42ª Pluma

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Mira el pomo de la puerta.

Regina está detrás.

Lo sabe.

Lo siente.

Sonríe.

Y su sonrisa desaparece con la misma rapidez con la que ha aparecido.

Algo ha cambiado, algo importante.

Regina ha vendido su alma.

El pomo gira repentinamente y la puerta se abre, quedando ambas cara a cara.

Se miran, quedándose sin respiración durante unos segundos, sonriéndose, llorando, hasta que se lanzan desesperadas en brazos de la otra.

Sus labios se unen, sedientos.

- Tu... tu alma -susurra Emma entre besos, empujando a la otra chica hacia el interior del refugio, cerrando la puerta con el pie-. Dios, Regina, ¿qué has hecho?

- Lo único que podía hacer -le responde, tirando a un lado el abrigo del Alas Blancas.

- Te has condenado.

Regina se arranca la camisa mientras Emma se quita la suya en décimas de segundos.

- Lo sé -susurra el ex Alas Negras, antes de volver a besar la piel desnuda de la rubia.

- Para siempre -gime esta, arqueándose, dejándose llevar hasta la cama.

- Hasta el día de mi muerte -termina Regina, sentándola y sentándose sobre ella.

Emma la mira directamente a los ojos, acariciándole la mejilla, sonriéndole con ternura.

- Sólo nos has dado un poco más de tiempo -le susurra, besándola dulcemente, metiendo su mano dentro del pantalón de Regina.

- Pues aprovechemoslo -responde el ex Alas Negras, sonriendo con los ojos cerrados.

Emma sonríe también.

- Pues... aprovechémonos.

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