VI

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Algunas prisioneras trabajaban en Unicor, la empresa de la prisión, que opera dentro del sistema

penitenciario federal. Unicor fabrica una amplia gama de productos que se venden dentro del gobierno por cientos de millones de dólares. En Danbury, la ICF fabricaba componentes de radio

para el ejército. En Unicor pagaban significativamente más que otros trabajos de la cárcel, más de un

dólar por hora en lugar de la tasa normal de catorce centavos por hora, y las trabajadoras de Unicor

iban siempre vestidas con uniformes planchados y limpios. La gente de Unicor desaparecía en un

enorme almacén que siempre tenía tráilers aparcados fuera. Algunas chicas flirteaban

silenciosamente con los conductores, que parecían nerviosos pero intrigados.

Rosemarie había conseguido trabajo en el programa de los cachorros, que se llevaba a cabo en el

dormitorio A. Eso significaba que vivía con un labrador retriever al que estaban entrenando para

hacer de lazarillo o detectar bombas. Los perros eran preciosos, y los cachorritos adorables. Un

cachorrito de color dorado, como un puñadito de piel cálida que se agitaba, te lamía y te mordía,

feliz y contento, hacía que la desesperación se disipara por muy mal que lo estuvieras pasando.

Pero yo no podía ser candidata al programa Cachorros Entre Rejas porque mi condena de quince

meses era demasiado corta. Decepcionada al principio, al reflexionar un poco más decidí que eso no

era necesariamente una mala cosa. Aquel programa atraía a algunas de las mujeres más obsesivo-

compulsivas del campo, y su trastorno podía acabar de florecer del todo al entrenar a los perritos,

formando unos vínculos tan intensos con sus compañeros caninos que acababan por perjudicar a sus

vecinas humanas. Rosemarie se obsesionó en seguida con su perrita, Amber. A mí no me importaba

porque normalmente me dejaba jugar con el cachorrillo, cosa ante la que algunas de las otras

entrenadoras de perros fruncían el ceño.

La decana del programa de los cachorros era la señora Jones, la única persona de todo el campo

a la que se llamaba «señora». La señora Jones llevaba mucho tiempo en la cárcel, y se notaba. Era

una mujer irlandesa con el pelo gris y como de acero, con unos pechos enormes, y a la que habían

caído casi quince años por drogas. Se decía que su marido le pegaba con crueldad cuando estaba

fuera, y que había muerto en prisión. Un bicho menos. La señora Jones estaba un poco loca, pero la

mayoría de las presas y guardias le consentían más cosas que a otras, porque después de quince años


en el mismo caso, cualquiera se vuelve un poco loco.

-Además, ese desgraciado de marido suyo le soltó algunos tornillos -decía Pop.


A la gente le gustaba cantar unas estrofas de la canción Me and Mrs. Jones de vez en cuando.


Algunas de las mujeres más jóvenes que venían de la calle la llamaban «La Jefa», y a ella le


encantaba.

-¡Esa soy yo... la Jefa! Estoy loca... ¡como una cabra! -decía, tocándose la sien con el dedo.


Parecía que yo le gustaba, y decía exactamente lo que pensaba, sin filtrar, en todo momento. Aunque relacionarse con la señora Jones requería paciencia, la verdad es que me gustaba su sinceridad.

No se me permitía ser entrenadora de perros, pero debía de haber algún trabajo adecuado para

mí, en algún sitio... Danbury tenía una jerarquía laboral muy estricta, y yo estaba en la parte inferior.

A las AO se les encomendaba limpiar los baños o quitar nieve antes de obtener algún trabajo fijo. Yo

decidí que quería enseñar en el programa DEG, supervisado por un profesor y complementado por

presas que eran «tutoras».

El grupito de presas de clase media y más educadas con las que comía a menudo me aconsejó en

contra. Aunque la profesora titular del programa era muy querida, decían que la combinación de un mal programa con alumnas cautivas y a menudo hoscas lo convertía en un entorno de trabajo horrible.


-No es una experiencia agradable.


-Una jodienda.


-Yo aguanté solo un mes.

Me sonaba como el trabajo de mi amigo Ed, que enseñaba en un instituto público de la ciudad de

Nueva York. Sin embargo pedí el trabajo, y el señor Butorsky, que controlaba las asignaciones, dijo

que sí, que todo saldría bien. Pero resultó que no hizo honor a su palabra...

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora