Alto Voltaje

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Una mañana, mi compañera de AO Little Janet me buscó y me dijo:

-¡Ya tenemos trabajo!

Me habían asignado al taller eléctrico, en el Servicio de Construcción y Mantenimiento (SCM).

Me sentí decepcionada. ¿Por qué no podía enseñar, alimentar las mentes hambrientas de lasoprimidas, que esperaban a ser liberadas, literalmente?

El programa obligatorio del DEG había sido clausurado temporalmente. Las dos aulas estaban invadidas por un virulento y tóxico moho que se introdujo en libros de texto, paredes y muebles, y que enfermó a muchas personas. Parece que las profesoras internas pasaron unas muestras de contrabando a una persona ajena para que las analizaran y presentaron una queja. La profesora titular se puso del lado de las presas, para gran enfado de la dirección de la prisión. Las estudiantes se
alegraron mucho de aquel cierre, ya que la mayoría de ellas no querían asistir a aquellas clases. De modo que me tocó la electricidad.

Al día siguiente, Little Janet y yo seguimos a las demás trabajadoras del SCM, un helado día de
marzo, hasta un enorme autobús escolar blanco aparcado detrás del comedor. Después de un mes atrapada en los confines del campo, el viaje en autobús fue realmente jubiloso. Dimos toda la vuelta a la ICF y nos depositaron en medio de un conjunto de edificios bajos. Eran los talleres del SCM -garaje, fontanería, seguridad, construcción, carpintería, jardinería y ñ electricidad-, cada uno en su propio edificio.

Janet y yo entramos en el taller eléctrico, parpadeando ante la repentina oscuridad que
encontramos allí. El suelo era de cemento y había unas cuantas sillas, muchas de ellas rotas; en el centro se encontraba un escritorio con un televisor encima, y unas pizarras donde alguien llevaba un calendario mensual grande a mano, tachando los días. Había también una nevera y un microondas, y una planta de aspecto debilucho en una maceta. Un cubículo totalmente enjaulado y brillantemente iluminado contenía las herramientas suficientes para abastecer una ferretería pequeña. En la oficina cerrada, la puerta estaba llena de pegatinas de un sindicato. Mis compañeras presas se sentaron en todos los asientos útiles. Yo me senté en el escritorio, al lado del televisor.

Se abrió la puerta de golpe.

-Buenos días -entró un hombre alto, barbudo, con los ojos saltones y gorra de camionero, y se
metió en el despacho. Joyce, que era bastante amiga de Janet, dijo:

-Es el señor DeSimon.

Diez minutos más tarde, el señor DeSimon salió del despacho y pasó lista. Nos iba mirando a todas a medida que leía nuestros nombres.

-La auxiliar os explicará las normas del cuarto de herramientas -dijo-. Si rompéis las normas, iréis a la UHE -y se volvió a meter en el despacho.

Todas miramos a Joyce.

-Pero ¿vamos a hacer algún trabajo?

Ella se encogió de hombros.

-A veces sí, a veces no. Depende de su estado de ánimo.

-¡Kerman! -pegué un salto. Miré a Joyce.

Ella me miró con los ojos muy abiertos.

-¡Ve! -susurró.

Me acerqué a la puerta del despacho con precaución.

-¿Sabes leer, Kerman?

-Sí, señor DeSimon, sé leer.

-Bien. Lee esto -dejó un manual encima de su mesa-. Y tus compañeras convictas que son nuevas también deben leerlo. Os haré un examen.

Salí otra vez del despacho. El tocho era un curso básico de electricidad: energía eléctrica corriente eléctrica y circuitos básicos. Pensé un momento en los requisitos de seguridad del trabajo y miré a mis compañeras con una cierta preocupación. Había un par de veteranas, como Joyce, que era filipina y muy sarcástica. Todas las demás eran nuevas, como yo: además de Little Janet estaba Shirley, una italiana muy nerviosa que parecía temer que la apuñalasen con un cuchillo improvisado en cualquier momento; Yvette, una amable portorriqueña que iba por la mitad de su condena de catorce años y, sin embargo, todavía no sabía más que diecisiete palabras en inglés (como máximo); y Levy, una diminuta judía franco-marroquí que aseguraba que había asistido a la Sorbona.

A pesar de lo que presumía de su educación en la Sorbona, Levy resultó ser una inútil total en
nuestros estudios eléctricos. Pasamos varias semanas estudiando aquellos manuales (bueno, algunas lo hicimos), y luego nos hicieron una prueba. Todo el mundo copió y compartió las respuestas. Yo estaba convencida de que no habría repercusiones aunque suspendiéramos aquel examen o nos cogieran copiando. Todo aquello me parecía absurdo: no iban a despedir a nadie por incompetencia... Sin embargo, el simple instinto de conservación exigía que leyese y recordase las explicaciones de cómo controlar la corriente eléctrica sin freírme. No pensaba acabar despatarrada en el suelo de linóleo con mi traje de poliéster caqui y un cinturón de herramientas sujeto a la cintura.

Orange is the new black (libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora