IV

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—¿Fumas? —me preguntó Minetta.
—No.
—¡Qué suerte tienes! Ahora te vamos a asignar una cama y te instalarás. Ahí está el comedor — señaló con un gesto a su izquierda, hacia unas escaleras. Hablaba sin parar, explicando todo tipo de cosas sobre la Institución Correccional Federal Campo Danbury que yo no conseguía captar. La seguí
por unas escaleras y entramos en el edificio.
—… la sala de televisión. Ahí está la oficina de educación, y esa es la oficina del OC. ¡Hola, señor Scott! El OC es el oficial correctivo. Es majo. ¡Hola, Sally! —saludó a una mujer blanca alta
—. Esta es Kerman, es nueva, se ha entregado —Sally me saludó con simpatía preguntándome
también: «¿Va todo bien?». Yo me limité a decir que sí con la cabeza, muda.
Minetta seguía hablando.
—Aquí hay más despachos, estas son las salas, allí los dormitorios —se volvió hacia mí, seria
—. No se te permite ir ahí, para ti está fuera de los límites. ¿Entendido?
Asentí sin entender nada. Había muchísimas mujeres a mi alrededor, negras, blancas, latinas, de
todas las edades, allí, en mi nuevo hogar, armando un estrépito colectivo tremendo, en aquel interior con suelos de linóleo y hecho de bloques de cemento. Todas iban vestidas con uniformes aqui diferentes del que yo llevaba, y todas llevaban enormes zapatones de trabajo negros de aspecto muy pesado. Me di cuenta de que mi indumentaria dejaba clarísimo que era nueva. Miré mis zapatillas de lona y me eché a temblar con mi abrigo marrón.
Mientras íbamos avanzando por el largo salón principal, varias mujeres más, todas ellas blancas, venían y me saludaban con el habitual: «Eres nueva… ¿Va bien?». Parecían preocupadas de verdad.

Yo no sabía cómo responder y me limité a sonreír débilmente y a devolverles el saludo.
—Bueno, este es el despacho del consejero. ¿Quién es tu consejero?
—El señor Butorsky.
—Ah. Bueno, al menos rellena los documentos. Espera, déjame ver dónde te han puesto… — llamó a la puerta con cierta autoridad. La abrió y metió la cabeza, muy profesional—. ¿Dónde han
puesto a Kerman? —Butorsky le dio una respuesta que yo no oí, y me condujo a la sala 6.
Entramos en una habitación con tres conjuntos de literas y seis taquillas de metal hasta la altura de la cintura. Dos mujeres mayores estaban echadas en las literas más bajas.
—Eh, Annette, esta es Kerman. Es nueva, se ha entregado ella misma. Annette te cuidará —me dijo—. Aquí está tu cama —me indicó una de las literas vacías superiores con un colchón desnudo.
Annette se incorporó. Era una mujer pequeña, de unos cincuenta años, oscura, con el pelo corto y negro formando pinchos. Parecía cansada.
—Hola —dijo, con un rasposo acento de Jersey—. ¿Qué tal estás? Perdona, ¿cómo te llamabas?
—Piper. Piper Kerman.
Al parecer, el trabajo de Minetta ya había concluido. Le di las gracias efusivamente, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar mi gratitud, y ella se fue. Me quedé con Annette y la otra mujer silenciosa, que era muy pequeña, calva y parecía mayor, quizá de unos setenta años. Precavidamente, coloqué mi bolsa de la lavandería en mi litera y miré la habitación. Además de las literas de acero y las taquillas, por todas partes donde miraba había colgadores con ropa, toallas y bolsas con cuerdas que colgaban de ellas. Parecía un cuartel.
Annette salió de la cama y vi que no medía más de metro cincuenta de alto.
—Esta es la señorita Luz. Había guardado algunas cosas en tu taquilla. Las voy a sacar. Aquí tienes un poco de papel de váter… tienes que llevarlo tú.
—Gracias —todavía llevaba en la mano el sobre con mi documentación y mis fotos, y ahora También un rollo de papel higiénico.
—¿Te han explicado lo del recuento? —me preguntó.
—¿El recuento? —me estaba acostumbrando ya a parecer totalmente idiota. Era como si me
hubiesen escolarizado en casa toda la vida, y de repente hubiera caído en un instituto enorme y atestado. «¿Dinero para el almuerzo? ¿Eso qué es?».
—El recuento. Nos cuentan cinco veces al día, y tienes que estar aquí, o donde se supone que debas estar en cada momento. El recuento de las cuatro se hace de pie, los otros son a medianoche, a las dos de la mañana, a las cinco, a las nueve de la noche. ¿Te han dado un número de cuenta personal, NCP?
—¿Un número de NCP?
—Sí, lo necesitarás para hacer llamadas telefónicas. ¿Te han dado un formulario de teléfono?
¿No? Tienes que rellenarlo para poder hacer llamadas telefónicas. Pero a lo mejor Toricella te deja hacer alguna llamada, si se lo pides. Le toca la guardia nocturna. Ayuda si lloras. Pídeselo después de cenar. La cena es después del recuento de las cuatro, bastante temprano, la verdad, y el almuerzo es después del recuento de las diez y media. El desayuno es de seis y cuarto a siete y cuarto. ¿Cuánto
tiempo tienes?
—Quince meses… ¿y cuánto tiempo tienes tú?
—Cincuenta y siete meses.
Si había una respuesta apropiada para aquella información, yo no la sabía. ¿Qué podía haber hecho aquella dama italoamericana de mediana edad y de clase media de Jersey para que la encerraran cincuenta y siete meses en una prisión federal? ¿Sería una especie de Carmela Soprano?
¡Cincuenta y siete meses! Por los deberes que había hecho antes de entregarme, sabía perfectamente
que era un tabú absoluto preguntarle a alguien cuál había sido su delito.
Ella vio que no sabía qué decir y me ayudó.
—Sí, es mucho tiempo —dijo, algo seca.
—Sí —accedí. Me volví y empecé a sacar las cosas de mi bolsa de lavandería.
Entonces chilló:
—¡No hagas la cama!
—¿Cómo? —me di la vuelta en redondo, alarmada.
—Te la haremos nosotras —dijo.
—Ah… no, no es necesario, ya la haré yo —me volví hacia las sábanas finas de algodón y poliéster que ya había sacado.
Ella vino a mi litera.
—Cariño, la cama la haremos nosotras —se mostró firme—. Sabemos cómo hacerla.
Yo estaba completamente desconcertada. Miré a mi alrededor. Las cinco camas estaban hechas pulcramente, y tanto Annette como la señorita Luz estaban echadas encima de sus mantas.
—Sé hacer una cama.
—Escucha, deja que hagamos nosotras la cama. Sabemos cómo hacerla para que pase la Inspección.

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora