13ª Pluma

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Silencio.

La calma tras la tormenta.

Se han tirado, cuantos, ¿treinta y cinco minutos? Sí, alrededor de treinta y cinco minutos gritando en el pasillo.

Y ahora nada.

No es que le importe. Pasa completamente de todo, pero se está empezando a aburrir sola.

Se come el último trozo que queda de ese pan, lo único comestible entre tanta verdura, fruta y demás comida nutritivamente sana.

¿Acaso piensa ese Alas Blancas que, por ser humana, va a cuidarse? Aparte, donde esté una buena hamburguesa con queso y bacon y una bolsa de Doritos, que se quite lo demás.

Los gritos vuelven.

Bueno, parece que va seguir sola por un buen rato. Que ilusión.

Echa un vistazo por la habitación, buscando algo de entretenimiento. Pero ni siquiera hay una mísera revista.

De un salto, baja de la encimera en la que está sentada y suspira. Mira hacia la puerta; pero no hay ganas de salir a intervenir. Que se coma el marrón el otro Alas Blancas...Zelena era, ¿no?

Sin saber qué hacer, va a ponerse el pantalón y la camisa, luego coge su abrigo y va hacia la ventana.

Vaya, está muy alto. ¿En qué piso estarán? En el octavo. Noveno, si nos ponemos tiquismiquis.

De acuerdo, por ahí no puede salir.

Se da la vuelta, buscando por la habitación, hasta que ve la puerta del baño. Y sonríe.

Y amplía su sonrisa cuando, al entrar en él, ve la escalera de incendios al otro lado de la ventana.

Entonces escucha. Ha vuelto el silencio y debe darse prisa.

Es entonces cuando la puerta se abre, cerrándose tras una furiosa Emma, que suspira antes de enfrentarse con ese infernal ser que tiene que liarla hasta sin alas.

- Está bien –comienza a hablar –. Vamos a tener que poner una serie de reglas básicas para nuestra convivencia ya que, por lo que parece, me toca vigilarte completamente sola, y no puedo arriesgarme a fastidiar esta misión. Y menos con tu madre vigilando cada uno de nuestros actos. ¿Me escuchas, Regina?

Pero no recibe respuesta.

El Alas Blancas sale de la cocina barra entrada, pasando a la habitación.

Y frunce el ceño.

Nadie.

La preocupación comienza a invadirla, hasta que un golpe de aire fresco la hace girar su cabeza hasta el baño, donde ve la ventana abierta.

Dios, cómo se retracta de haber prometido que esa chica saldría viva de esta.

AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora