5ª Pluma

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- ¿Esperas a alguien? –le pregunta el humano a su lado.

Lo mira con desagrado, descubriendo a un pobre tipo borracho, con un traje ejecutivo lo suficientemente caro como para parecer alguien importante

- No creo que te importe en lo más mínimo –le responde.

El hombre, medio tirado sobre la barra, agarra su vaso de alcohol con ambas manos, como intentando aferrarse a él para no caerse, se ríe tristemente.

- Ahora mismo nada me importa en lo más mínimo –continúa el hombre, animado por la labia que le ha conferido los vasos de whisky que aparentemente se ha tomado antes –. Hace unos minutos era feliz. Hace unos minutos tenía todo lo que quería cuando yo quería. Dinero, mujeres, todo... Pero el hijo de puta de mi contable se lo ha llevado todo. Todo. Hasta el último céntimo. Ya no tengo nada, nada.

El camarero se acerca a Regina y esta lo aleja rápidamente tras pedirle un Old Fashioned, que le trae momentos mas tarde.

- ¿Sabes? Yo antes creía en Dios –suelta el hombre –. Antes pensaba que le caía bien y por eso me daba lo mejor. Pero, ahora...

Y Regina lo mira, viendo que se ha sacado una cruz de oro que lleva colgada al cuello, y la observa.

- Bueno, ahora sigo creyendo en él. Sólo que ahora pienso que...joder, que soy una puta mota de mierda en uno de sus ojos, que se frota para que no le moleste, hasta hacerlo desaparecer... Dios, lo daría todo por encontrar a ese cabrón, por volver a tener el mundo bajo mis pies.

Una sonrisa aparece en la cara de Regina.

- ¿Qué darías exactamente? –le pregunta.

El hombre la mira, confuso, como si hubiese olvidado que estaba ahí. Entonces, y como recordando algo importante, le tiende la mano.

- Killian Jones, a su servicio –dice.

Regina acepta la mano.

- Encantada de conocerle, señor Jones, pero no ha respondido a mi pregunta, ¿qué es lo que daría exactamente por recuperar su antigua vida? Porque, por un módico precio, puedo darle incluso más poder, más dinero, más mujeres de las que tenía antes.

- No he oído su nombre –comenta el hombre, curioso de saber quien es ese ángel de la guarda que se le ha presentado delante.

- No lo he dicho, y poco importa. Sólo soy la que te va a devolver esa vida que tanto deseas, sumándole detalles que no llegaste a tener antes.

El hombre la mira escéptico.

- ¿Cuál es el precio?

- Nada del otro mundo, nada importante. Sólo... tu alma. Ya ves, que tontería, te pido algo tan nimio por volver a ser alguien, por darte lo suficiente como para encontrar a ese cabrón de contable y darle por el culo hasta que termine por gustarle. Piénsalo, Dios te da la espalda y yo te ofrezco una vía rápida a la cumbre del éxito. Serás...el dueño y presidente de la multinacional más importante que haya visto este mundo. Nadie será tu rival, nadie podrá oponerse a ti, nadie...

- Eso es una sarta de chorradas –interrumpe el hombre, ligeramente molesto –. ¿Quién me dice a mí que no me estás tomando el pelo? Dices que me vas a dar todo eso sólo por mi alma. Menuda chorrada.

Regina sonríe.

- ¿Crees eso? ¿Crees que son tonterías? ¿Bobadas? Te propongo algo. Me firmas un pequeño papel que tengo aquí, te terminas lo poco que te queda de copa, te vas a donde vayas a ir a dormir y, si mañana, tu día no mejora, es que tendrás razón; pero, si no...

- ¿Si no...?

El Alas Negras se acerca a él, susurrándole al oído, mientras saca un sobre de un bolsillo interior de su chaqueta:

- Si no, serás el hombre más poderoso del mundo.

Con delicadeza, le deja el sobre delante.

El hombre mira a Regina, antes de mirar ese sobre en la barra. Lo coge, lo observa con detenimiento, antes de sacar las hojas dobladas de su interior, cuyas blancas páginas están escritas con minúscula letra, apenas visible si no fuese con lupa. Pero al hombre le importa poco, busca desesperado una pluma con la que firmar.

Regina, con una sonrisa triunfal, agarra la mano del hombre, saca una pequeña navaja, con la que hace un pequeño corte en uno de los dedos.

- Pon una gota de tu sangre sobre las hojas, y el contrato estará firmado –le sonríe.

Y, sin dudar ni un ápice, el hombre pone su dedo sobre dicho contrato, dejando su huella dactilar ensangrentada en ella. Suspira, confiado, cogiendo su copa, acabándosela de un solo trago y abandonando el bar. Dejando atrás a una feliz Regina, que ya saborea su nueva adquisición, cuando ve aparecer a Zelena por la puerta.

Guarda el contrato y la saluda.

- ¿Llego tarde? –pregunta el Alas Blancas.

- Para nada, llegas justo a tiempo.

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