3ª Pluma

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Una puerta negra, con una corona grabada, custodiada por dos guardas.

Frente a ella, un grupo de gente espera, unos aparentemente tranquilos, otros visiblemente nerviosos; pero todos, si tuvieran pulso, lo tendrían a cien por hora.

Regina llega a esa "sala de espera" y todos los ojos se posan en ella. Avanza, sin dudar, hasta la puerta, hasta los guardas, que inclinan la cabeza de manera respetuosa.

- General, Princesa os espera.

Ella asiente y la puerta se abre.

Unos gritos comienzan a oírse. Alguien suplica por su existencia.

Es un patético soldado, a los ojos de Regina, el que suplica el perdón de Princesa desde el suelo, mientras esta observa a su general entrar, sentada al otro lado de una mesa, aburrida.

- ...mi Princesa, por favor, os lo suplico. –grita el hombre, que se agarra a una de las perneras de la chica al verla –. ¡Regina! ¡Mi señora Regina, mi general! ¡Compadeceos de mí!

Un frío se instala en la habitación al sentir la risa de Princesa.

- ¿Qué opinas, General Regina? –habla, con su voz grave, profunda, seca – ¿Crees que debemos perdonarle? ¿Que podemos dejarle ir sin más?

Regina mira, con mueca asqueada, al desesperado soldado que la mira esperanzado.

Con un movimiento seco de la mano, aparta al hombre de ella, y da dos pasos para alejarse más.

- Un buen Alas Negras jamás suplica –responde, haciendo una reverencia ante su señora.

Princesa sonríe, complacido.

- Debería ser enviado una temporada a Vuestros reinos, hasta que aprenda a comportarse.

- ¿Es eso lo que crees que debo hacer? –pregunta Princesa, súbitamente serio,

Pero Regina no cae en la trampa, conoce la manía de Princesa de poner en aprietos a sus subordinados. Su juego favorito.

- Es lo que esperaría me hicieran a mí –contesta.

La sonrisa sardónica vuelve a Princesa.

- Es lo que deben esperar todos. Pero, ¿ni siquiera te interesa saber qué ha hecho? ¿Ya lo condenas?

- Su súplica ya es motivo suficiente para castigarle.

Y, con un simple gesto del dedo meñique, las sombras de la habitación se agitan, se mueven, atrapando al soldado caído en desgracia, engullendo al imbécil que se atreve a suplicar, y que lo sigue haciendo ante la indiferencia de un general Alas Negras y de la mismísima Princesa de las tinieblas.

- ¿Queríais verme, mi Princesa? –pregunta Regina.

- Sí –responde Ella, haciendo aparecer una copa de rojizo líquido –. Regina, mi eternamente joven Regina. ¿Cuánto tiempo llevas sirviéndome? ¿Desde hace cuánto tus plumas comenzaron a ennegrecerse?

- Un milenio y tres siglos aproximadamente, mi Princesa. Y me recompensáistes con creces nombrándome Vuestro general.

- Sí, mi generosidad es grande. Sobre todo para con alguien con tus orígenes, Regina. Esto demuestra la confianza que deposito en ti. ¿Me eres fiel?

Regina ni siquiera se lo piensa.

- Sí, mi Princesa, te soy fiel.

- ¿Lo darías todo por mí?

- Sí, mi Princesa.

- ¿Hasta tus Alas?

El General palidece ante estas tres palabras de su señora, quien comienza a carcajearse.

- Tranquila, mi niña, no puedo permitirme que uno de mis generales pierda sus Alas –le responde, antes de adelantarse hacia ella y susurrarle –. Tengo una misión para ti.

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