igurada por una cirugía plástica extrema. Era algo horrible de ver, con los pechos como dos balones, labios de pato e incluso implantes en el culo, y se rumoreaba que había hecho operaciones de cosmética ilegales en alguna trastienda, y que «había inyectado a la gente fluido de transmisión» para disolver la celulitis. Yo sospechaba que la realidad era que había cometido un fraude médico, sencillamente. Se rumoreaba que una rubia lista y manipuladora de mediana edad había robado decenas de millones de dólares con una estafa muy sofisticada. Una dama anciana apenas había pasado el andador por la puerta cuando corrió como la pólvora que había robado mucho dinero de su sinagoga. La mayoría contemplaba ese hecho con desaprobación. («¡No está bien robar a una iglesia!»).
No había que tomarse al pie de la letra nada de lo que se oyera contar a otra presa. Piénsenlo: Pongan a un montón de mujeres en un espacio reducido, denles pocas cosas que hacer y mucho tiempo… ¿qué se puede esperar? Y además, lo crean o no, cotillear ayudaba a pasar el rato. Pop tenía los mejores cotilleos, los más históricos y reveladores. Por ella supe por qué habían enviado a Natalie a la ICF hacía un montón de años: echó agua hirviendo a otra presa en la cocina. Yo no podía creerlo.
—¡Esa hija de puta la estaba jodiendo, y tú no sabes, Piper, el carácter que tiene tu compañera de litera! —Era difícil reconciliar esa rabia y esa agresividad con mi compañera, tan tranquila y digna siempre, y que me trataba con tanta amabilidad. Pero según palabras de la propia Pop, «¡con Natalie no se juega!».
Viendo lo sorprendida y preocupada que me quedaba yo por aquella nueva faceta de Natalie, Pop intentó hacerme ver algunas realidades de la prisión.
—Mira, Piper, las cosas por aquí están muy tranquilas, pero no siempre es así. A veces salta algo de mierda. Y allá abajo… ¡no veas! Algunas de esas zorras son como animales. Además, allí tienen a gente con cadena perpetua. Tú tienes que cumplir un añito nada más, y te parece duro, pero cuando te toca una condena gorda, o cadena perpetua, las cosas se ven de una manera muy diferente. No puedes tragarte la mierda de cualquiera, porque se trata de tu vida, y si dejas que alguien te pisotee una vez, siempre tendrás problemas.
»Yo conocía a una de allá abajo… una chica menuda, muy tranquilita, se lo guardaba todo dentro, no molestaba a nadie. Esa chica tenía cadena perpetua. Hacía su trabajo, corría por la pista, se iba temprano a la cama, esas cosas. Entonces aparece una chica joven que era muy problemática.
Empieza a meterse con la tía esta menuda. Le hace la vida imposible, la persigue a todas horas, es una cría idiota. Bueno, pues esa mujercita, que nunca había dicho ni pío a nadie, va y mete dos candados en un calcetín y le canta las cuarenta a la chica. No había visto en mi vida una cosa igual, la chica estaba destrozada, sangre por todas partes, la dejó hecha polvo. Pero ¿sabes qué, Piper? Aquí es donde estamos. Y no estamos todas en el mismo barco. Acuérdate de lo que te digo.
Cuando Pop me contaba alguna historia como esta, yo bebía sus palabras. No tenía forma alguna de verificar si aquello era verdad o no, como la mayor parte de las cosas que oía en la cárcel, pero comprendí que esas historias tenían su razón de ser. Describían nuestro mundo tal y como era, tal y como nosotras lo experimentábamos. Sus enseñanzas resultaban muy valiosas y precisas.Afortunadamente, lo más cerca que estuve de una pelea no fue con candados ni calcetines, sino más bien con fibra. Cuando en la barra de ensaladas aparecía algo que no era coliflor o lechuga iceberg, yo me ponía las botas. Un día había un puñado de espinacas mezcladas con la lechuga iceberg, y empecé a elegir alegremente las hojas oscuras para mi comida. Iba tarareando una cancioncilla entre dientes, intentando no hacer caso del ruido del comedor. Pero mientras iba seleccionando cuidadosamente las espinacas y evitando la lechuga, empecé a oír unas palabras que
sobresalían del ruido, junto a mi oído.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Tú! ¡No vayas eligiendo! ¡No las elijas!
Me volví y vi de quién procedían los gritos y a quién iban dirigidos. Para mi sorpresa, una chica muy fornida con gorro me fulminaba con la mirada. Yo miré a mi alrededor y luego hice un gesto con las tenacillas.
—¿Me estás hablando a mí?
—Sí, joder. No puedes ir eligiendo las hojitas de ensalada así. ¡Llénate el plato y tira para
adelante!
Yo miré a mi contrincante de la barra de ensaladas, preguntándome quién coño se creía que era.
Recordé vagamente que era nueva, una alborotadora ya conocida en los dormitorios. El día anterior,
Annette, que todavía estaba allí atrapada, se quejaba de lo mal hablada que era esa chiquilla nueva de dieciocho años. Yo sabía por Pop que la barra de ensaladas estaba entre los trabajos de cocina menos deseables, porque en su preparación había que limpiar y cortar mucho. Así que normalmente lo hacían las mujeres de menor categoría en el escalafón culinario.
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Orange is the new black (libro)
Teen FictionPiper Kerman, una joven atractiva y de clase acomodada, se embarca tras su graduación en una relación sentimental con una traficante de drogas para la que acabará trabajando como mula. Diez años después, y con su vida ya rehecha, es condenada a pasa...