59ª Pluma

266 35 0
                                    

Jadea.

El dolor no la deja respirar correctamente.

Y ese olor a carne quemada, su propia carne abrasada bajo el candente hierro.

Una y otra vez.

- ¡Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaarg! -aúlla cuando Mal le vuelve a marcar la piel con la vara de hierro al rojo vivo.

Y, cuando separa su instrumento de tortura de Regina, el General Alas Negras ríe hasta sonreír, hasta callar.

La agarra por el pelo, tirando de ella hasta levantarla.

- Suplícame -le susurra al oído.

Dolor.

Sólo es consciente del dolor, de esas quemaduras recién producidas, recién grabadas en su piel.

Y es por esto por lo que no le responde; porque no la ha escuchado. Ya ni se acuerda de que está ahí.

- Vamos, suplícame que te deje en paz. Suplica por tu vida -le sigue repitiendo Mal al oído.

Quiere dormir.

Sumirse en ese liberador sueño que la aleje de ese lugar.

Está cansada, tan cansada.

Maléfica, cabreada por no obtener respuesta, la tira contra el suelo, cogiendo de nuevo la barra de hierro, calentándola aún más en cuestión de segundos con su magia y clavándola en una de las manos de Regina.

- ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! -ruge el ex Alas Negras, antes de sumirse en una obligada inconsciencia, agotada.

Y Mal la observa, llena de ira porque aún no ha terminado con esa chica.

Saca de nuevo la barra, y está a punto de volver a usarla cuando una voz lo detiene.

- Si sigues así, la vas matar. Y no creo que a Rumple y a Snow les atraiga esa idea -le indica Zelena.

El General Alas Negras mira al querubín, antes de tirar a un rincón la barra que ha estado usando durante horas y dirigirse fuera del sótano con paso rápido.

- Deberíamos curarla, no sea que muera antes de tiempo -vuelve a hablar Zelena.

- ¡Pues hazlo tú! -le grita Mal, desapareciendo por la puerta.

Zelena suspira, y sigue a su nuevo maestro, dejando sola a la inconsciente Regina.

Bueno, sola.

La silenciosa observadora sale de la oscuridad, dando gracias al Señor por haber podido callar sus lágrimas, sus gritos, su dolor ante la visión de esa tortura que no ha podido parar.

Si tan sólo fuese más fuerte, más poderosa, hubiese podido oponerse a ese General y a su antigua compañera. Pero no.

Por eso ha tenido que callarse, obligarse a mirar en silencio como maltrataban el suave cuerpo que tanto añoraba.

- Regina -susurra, limpiándose esas lágrimas que recorren sus mejillas.

Durante apenas un segundo, duda en acercarse.

Y, apenas un segundo después, corre hasta ella, arrodillándose a su lado, cogiéndola en brazos todo lo que las cadenas le dejan.

- Regina, por favor, dime algo -pide Emma, meciendo el cuerpo inerte de su amante-. Por favor.

Pero no obtiene respuesta.

- Mi niña, mi amor, mi vida. No estás muerta, lo sé. Por favor, dime algo, abre los ojos, lo que sea. ¡No puedes estar muerta!

AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora