Todas nos apelotonamos en una de las aulas vacías, esperando a la Diva.
—¡Shhh… ya la oigo! —dijo alguien, apagando las luces. Cuando todas gritamos
«¡sorpresa!», ella fingió asombro con gracia, aunque se acababa de aplicar maquillaje
con un cuidado especial. En aquel momento, el coro de la cárcel al completo se lanzó
a cantar, dirigidas por Wainwright, que hizo un solo maravilloso en Take me to the
rock. La que mejor cantaba con diferencia era Delicious, que se había afeitado para la
ocasión. Delicious tenía una voz que te ponía la carne de gallina de verdad, en el
buen sentido. Tuvo que volverse y ponerse de cara a la pared mientras cantaba para
Vanessa, para no derrumbarse y echarse a llorar. Después de cantar y comer, la
invitada de honor se levantó y fue llamando por su nombre a cada persona allí
presente, recordándonos alegremente que Jesús vigila a todo el mundo y que la había traído junto a nosotras. Nos dio las gracias con hermosa sinceridad por haberla
ayudado durante el tiempo que había pasado en Danbury.
—Tenía que venir aquí —dijo, alzándose en toda su estatura— para convertirme
en una mujer de verdad.
La película de la noche del sábado era especial a la manera antigua, cuando se
decía aquello de «vamos al cine». Pero aquel sábado en particular era muy, muy
especial. Aquella noche, las afortunadas damas de Danbury íbamos a recibir una
golosina tremenda. La película institucional de aquella semana era el remake de
Pisando fuerte, la clásica fantasía de venganza de un vigilante, protagonizada por Dwayne Johnson, más conocido como «La Roca».
Confío en que algún día en el futuro, La Roca, que fue luchador profesional, se
presente a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Creo que ganaría. He
visto con mis propios ojos el poder de La Roca. La Roca consigue unir, y no dividir.
Cuando el DFP pasó Pisando fuerte, la asistencia a todos los pases a lo largo de todo el fin de semana no tuvo precedentes. La Roca tiene un efecto en las mujeres que
trasciende las divisiones de raza, edad, procedencia cultural… e incluso clase social,
la barrera más impenetrable en América. Negras, blancas, hispanas, viejas, jóvenes,
todas las mujeres suspiran por La Roca.Hasta las lesbianas admiten que es agradable a los ojos.
Preparándonos para La Roca, observamos nuestros rituales habituales del sábado.
Cuando acabaron las horas de visita y de comer, Pop y las suyas acabaron de limpiar
el comedor y me entregaron nuestro picoteo especial para la película, aquella noche
nachos, mi favorito. Entonces me tocaba a mí, la corredora, sacar de contrabando la
comida de la cocina y llevármela a buen recaudo sin que me cogiera ningún OC.
Normalmente pasaba por el dormitorio C, metía mi tupperware y el de Pop en mi
cubículo y les entregaba los suyos a Toni y Rosemarie, nuestras compañeras de cine.
Entre los trabajos de Rosemarie como limpiadora se encontraba preparar las sillas
en la sala de visitas para la noche de cine. Eso significaba que controlaba la situación
de las sillas especiales, «reservadas» para determinadas personas, incluidas nosotras
cuatro en la parte trasera de la sala. Junto a nuestros asientos reservados se
encontraba uno de esos muebles extraños que estaban repartidos por la prisión, una
mesa alta y estrecha que nos servía como aparador. Yo estaba a cargo de colocar otro
cuenco tupperware lleno de hielo para las gaseosas de Pop, y de sacar la comida y las
servilletas cuando llegaba la hora de la película. Pop, que acababa su trabajo en la
cocina a las cinco y trabajaba todo el día hasta la cena, rara vez se presentaba ante la demás con otra cosa que no fuera un gorro para el pelo y la ropa de la cocina. Pero las
noches de cine, justo antes de que empezara la película, Pop aparecía en la sala recién
duchada y vestida con un pijama de hombre de color azul pálido.El pijama era uno de aquellos artículos elusivos que en tiempos se vendieron en el
economato, pero que se habían terminado. Eran unos pijamas de hombre de lo más
corriente, de mezcla de algodón y poliéster blanco, semitransparentes. (De algún
modo, Pop había conseguido que se lo tiñeran). Yo deseé uno con desesperación,
meses después de entrar en la cárcel. De modo que cuando Pop me regaló uno que
había conseguido de alguna manera misteriosa, bailé de alegría alrededor de su
cubículo, saltando como loca hasta que me di un golpe en el marco de metal de la
litera. Toni y Rosemarie me decían:
—¡Baila el baile del pijama, Piper!
Y yo bailaba por ahí con mi pijama, tan feliz como Snoopy interpretando el Baile
de la Cena. El pijama no era para dormir. Solo lo llevaba los fines de semana, para la
noche de cine o para ocasiones especiales, cuando quería estar guapa. Me sentía tan
maravillosamente bien con aquel pijama…
A Pop le encantó Pisando fuerte. Prefería una película con un guión sencillo,
quizá con un poco de romanticismo añadido. Si la película era sentimentaloide,
lloraba, yo me reía de ella y ella me decía que me callara la boca. Lloró con Radio,
mientras yo miraba escéptica a las gemelas italianas.
Después de Casa de arena y niebla, se volvió hacia mí.
—¿Te ha gustado?
Me encogí de hombros.
—Hum… estaba bien.
—Pensaba que era el tipo de películas que te gustaban.
No pensaba volver a pasar la vergüenza de haber recomendado con entusiasmo
Lost in translation cuando la pasaron unos meses antes. Las damas de Danbury
declararon unánime y estruendosamente que era «la peor película que habían visto
nunca». Boo Clemmons se echó a reír, meneando la cabeza.
—Tanto hablar, tanto hablar, y Bill Murray ni siquiera se la llega a follar.
La película de la noche en realidad era una excusa para comer. Pop preparaba una
comida especial para el sábado de cine que suponía un cambio con respecto a la
inacabable canción de las féculas en el comedor. Los raros días que en la barra de
ensaladas había brócoli o espinacas o (¡milagro de los milagros!) cebolla en aros, una variación muy deseada con respecto a la interminable monotonía de los pepinos y la
coliflor cruda, la tensión era enorme. Yo me negaba a vivir de patatas y arroz blanco.
Empuñaba con una sonrisa las pinzas de plástico y miraba a Carlotta Alvarado, al
otro lado de la barra de ensaladas, como desafiándola a ver quién llenaba más rápido nuestros pequeños cuencos de verduras frescas… yo para devorarlas al momento con aceite y vinagre, ella para metérselos en los pantalones y cocinarlas más tarde.
El día de pollo era un caos. Primero, todo el mundo quería la mayor cantidad de
pollo que te pudieran dar las trabajadoras de la cocina. Ahí era muy provechoso estar a buenas con Pop. Las normas de la escasez gobernaban la vida de la cárcel: acumula
cuando se presenta la ocasión, y luego ya verás lo que haces con tu botín. Si me ponía
más pollo en el plato del que me iba a comer, luego podía permitirme el lujo de la
caridad, de regalarlo y conseguir puntos. A veces había un grupo competitivo de
mujeres que miraban mi plato esperando una señal de que había terminado.
—¿No te vas a comer eso?
A veces, sin embargo, sí que tenía planes para aquel pollo. El día del pollo,
Rosemarie solía prepararnos una comida especial. Nos pedía a Toni y a mí que no nos
comiéramos el pollo en el comedor de la prisión y que nos lo metiéramos en los
pantalones y lo sacáramos de contrabando, y así podría usarlo en una creación
culinaria al estilo tex-mex aquella misma noche. Necesitábamos para ello una bolsita
de plástico o un gorro para el pelo limpio, que nos debía proporcionar alguien que
trabajase en la cocina o una limpiadora.Había que meter la comida en el envoltorio
adecuado en la mesa, deslizarlo por la parte delantera de tus pantalones y salir tan
tranquilamente como pudieras con el pollo de contrabando apretado contra el pubis.La lista de cosas importantes que puede perder una reclusa es muy breve: buenos
ratos, privilegios de visita, acceso al teléfono, asignación de alojamiento, asignación
de trabajo, participación en programas.
Básicamente es eso. Si te cogen robando
cebollas, una guardiana puede quitarte una de esas cosas o darte un trabajo extra.
Aparte de eso, la única opción que queda es la UHE. ¿Estaría dispuesto un guardia a
encerrar a una ladrona de cebollas o contrabandista de pollo en la UHE?
Digámoslo de otro modo: llevarte a la UHE es un recurso finito, y el guardia y su
personal tienen que usarlo juiciosamente. Si llenas la UHE de contrabandistas de
pollo, ¿qué harás si alguien hace algo verdaderamente grave?
Los cumpleaños son una rareza en la cárcel. Mucha gente se niega a revelar cuál
es el suyo, ya sea por paranoia o sencillamente porque no quieren que lo celebren otras. Yo no era una de esas que se negaban, e intentaba mostrarme optimista ante la celebración de mi cumpleaños en Danbury, diciéndome cosas como: «al menos solo será uno» o «al menos no son los cuarenta».
Hay un ritual peculiar en el campo: las amigas de la presa se introducen a
escondidas en mitad de la noche en su cubículo para decorarlo con carteles de «Feliz cumpleaños» pintados a mano, collages hechos con revistas y caramelos, todo lo cual colocan con cinta adhesiva en el exterior de su cubículo mientras la interesada duerme. Esas decoraciones ilegales eran toleradas por los guardias aquel día, pero luego la chica que celebraba su cumpleaños debía quitarlas. Esperaba que me regalaran una barrita de chocolate Dove.
El día antes de mi cumpleaños salí a correr después de cenar cuando apareció
Amy junto a la pista de carreras.
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Orange is the new black (libro)
Teen FictionPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...