II

219 4 0
                                    

Al día siguiente era San Valentín, mi primera fiesta en prisión. Al llegar a Danbury me sorprendió mucho el hecho de que no pareciera haber ninguna actividad lésbica. Las habitaciones, tan cerca de la garita de los guardias, eran bastiones de la decencia más absoluta. Nadie se abrazaba ni se besaba, ni había ningún tipo de actividad sexual evidente en las salas comunes, y aunque algunas me habían hablado de una antigua presa que había convertido el gimnasio en su nidito de amor personal, siempre estaba vacío cuando yo me acercaba por allí.
Con estos antecedentes, me sorprendió mucho la explosión de sentimentalismo que vi a mi alrededor la mañana del día de San Valentín en el dormitorio B. Se intercambiaron postales hechas a
mano y dulces, y todo me recordó las intrigas vertiginosas de una clase de quinto. Algunos de los cartelitos amorosos colocados en el exterior de los cubículos estaba claro que eran platónicos. Pero la cantidad de esfuerzo que se había puesto en algunas «valentinas», confeccionadas cuidadosamente con recortes de revistas y materiales sustraídos aquí y allá, sugerían para mí una pasión auténtica.
Yo había decidido desde el principio no revelar mi pasado sáfico a ninguna otra presa. Si se lo hubiera contado a una sola persona, al final todo el campo lo habría sabido, y estaba claro que de eso no podía proceder nada bueno. De modo que hablaba mucho de mi querido prometido Larry, y era
sabido en el campo que yo no era «de esas», pero tampoco me ponía histérica con las que eran «de esas». Francamente, la mayoría de esas mujeres para mí no eran «auténticas lesbianas» ni de lejos.
Eran, como decía el oficial Scott, «gay porque es lo que hay», la versión carcelaria de «lesbiana hasta la graduación».
Era difícil que alguien pudiera llevar una relación íntima en un entorno tan intensamente poblado, y no digamos ya una relación ilícita. A nivel práctico, ¿dónde demonios se podía estar a solas en el campo sin que te pillaran? Muchas de las relaciones románticas que vi allí eran más bien enamoramientos de colegialas, y era raro que una pareja durase más de un mes o dos. Era fácil
distinguir entre las mujeres que se sentían solas y querían consuelo, atención y romance y una auténtica lesbiana, de las que había pocas. Había también otras barreras para las amantes a largo plazo, como por ejemplo tener condenas de duración exageradamente distinta, vivir en dormitorios separados o enamorarse de alguien que en realidad no era lesbiana.
Colleen y su pareja de litera de la puerta de al lado recibieron montones de valentinas de otras presas. Yo no tuve ninguna, pero en el correo de aquella noche me llegaron montones de pruebas de que era querida. Lo mejor de todo fue un librito de poemas de Neruda que me envió Larry, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Decidí leer un poema cada día.

Hemos perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He visto desde mi ventana la fiesta del poniente en los cerros lejanos.
A veces como una moneda se encendía un pedazo de sol entre mis manos.
Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.
Entonces, ¿dónde estabas?
¿Entre qué gentes?
¿Diciendo qué palabras?
¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste, y te siento lejana?
Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo, y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora