14ª Pluma

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Suspira.

Con los ojos cerrados, se concentra en ese viento que golpea su cara, que juguetea con su pelo y aleja de ella ese olor, ese nauseabundo olor que la persigue, la acorrala e invade, acosándola constantemente. Un olor mezcla de sudor, fragilidad, debilidad y sentimientos que le provoca nauseas a cada segundo que pasa.

- ¿¡Se puede saber qué demonios se te pasa por la cabeza?! ¡Bájate inmediatamente de ahí! –oye gritar a Emma, tras ella.

Regina sonríe, aun sentada en la barandilla que separa el ático de ese edificio con una caída limpia de alrededor de dieciocho pisos.

- ¡Te he dicho que bajes de ahí! ¿¡Acaso quieres matarte!? –sigue gritando el Alas Blancas.

Regina se gira, mirando a Emma.

- ¿No te acercas? –le pregunta – Hay unas vistas increíbles.

Y la querubín suspira, haciendo acopio de paciencia.

- ¿Quieres hacerme el favor de bajarte de ahí y venir aquí? –intenta de nuevo.

- No hasta que vengas y veas las pedazo de vistas que tiene este sitio.

- Baja.

- Ven.

- No, baja.

- No, ven tú.

- ¿Quieres venir?

- Oblígame.

La sonrisa de Regina la estaba sacando de quicio.

- Por favor, deja de comportarte como una niña pequeña y baja de ahí. Es peligroso.

- Ya sé que es peligroso, de ahí su encanto. Y no me comporto como una niña pequeña. Tú que te empeñas en perderte estas vistas.

La paciencia de Emma se quiebra.

- ¡Como no bajes de ahí...! –comienza.

La sonrisa se borra de la cara de Regina y en sus ojos comienza a arder un fuego de odio.

- ¿Qué? –corta, saltando la barandilla, situándose a escasos milímetros de Emma –. Como no baje, ¿qué? ¿Qué piensas hacerme? ¿Hacer de mi vida un infierno? Ya lo es. Ni se te ocurra amenazarme, Alas Blancas. Tal vez no sea General, ni siquiera un simple Alas Negras; pero ni se te ocurra amenazarme, ¿queda claro? Porque no puedes, porque todo lo que se te ocurra decirme como amenaza, apenas supera lo que yo misma he pensado en hacerme para terminar con esta vida mortal y decadente que me han impuesto.

Los profundos y negros ojos de Regina, clavados en los de Emma, hacen que el Alas Blancas sienta un vértigo repentino.

Tal vez ya no tenga alas; pero, en el fondo, esa chica sigue siendo Regina, General Alas Negras, hija de la mismísima Princesa de las Tinieblas.

Y tiembla ante tal revelación, bloqueada, incapaz de hacer o decir nada.

No sabe qué va a pasar, no sabe qué va a hacer Regina, cuyo aliento siente sobre su piel, poniéndola aún más nerviosa.

Empieza a rezar, pidiendo que se aleje de ella, que vuelva al refugio y se esté quietecita y sin causar problemas.

Y está en esas cuando llega un beso deseado inconscientemente. Un beso inesperado que la tensa, que la relaja poco a poco, aceptándolo.

Un beso profundo y apasionado que le hacen apoyar sus propias manos en las caderas de Regina.

Hasta que un pensamiento, un único pensamiento la devuelve a la realidad.

"¿Se puede saber qué estás haciendo?", se reprocha a sí misma.

Emma empuja a Regina lejos de ella, pasando el dorso de su mano por sus labios en un intento de borrar la huella de los de la chica; mirando al suelo, incapaz de levantar su mirada y afrontar los hechos.

Sin embargo, cuando lo hace, ese odio a sí misma por lo ocurrido, por el momento de debilidad, se convierte en ira hacia esa maldita Regina que la observa con sonrisa triunfal.

Y su brazo cruza el aire, abofeteando al antes Alas Negras.

- Ni se te ocurra volver a hacerlo –susurra.

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