Poco después de declararme culpable ocurrió algo muy sorprendente. Alaji, el traficante de drogas de África Occidental, fue arrestado en Londres con una orden de detención de Estados
Unidos. De repente se pospuso mi fecha de ingreso en prisión indefinidamente, mientras Estados Unidos intentaba extraditarle para someterle a juicio. Querían que yo fuese con ropa de calle, y no con el mono naranja, para testificar contra él.Aquello no parecía tener fin. Pasé casi seis años bajo supervisión de los federales, informando mensualmente a mi supervisora pre-juicio, una joven muy seria con el pelo rizado y exuberante corto por delante y largo por detrás, y que tenía su despacho en el edificio del tribunal federal, en Pearl Street, en Manhattan. Una vez al mes acudía a aquel edificio, pasaba el control de seguridad, subía en el ascensor hasta los Servicios Pre-Juicio, firmaba y esperaba en una habitación deprimente,
decorada con carteles aleccionadores que me recordaban que tuviera perseverancia y que usara condones. A menudo estaba sola en la sala de espera.
A veces se encontraban allí también jóvenes negros o latinos, que o bien me tomaban las medidas en silencio o miraban fijamente al frente. De vez en cuando había algún hombre blanco de más edad, con el cuello grueso y mucha joyería de oro, que me miraba con franca sorpresa. A veces había alguna otra mujer, nunca blanca, en ocasiones acompañada por algunos niños. Siempre me ignoraban. Cuando aparecía al fin la señorita Finnegan y
me hacía señas, yo entraba en su despacho y nos quedábamos allí sentadas durante unos minutos,
incómodas.
—Así que… ¿ninguna novedad sobre su caso?
—No.
—Bueno… Parece que va para largo.
De vez en cuando ella me hacía una prueba de drogas, disculpándose.Siempre estaba limpia. Al final, la señorita Finnegan dejó el departamento para asistir a la facultad de derecho y fui transferida
a la señorita Sánchez, también con muy buenos modales. Llevaba unas uñas muy largas, como fritos
de maíz, pintadas de un rosa Barbie.
—¡Usted es la más fácil de las que tengo! —me decía cada mes, animosa.
Durante más de cinco años de espera, pensé en la prisión de todas las maneras imaginables. Mi situación seguía siendo un secreto para casi todas las personas que conocía. Al principio era demasiado terrible, demasiado abrumador y demasiado arriesgado decirle a alguien lo que estaba pasando. Cuando empezó la demora por la extradición, la situación era demasiado rara para contársela a los amigos que no sabían nada: «Voy a ir a la cárcel… algún día». Yo tenía la sensación de que sencillamente debía sufrirlo en silencio. Los amigos que lo sabían se mostraban misericordiosa- mente discretos sobre el tema, a medida que pasaban los años, como si Dios me hubiese puesto en espera.
Trabajé mucho para olvidar lo que tenía por delante, y concentré todas mis energías en mi trabajo como directora creativa de empresas de internet y explorando el centro de Nueva York con Larry y nuestros amigos. Necesitaba dinero para pagar mis gastos legales, que eran enormes, así que trabajaba con los clientes que mis colegas más modernos encontraban poco seductores y difíciles de aceptar: grandes empresas de telecomunicaciones, grandes petroquímicas y grandes grupos
empresariales algo misteriosos.
En mis interacciones con todo el mundo excepto Larry, yo estaba siempre algo abstraída. Solo a él le podía revelar todo mi temor y vergüenza. Con la gente que no sabía nada de mi secreto criminal e inminente prisión, sencillamente no era yo misma; me mostraba agradable, a veces encantadora, pero también altiva, distante, incluso indiferente. Ni siquiera podía comprometerme del todo con los amigos más íntimos que sabían lo que estaba ocurriendo… siempre me observaba a mí misma con un cierto distanciamiento, una sensación de que ocurriera lo que ocurriese, no importaba demasiado, dado lo que estaba por venir. En algún lugar del horizonte me esperaba la devastación, la llegada de
los cosacos, de los indios hostiles.

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Orange is the new black (libro)
Ficção AdolescentePiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...