20ª Pluma

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La besa.

Un beso rápido fugaz.

Y Regina se retira, dirigiendo sus pasos a la cama.

Pero un brazo para su avance, reteniéndola segundos antes de obligarla a girarse, besando de nuevos esos suaves, carnosos y deliciosos labios con tanta pasión que obliga al ex Alas Negras a soltar un gemido gutural.

Y es entonces cuando toma el control, acorralando al Alas Blancas contra la pared, sonriendo ambas al notar el choque.

Se separan brevemente observando cada una el deseo en los ojos de la otra, ampliando esa sonrisa antes de fijarse en sus respectivos labios, como un cazador observa a su presa. Y vuelven a ese combate de labio contra labio, lengua contra lengua, sin perdedoras.

Regina abandona esa boca con un último mordisco al labio inferior que derrite a Emma, para ir a atacar sin piedad ese cuello, esa clavícula y ese pecho que descubre poco a poco al subirle la camiseta al Alas Blancas, que suspira con cada beso, con cada mordisco.

Y, cuando la camiseta ya es abandonada descaradamente en algún rincón del apartamento, Emma nota como una mano intenta colarse en su pantalón, obligándola a gemir, obligándola a arquearse.

Y es entonces cuando...

Cuando el despertador suena.

Regina alarga la mano para apagar el aparato y, desperezándose, mira a Emma, que la observa, pálida, desde el sillón donde duerme normalmente.

- ¿Pasa algo? –pregunta.

Emma no responde, sólo señala el baño, se levanta y se encierra en él.

Abre el grifo de agua fría, mojándose la cara y la nuca, mirándose al espejo.

Dios, ¿se puede saber a qué ha venido ese sueño?

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