-Escucha, deja que hagamos nosotras la cama. Sabemos cómo hacerla para que pase la Inspección..
¿Inspección? Nadie me había hablado de inspecciones.
-Hay inspecciones cuando a Butorsky le da la gana... y el tío está loco -dijo Antuanet. Se pone de pie encima de las taquillas para ver si hay polvo en las lámparas. Anda por encima de tu cama. Es un loco. ¡Y esa -señaló la litera que estaba debajo de la mía- no quiere ayudar a limpiar!
Uf. A mí tampoco me gustaba limpiar, pero ciertamente, no quería arriesgarme a incurrir en la ira de mis nuevas compañeras de cuarto.
-¿Así que tenemos que hacer las camas cada mañana? -dije, otra pregunta perspicaz.Annette se me quedó mirando.
-No, dormimos encima de la cama.
-¿No dormís dentro de la cama?
-No, hay que dormir encima, tapándote con una manta -pausa.
-¿Pero qué ocurriría si durmiera en la cama?
Annette me miró con la exasperación de una madre ante su recalcitrante hija de seis años.
-Mira, si quieres hacerlo, adelante... ¡pero serías la única en toda la cárcel!Ese tipo de presión social es irresistible; no llegaría a meterme entre las sábanas en los quince meses siguientes. Dejé pasar el tema de las camas. La idea de cientos de mujeres durmiendo encima de unas camas perfectamente hechas al estilo militar era demasiado extraña para que me enfrentase a ella en aquel momento. Además, allí cerca un hombre aullaba:
-¡Recuento, recuento, recuento! ¡Hora del recuento, señoras! -miré a Annette, que parecía nerviosa.
-¿Ves esa luz roja? -fuera, en el pasillo, por encima del puesto de los oficiales, se encontraba
una gigantesca bombilla roja que ahora estaba iluminada-. Esa luz se enciende durante el recuento.
Cuando esa luz está encendida, será mejor que estés donde debes estar, y no debes moverte hasta que se apague.
Las internas corrían arriba y abajo por el pasillo, y dos jóvenes latinas entraron a toda prisa en la habitación.
Annette hizo unas presentaciones rápidas.
-Esta es Piper.
Ellas apenas me miraron.
-¿Dónde está la que duerme aquí? -pregunté, señalando a mi ausente compañera de litera.
-¡Esa! Trabaja en la cocina, así que la cuentan allí. Ya la conocerás -hizo una mueca-. Vale, sshhh... es un recuento de pie, no se puede hablar. Y las cinco nos quedamos calladas junto a nuestras literas, esperando. Todo el edificio se quedó en silencio de repente; lo único que se oía era el tintineo de las llaves y el resonar de las pesadas botas.
Al final, un hombre metió la cabeza dentro de la habitación y... nos contó. Luego, unos segundos
después, vino otro hombre y nos volvió a contar. Cuando se fue, todo el mundo se sentó en las camas y en un par de taburetes, pero me imaginé que no sería adecuado sentarme en la cama de mi
Compañera ausente, de modo que me apoyé en mi taquilla vacía. Pasaron los minutos. Angela y Emma empezaron a hablar entre susurros con la señorita Luz en español.De repente oímos:
-¡Recuento, señoras! -todas se pusieron en pie de un salto, y yo me puse firme.
-Siempre se equivocan -murmuró Annette, en voz baja-. ¿Tan difícil es contar?
Nos volvieron a contar, esta vez al parecer con éxito, y concluyó así el tema de los recuentos.
-Es hora de cenar -dijo Annette. Eran las cuatro y veinte de la tarde. Según los esquemas de Nueva York, una hora para cenar increíblemente poco civilizada.
-Somos las últimas
-¿Qué quieres decir?
Por los altavoces, el OC iba diciendo números: «A2, A10, A23, ¡a comer! B9, B18, B22, ¡a comer! C2, C15, C23, ¡a comer!».
Annette explicó:
-Está llamando a los cubículos de honor. Ellas comen primero. Luego llama a las de los dormitorios por orden, según lo bien que lo hayan hecho en la inspección. Las habitaciones son siempre las últimas. Siempre somos las peores en la inspección.
Asomé la cabeza por la puerta y miré a las mujeres que se dirigían al comedor, y me pregunté qué sería un cubículo de honor, pero pregunté:-¿Qué hay para comer, de todos modos?
-Hígado.
Después de comer hígado con habas limeñas, servido en un comedor que me trajo a la memoria todos los recuerdos espantosos de las cantinas del colegio, mujeres de todas las edades, tamaños y
colores inundaron la sala principal del edificio, gritando en inglés y en español. Todas parecían esperar allí en la sala, sentadas en grupos en las escaleras o bien en el rellano. Supuse que yo también debía estar allí e intenté hacerme invisible y escuchar todo lo que se decía a mi alrededor, pero no entendí qué era lo que pasaba allí. Al final, tímidamente, se lo pregunté a una mujer que estaba a mi lado.-¡Es el correo, cariño! -me respondió.
Una negra muy alta situada en el rellano al parecer repartía artículos de tocador. Alguien a mi derecha hizo una seña hacia ella.
-Gloria se va a casa, ¡está esperando que la llamen!
Miré a Gloria con renovado interés, y vi que ella intentaba encontrar a alguien que quisiera un peine pequeño y morado. ¡Irse a casa! La idea de irse me resultaba fascinante. Parecia tan amable, tan feliz mientras repartía todas sus cosas... Me sentí un poquito mejor sabiendo que una se podía ir a casa algún día y abandonar aquel lugar siniestro. De repente quise tener su peine morado, lo deseé con intensidad. Parecía de esos peines que llevábamos en los bolsillos traseros de los vaqueros, en el instituto, y que usábamos para arreglarnos el flequillo. Miré el peine, demasiado tímida para acercarme y pedírselo, y desapareció al momento, reclamado por otra mujer.

ESTÁS LEYENDO
Orange is the new black (libro)
Novela JuvenilPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...