64ª Pluma

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Un inoportuno rayo de sol la obliga a taparse los ojos con la mano.

Poco a poco, los abre, confusa al descubrir una cama, una habitación que no le suena nada.

¿Dónde está?

No recuerda nada de lo que ha pasado.

Es decir, recuerda que habían secuestrado a Regina.

Oh, Dios. ¡Regina!

Se incorpora rápidamente, provocándole un ligero mareo que la detiene. Y se sujeta la cabeza con una mano en un intento de que la habitación desconocida deje de moverse más de la cuenta.

Y, es entonces, cuando descubre que está desnuda.

¿Se puede saber qué ha pasado?

Se esfuerza en recordar, concentrándose, dándole vueltas.

Y no le gusta lo que recuerda.

Mal, las cadenas, el intenso dolor.

Las náuseas la obligan a levantarse de un salto, dando gracias a dios que la puerta del baño esté abierta y justo al lado. Por lo que termina abrazada al inodoro, sintiendo el frío del suelo contra su piel desnuda.

- Regina -susurra.

Dios, la necesita, necesita esa tranquilidad que tiene al estar junto a ella, entre sus brazos, entre sus labios.

Entonces lo nota.

Nota como alguien la abraza, llenándola de calma, de paz.

La reconoce antes de girarse y verla, abrazándose a ella desesperada.

- Mi niña, mi pobre niña. ¿Cómo estás? -le susurra Regina, meciéndola, dejándole suaves besos en el hombro.

- Aún siento las cadenas en mi piel, Regina. Mis propias alas intentando arrancarse solas -llora Emma.

- Ssssshh, tranquila. No te va a pasar nada, no mientras esté yo contigo.

- Y recuerdo... recuerdo...

Emma se separa bruscamente de Regina, mirándola directamente a los ojos.

- ¡Regina! ¡Tus alas! Las... las recuperaste -sonríe el Alas Blancas.

El General las extiende, ocupando con ellas gran parte del baño.

- Las tengo de vuelta -ríe Regina.

Y Emma se lanza a esos labios que creyó perder hace tiempo, con tanto ímpetu que terminan las dos en el suelo, riendo.

- Regina -llama el Alas Blancas en un momento de descanso entre besos.

- ¿Mmmh? -pregunta esta, sin despegar sus labios de los de Emma.

- Estoy desnuda.

- Lo he notado -se ríe Regina.

- Pero, ¿por qué?

El Alas Negras se separa de su amante, mirándola divertida.

- ¿Cómo que "por qué"? -precgunta.

- Supongo que has sido tú quien me has traído aquí.

- Supones bien. Este es mi refugio.

- Precioso loft -sonríe Emma.

- Gracias.

Y se quedan mirándose mutuamente, sonriéndose, en silencio, durante unos segundos.

- El caso es... -retoma el Alas Blancas.

- ¿Sí?

- ... que, ya que me has traído aquí y me has metido en la cama...

- Ajá -responde Regina, atacando ese cuello que la provoca.

- ... po... podrías haberme puesto... algo por encima...un pijama, por ejemplo -consigue terminar Emma, echando la cabeza hacia atrás.

- Perdona, pero este es el pijama que mejor te queda -le susurra Regina al oído, levantándose, cogiendo en brazos a Emma y llevándola a la cama entre risas.

Y, justo cuando la camisa de Regina toca el suelo, una negra mariposilla hace su aparición, captando toda la atención del General.

Emma, notando la falta de intención de su amante, mira, con cierto cabreo, a eso que le ha dejado sin fiesta de reencuentro, y la seriedad y la preocupación invaden su rostro.

- ¿Qué es lo que quiere Princesa? -le pregunta a Regina, observándola mientras la mariposa se posa en el dedo extendido del General.

- Tenemos reunión -le informa, besándola antes de levantarse a por su camisa-. Así que vístete, porque, si me sigues provocando, no respondo de mis actos.

El Alas Blancas ríe.

- ¿Y la ropa? ¿De dónde la saco? -le pregunta, con sonrisa chula.

- Cariño, estás saliendo con un General Alas Negras. Lo que llevas ahora mismo puesto es perfecto.

Emma, sorprendida, observa la chaqueta de cuero roja y los vaqueros que lleva puestos, tras haber aparecido de la nada.

- Venga, ¿nos vamos? -le pregunta Regina, tendiéndole la mano.

El Alas Blancas sonríe y, de un salto, le coge la mano, abraza y besa, segundos antes de desaparecer.

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