IV

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Una tarde calurosa estaba yo debajo de un árbol intentando huir del sol. Apareció la señora Jones
con Inky, su constante compañera. Yo había terminado ya su trabajo final, un trabajo bastante sencillo sobre el papel que podían desempeñar los coches híbridos en la economía del futuro. Había sacado algunas ideas de La empresa en la sociedad que viene para argumentar sobre la economía basada en el conocimiento, la globalización y los cambios sociales producidos por la demografía. Me preocupaba pensar en el papel que millones de americanos expresidiarios podrían representar en la sociedad futura. Sabía por el boletín de la FAMM (Familias contra los Mínimos Obligatorios, por las siglas en inglés) que cada año volvían a casa de la prisión más de 600 000. El único mercado en el que estaban acostumbrados a participar la mayoría de ellos era en la economía sumergida, y en el sistema de prisiones que yo había visto no se les enseñaba ningún otro camino que emprender cuando estuvieran de nuevo en la calle. Podía contar con los dedos de una mano el número de mujeres de Danbury que habían participado en un auténtico programa de formación profesional. Pop, que había conseguido un certificado de manipuladora de alimentos en la ICF; Linda Vega, que trabajaba como higienista dental de la prisión, y un puñado de mujeres que trabajaban en Unicor. Para las demás,
quizá su trabajo fregando los suelos de la prisión o en el taller de fontanería pudiera traducirse en un trabajo de verdad, pero lo dudaba mucho. No había continuidad alguna entre la economía de la cárcel, incluyendo los trabajos de la prisión, y la economía en general.
—¡Eh, señora Jones! ¿Le devolvieron el trabajo ayer?
—Iba a venir a hablar contigo ahora mismo… ¡Estoy muy enfadada!
Me incorporé, preocupada. ¿La habrían pillado? A lo mejor una compañera de clase despechada la había traicionado… No me habría extrañado.
—¿Qué ha pasado?
—¡He sacado un 9!
Yo me eché a reír, cosa que solo consiguió irritarla aún más.
—¿Qué habrá pasado? —se quejó—. ¡Era un trabajo estupendo! Lo leí, tal y como te prometí — estaba muy indignada.
—A lo mejor no querían que se le subiera demasiado a la cabeza, señora Jones. Creo que un 9 también está muy bien.
—Hum…, No sé en qué estarán pensando. Bueno, de todos modos quería darte las gracias. Eres
una chica muy maja.
Y tirando de la correa de Inky, siguió su marcha.
Un par de meses más tarde, la Jefa marchaba de nuevo. Todas las mujeres que habían completado las clases del DEG o universitarias recibieron un homenaje que se celebró en la sala de visitas. La
señorita Natalie, Pennsatucky, Camila y por supuesto la señora Jones, junto con otras mujeres, se pondrían el birrete. A cada graduada se le permitía invitar a unos cuantos asistentes, ya fuera del exterior o del interior, y yo asistiría como invitada de la Jefa.
El discurso lo iba a pronunciar Bobbie, que era la que había conseguido la nota más alta en el examen de DEG. Las semanas anteriores a la ceremonia sufrió mucho preparando su discurso, escribiéndolo y reescribiéndolo. El día del homenaje amaneció con un calor sofocante, y la sala estaba preparada con dos filas de sillas, una frente a la otra, graduadas frente a invitados. Las mujeres entraron solemnemente, muy guapas con sus birretes y sus togas, negras para las alumnas de DEG, azul intenso para las universitarias. Había un podio donde Bobbie iba a pronunciar su
discurso, pero primero escucharíamos a la directora Deboo. Sería su canto del cisne: se iba a supervisar una cárcel nueva a California y nos traerían a un director nuevo, un tipo de Florida.

Bobbie pronunció un discurso precioso. Había elegido un tema —«¡Lo conseguimos!»— y allí estaba felicitando a sus compañeras estudiantes por haberlo conseguido, recordando a todos los presentes que conseguir un diploma no era fácil en aquellas circunstancias, pero que ellas lo habían hecho, y proclamando que ahora todo el mundo sabía que podían hacerlo y que no había nada que no
pudieran conseguir también si se lo proponían. Y todas y cada una de ellas tenían un diploma para
demostrárselo al mundo. Me impresionó mucho el cuidado con el que Bobbie había elegido sus palabras, y lo bien que las pronunció, con el toque de desafío adecuado. El discurso fue breve, conciso, pero estableció firmemente que aquel era un día de celebración para las graduadas, no para la institución. Bobbie habló con convicción, naturalidad y orgullo.

Después permitieron a las presas que se sacaran fotos. Ante un fondo de cerezos falsos, en un rincón de la sala de visitas, yo posé con mis amigas, a las que me enorgullecía conocer. Bobbie, posando con un grupo de reclusas que la rodeábamos con nuestros uniformes caqui, parecía muy seria y muy bajita, con su toga especial con cordones dorados, pero llevaba el pelo ahuecado y maravillosamente rizado. En una foto, Pennsatucky y otra Eminemlette sonríen como cualquier graduado de instituto americano el día de su graduación. A su lado, yo parezco muy vieja con mi
uniforme caqui. Mi favorita es la foto en la que aparecemos la señora Jones y yo: yo de pie muy feliz
tras ella, y ella sentada, radiante, con su toga y su birrete azul eléctrico, sujetando su diploma ante ella con orgullo. En el reverso de la foto, con su letra terrible, escribió: «Gracias. Para una querida amiga. Lo conseguí. Que Dios te bendiga. Señora Jones».

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora