que duraría todo el día y que se llevaría a cabo en la salita de televisión más pequeña. En el grupo se encontraba una de mis compañeras de habitación, una chica dominicana rellenita enfurruñada y amable a la vez, una extraña combinación. Llevaba un tatuaje de una figura de Mefistófeles bailando en el brazo, con las letras JC. Yo le pregunté si se referían a Jesucristo… ¿quizá para protegerla del festivo demonio?
Ella me miró como si yo estuviese completamente loca, y luego levantó las cejas.
—Son las iniciales de mi novio.
Sentada a mi izquierda, contra la pared, se encontraba una chica negra que me gustó al momento, sin que hubiera ningún motivo racional. Las trencitas pegadas a la cabeza y la agresiva mandíbula no podían disimular el hecho de que era muy joven y muy guapa. Hablé un poco con ella, preguntándole
su nombre, de dónde era, cuánto tiempo tenía, esas típicas preguntas que imaginaba que era aceptable hacer. Se llamaba Janet, era de Brooklyn y le habían caído sesenta meses. Daba la sensación de que pensaba que yo era muy rara por hablar con ella.
Luego estaba una mujer blanca menuda, en el otro extremo de la sala, muy habladora. Unos diez años mayor que yo, con aspecto amistoso, el pelo rojo y desgreñado, la nariz aquilina y la piel muy arrugada, parecía que había vivido en las montañas o junto al mar. Había vuelto a la cárcel por violar la libertad condicional.
—Me pasé dos años en Virginia Occidental. Es como un campus enorme y la comida está bien.
Esto es una mierda.
Lo dijo animada, y me asombró que, al volver a prisión, alguien pudiera tomárselo de una manera tan natural y optimista. Otra mujer blanca del grupo también había vuelto por lo mismo, y estaba mucho más amargada, cosa que tenía mucho más sentido para mí. El resto del grupo era una mezcolanza de mujeres negras y latinas que se apoyaban en las paredes, mirando al techo o al suelo.
Todas íbamos vestidas igual, con aquellas absurdas zapatillas de lona.
Nos sometieron a cinco insoportables horas de presentación de todos los departamentos importantes de Danbury: finanzas, teléfonos, recreo, comisariado, seguridad, educación, psiquiatría… un despliegue de atención profesional que de alguna manera tenía como resultado un nivel de vida asombrosamente bajo para las presas. Los conferenciantes se podían encuadrar en dos categorías: contritos o condescendientes. Los contritos incluían al psiquiatra de la prisión, el doctor Kirk, que era más o menos de mi edad y guapo. Podía haber sido el marido de alguna de mis amigas.
El doctor Kirk nos informó tímidamente de que estaba en el campo unas pocas horas cada jueves y que «realmente no podía proporcionar» servicios de salud mental, a menos que fuese «una
emergencia». Era el único proveedor de cuidados psiquiátricos para las mil cuatrocientas mujeres del complejo de Danbury, y su principal función era repartir medicamentos psiquiátricos. Si querías que te sedaran, tenías que acudir al doctor Kirk.
En la categoría de los condescendientes estaba el señor Scott, un joven y arrogante funcionario de prisiones que insistía en jugar al juego de preguntas y respuestas con nosotras sobre las normas más
básicas de conducta interpersonal, y nos advirtió repetidamente de que no fuésemos «gay porque es lo que hay». Pero lo peor de todo fue la mujer de servicios sanitarios, que se mostró tan
desagradable que me dejó desconcertada. Nos informó con firmeza de que sería mejor no atrevernos
a hacerle perder tiempo, que ellos decidirían si estábamos enfermas o no, qué era necesario desde el punto de vista médico, y que no debíamos esperar tratamiento para ninguna enfermedad a menos que
amenazase nuestra vida. Yo di gracias silenciosamente por tener buena salud. Si nos poníamos enfermas, lo teníamos claro.
Cuando salió aquella mujer de servicios sanitarios, la pelirroja exclamó:
—Por el amor de Dios, ¿qué mosca le ha picado a esta tía?
A continuación entró en la sala un hombre de Servicios, grande y campechano, con unas cejas
enormes y pobladas.
—¡Hola, señoras! —exclamó, atronador—. Me llamo señor Richards. Solo quería decirles que siento que estén aquí. No sé por qué han venido, pero ojalá las cosas hubiesen sido diferentes. Esto
quizá no las consuele mucho ahora mismo, pero lo digo de corazón. Sé que todas tienen familia e hijos, y tendrían que estar con ellos en su casa. Espero que pasen aquí un tiempo breve —después de horas de tratarnos como niñas desagradecidas y embusteras, aquel desconocido mostraba una
sensibilidad notable. Todas nos animamos un poquito.
—¡Kerman! —otra presa con una tablilla con sujetapapeles metió la cabeza en la habitación—.
¡Uniforme!
Tuve suerte: llegué a la prisión el miércoles. El asunto de los uniformes se gestionaba los jueves, así que si te entregas el lunes, puedes oler un poco mal después de varios días sin cambiarte, dependiendo de si sudas o no cuando estás nerviosa. Seguí a la del tablero por el vestíbulo hasta una
habitación pequeña donde se repartían los uniformes, restos de cuando aquel lugar había sido una
instalación de hombres. Me dieron cuatro pares de pantalones caqui con goma en la cintura, y cinco
camisas abrochadas caqui de mezcla de poliéster, que llevaban los nombres de sus antiguos propietarios en los bolsillos delanteros: Marialinda Maldonado, Vicki Frazer, Marie Saunders, Karol Ryan y Angel Chevasco. Y también un conjunto de ropa interior blanca térmica, un gorro de lana que
picaba, pañuelo y mitones, cinco camisas blancas, cuatro pares de calcetines sin talón, tres sujetadores blancos deportivos, diez bragas de abuela (que pronto descubrí que perdían el elástico al cabo de un par de lavados) y un camisón tan enorme que me hizo reír y al que todo el mundo se
refería como el «mumu».
Finalmente, el guardia que me tendía la ropa silenciosamente, me preguntó:
—¿Qué talla de zapatos?
—Nueve y medio.
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Orange is the new black (libro)
Teen FictionPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...