ni con nadie Existe un número asombrosamente elevado de normas oficiales y no oficiales, procedimientos yrituales. Si no las aprendes rápidamente, sufres las consecuencias, como por ejemplo: que piensenque eres idiota, que te llamen idiota, que caigas mal a otra presa, que caigas mal a algún guardia, quecaigas mal a tu consejero, que te veas obligada a limpiar el baño, a comer la última de la fila cuandotodo lo comestible ha desaparecido ya, que te hagan un «parte» (informe de incidencias) que quedaen tu expediente, y que te manden a la Unidad de Habitáculo Especial o UHE, también conocida como Solitario, el Agujero o Seg (por «segregación»). Sin embargo, la respuesta más común a unapregunta sobre cualquier cosa que no sea una norma oficial es: «Cariño, ¿no sabes que en la cárcelno se hacen preguntas?». Las normas no oficiales las aprendes por observación, inferencia o preguntando con muchas precauciones a personas en las que crees que puedes confiar.
Mi experiencia como AO aquel mes de febrero (que además era bisiesto) fue una extrañacombinación de confusión y espantosa monotonía. Vagaba por el edificio del campo atrapada no solo
por los federales, sino también por el mal tiempo. Sin trabajo, sin dinero, sin posesiones, sinprivilegios telefónicos, era casi una no-persona. Gracias a Dios tenía libros y regalos en forma depapel y sellos de las demás prisioneras. No podía esperar a que llegase el fin de semana para ver aLarry y a mi madre.
El viernes había nieve. Annette, muy preocupada, me despertó tocándome en el pie.
—¡Piper, han llamado a las AO para tareas de nieve! ¡Levántate!
Me incorporé, confusa. Todavía era de noche. ¿Dónde estaba?
—¡Kerman! ¡Kerman! ¡Preséntese en el despacho del OC, Kerman! —aullaban los altavoces.
Annette abría mucho los ojos.
—¡Tienes que ir ahora mismo! ¡Vístete!
Me puse los zapatos nuevos con puntera de acero y me presenté en el despacho del oficialcorrectivo, totalmente despeinada y sin lavarme los dientes. El OC de guardia era una mujer rubia ycon aire de bollera. Parecía capaz de comerse a los pececillos nuevos como yo para desayunar después de ejercitarse para su triatlón.
—¿Kerman?
Asentí.
—He llamado a las AO hace media hora. Hay tareas de nieve. ¿Dónde estabas?
—Durmiendo.
Me miró como si yo fuera un gusano que se retorcía en la acera después de la lluvia de
primavera.
—¿Ah, sí? Ponte el abrigo y coge una pala.
«Pero ¿y el desayuno?». Me puse la ropa interior térmica y el feo chaquetón con la cremallerarota, y fui a reunirme con mis compañeras bajo el viento helado que nos azotaba y limpiaba los caminos. Por aquel entonces ya había salido el sol y había un poco de luz lúgubre. No había palassuficientes para todas nosotras, y la que yo usaba estaba rota, pero nadie podía volver adentro hastaque se hubiese hecho todo el trabajo. Más que usar las palas, lo que hacíamos era extender sal.
Una de las AO era una dominicana menuda de unos setenta años que apenas hablaba una palabrade inglés. Le dimos nuestros pañuelos, la envolvimos bien y la colocamos al abrigo del viento, juntoa una puerta. Tenía demasiado miedo para irse dentro, aunque con aquel frío era una locura queestuviera allí con nosotras. Una de las otras mujeres me dijo gritando para hacerse oír con el viento
que la anciana tenía una condena de cuatro años por un delito de «comunicaciones», es decir, por
coger mensajes telefónicos de un pariente suyo que traficaba con drogas. Me pregunté qué fiscal deEstados Unidos se habría apuntado aquel tanto en particular en su haber.
Me preocupaba que el mal tiempo impidiera que Larry pudiera venir en coche desde Nueva York,pero no tenía forma de saberlo, así que antes de que empezaran las horas de visita, a las 3, intentéarreglarme un poco. Recién duchada y llevando el uniforme que me parecía más favorecedor, de piebajo la luz fluorescente del baño decrépito, miré a la mujer extraña que se reflejaba en el espejo.

Parecía muy poco arreglada y poco femenina: sin joyas, sin maquillaje, sin adorno alguno. Llevaba elnombre de otra persona en el bolsillo del pecho de mi camisa caqui. ¿Qué pensaría Larry cuando meviera así?
Fui a esperar junto a la puerta de la gran sala de recreo, donde se recibían las visitas. En la paredde la sala de visitas había una luz roja. Cuando una presa veía a los suyos subir por la colina y entraren el edificio del campo, o bien si oía su nombre por los altavoces, daba a un interruptor de la luz enel lado de las dobles puertas de la sala, y se encendía también una luz roja al otro lado de las
puertas, alertando al OC de la sala de visitas de que la presa estaba allí, esperando para ver a suvisitante. Cuando el OC lo creía conveniente se levantaba, iba hacia la puerta, cacheaba a la interna yle permitía entrar en la sala de visitas.
Cuando llevaba más o menos una hora en el vestíbulo junto a la sala de visitas, empecé a recorrerla sala principal, aburrida y nerviosa. Oí que decían mi nombre por el sistema de altavoces
—«¡Kerman, acuda a visitas!»— y me acerqué a toda prisa. Una guardia con el pelo rizado y sombrade ojos azul intenso me esperaba en el vestíbulo. Abrí brazos y piernas y ella me rozó con los dedospor las extremidades, bajo el cuello, bajo el sujetador de deporte y en torno a la cintura.
—¿Kerman? Es la primera vez, ¿no? Vale, él está ahí esperándote. ¡Cuidado con el contacto!  Y abrió la puerta de la sala de visitas.

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora