Un día de nieve, justo una semana más tarde de que nos presentásemos en el taller eléctrico,
después de comer encontramos a DeSimon haciendo tintinear las llaves de la furgoneta grande del
taller.
—Kerman… Riales… Levy. Subid a la furgoneta.
Entramos tras él. La furgoneta bajó una colina, pasó junto a un edificio que albergaba la guardería diurna para los niños de los OC, y pasamos junto a una docena de pequeñas casas del gobierno donde vivían algunos de los OC. A menudo pasábamos los días de trabajo cambiando bombillas eexteriores o comprobando los tableros eléctricos de esos edificios, pero aquel día DeSimon no se
detuvo. Por el contrario, salió de la prisión y se dirigió hacia la carretera principal que la rodeaba.
Little Janet, Levy y yo nos miramos las unas a las otras, asombradas. ¿Adónde nos llevaría?
Al cabo de medio kilómetro más o menos por los terrenos de la cárcel, la furgoneta aparcó junto a un edificio pequeño de hormigón en un barrio residencial. Seguimos a DeSimon hasta el edificio, que él abrió. Del interior salía un ruido mecánico.
—¿Qué hay aquí, señor DeSimon? —preguntó Levy.
—Una bomba. Controla el agua de las instalaciones —respondió. Miró a su alrededor y luego volvió a cerrar la puerta—. Quedaos aquí —y se subió de nuevo a la furgoneta y se fue.
Little Janet, Levy y yo nos quedamos allí, junto a aquel edificio, con la boca abierta. ¿Estábamos
alucinando? ¿Acababa de dejarnos allí, en el mundo exterior? Tres presas uniformadas, allí fuera…
¿era una especie de prueba malévola? Little Janet, que antes de Danbury había estado entre rejas más dde dos años en unas condiciones muy penosas, parecía totalmente conmocionada.
Levy estaba agitada.
—¿Pero qué está pensando este tío? ¿Y si nos ve la gente? ¡Sabrá que somos presas!
—Esto tiene que estar en contra de las normas, seguro —dije yo.
—¡Nos vamos a meter en problemas! —se quejó Little Janet.
Me pregunté qué ocurriría si nos íbamos. Obviamente, nos podíamos meter en un problema gordo, nos enviarían a la UHE y probablemente nos caería un nuevo cargo por fuga, pero ¿cuánto tiempo tardarían en cogernos otra vez?
—¡Mira esas casas! Ay, Dios mío… ¡Un autobús escolar! ¡Ay! ¡Echo de menos a mis niños! —y
Levy se echó a llorar.
Compadecía a cualquiera que se viera separada de sus hijos por estar en prisión, pero también
sabía que los hijos de Levy vivían cerca y que ella no permitía que vinieran a visitarla porque no quería que la vieran en la cárcel. A mí me parecía fatal, porque creía que para un niño el
desagradable entorno de la prisión se vería más que compensado por la tranquilidad de ver con sus propios ojos que su madre estaba bien. De todos modos, quería que Levy dejase de llorar.
—¡Echemos un vistazo por aquí! —dije.
—¡No! —casi gritó Little Janet—. ¡Piper, nos vamos a meter en un lío muy gordo! ¡No se te
ocurra ni mover los pies! —parecía tan acongojada que obedecí.Nos quedamos allí como idiotas. No ocurría nada. El barrio residencial era extraordinariamente tranquilo. Nadie nos señalaba con el dedo, ni frenaba de golpe al ver a tres convictas fuera de la prisión. Al final, se acercó un hombre con un perro enorme y greñudo.
Yo me animé un poco.
—No sé si es un Newfoundland o un Gran Pirineo… bonito el perro, ¿eh?
—No puedo creerlo… ¿estás mirando el perro? —dijo Little Janet.
El hombre nos miraba a nosotras.
—¡Nos está viendo!
—Claro que nos ve, Levy. Somos tres presas de pie en la esquina de una calle. ¿Cómo quieres
que no nos vea?
El hombre levantó la mano y nos saludó amistosamente al pasar.

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Orange is the new black (libro)
Novela JuvenilPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...