IV

1K 18 0
                                    

Cuando salí del vuelo de trece horas de París a Bali, atufada por el humo, me sorprendió ver a mi antiguo compañero de trabajo de la cervecería, Billy, que sobresalía por encima de los indonesios y Lucía una enorme sonrisa en su rostro pecoso. Billy podía haber pasado por hermano mío, rubio- pelirrojo con unos enormes ojos azules.
—Nora te espera en el centro turístico. ¡Esto te va a encantar! —dijo. Al reunirme con Nora en nuestra lujosa habitación, de pronto me sentí cohibida por aquel entorno tan poco habitual. Pero ella actuaba como si todo fuera perfectamente normal.

Bali era una bacanal constante: días y noches de baños de sol, beber y bailar a todas horas con los amigos gays de Nora, algún indígena guapo que quería ayudarnos a gastar nuestro dinero, y
jóvenes europeos y australianos a los que conocíamos en los clubes, en la playa de Kuta. Fui al mercadillo callejero a comprarme un bikini y un sarong, regateé por unas máscaras talladas y joyería de plata, y fui recorriendo las callejuelas de Nusa Dua y hablando con los amistosos nativos.

También se nos ofrecían otras diversiones, como expediciones a los templos, parasailing y submarinismo. A los instructores de submarinismo balineses les encantó el bonito pez azul de largas aletas, enjoyado y elegante, que me había tatuado en el cuello en Nueva Inglaterra, y me enseñaron también sus propios tatuajes. Pero la fiesta estaba puntuada por tensas llamadas telefónicas entre Nora y Alaji, o entre Nora y Jack.

Su negocio funcionaba de una manera muy sencilla. Desde África Occidental, Alaji comunicaba a algunas personas seleccionadas en Estados Unidos que tenía «contratos» por unidades de droga (normalmente maletas hechas a medida con heroína cosida en el forro) que podían enviarse a cualquier sitio del mundo. Gente como Nora y Jack (que eran en realidad subcontratistas) se
encargaba de transportar las maletas a Estados Unidos, donde se entregaban a un receptor anónimo.

Ellos tenían que ingeniarse cómo arreglar el transporte, reclutar correos, prepararlos para que pasaran por aduana sin ser detectados, pagar sus «vacaciones» y su sueldo…
Nora y Jack no eran las únicas personas con las que trabajaba Alaji; de hecho, Nora competía entonces con Jonathan Bibby, el «marchante de arte» que la había entrenado en un principio para el
negocio de Alaji.
La tensión que observaba yo en Nora derivaba de la cantidad de «contratos» que le iban saliendo, de si ella y Jack podrían cumplir con todos ellos, y de si las unidades de droga llegarían realmente tal y como estaba previsto, factores todos ellos que parecían cambiar a cada momento. Aquel trabajo requería mucha flexibilidad y mucho dinero en efectivo.

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora