19ª Pluma

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Siente frío.

No le hace falta abrir los ojos para saber que está sola en la cama; y, aun así, los abre, cubriéndose la cara con la mano, con el brazo, defendiendo sus ojos ante la invasión de esa luz cegadora.

Haciendo acopio de fuerzas y ganas, abandona la comodidad de la cama y se dirige hacia la ventana, mirando ese mundo tras el cristal, esas personas que viven su día a día, inconscientes de las verdades ocultas en las sombras, indiferentes al hecho de que uno de los Generales de Princesa, un Alas Negras sin una sola pizca de blancura en el oscuro plumaje de sus Alas, hija de la mismísima dueña de las Tinieblas y un simple humano, haya caído en la inmundicia de la humanidad.

Las arcadas vuelven y debe correr al baño y aferrarse al inodoro como si fuese lo único que valiese la pena en esa vida impuesta.

Se desprecia. No ya solo por ser lo que es, mortal; si no por haberse acostumbrado, aunque haya sido temporalmente, a ese olor, a esa forma de vida, a todas esas sensaciones que la invaden.

Un poco más segura de su estómago, se incorpora, deja atrás la seguridad del inodoro, volviendo al salón, quedándose en el marco de la puerta y observando la habitación. Hasta descubrir los libros de Emma en la mesa.

"La manera de devolverte las alas".

Devolverle las alas.

Sí, no le extrañaba que Emma quisiera devolverle las alas. No debe ser nada agradable estar al cargo de alguien como ella. Incluso humana, puede sentir la oscuridad de su alma. Esa oscuridad de la que tan orgullosa estuvo una vez.

Emma.

Recuerda el abrazo de la bañera, recuerda que la llevó a la cama, que permaneció junto a ella todo el rato.

De ahí la sensación de frío esa mañana. Porque la rubia no estaba junto a ella. Porque Emma no está con ella.

Mira los libros y reconoce los títulos. Se ríe al reconocer uno en particular, antiguo y que creía perdido. Ese que escribió ella misma hace tanto acerca del alma humana y las formas de usarla para beneficio de los Alados.

Se sienta en la mesa de la querubín y coge el más cercano, leyendo su título, pasando la yema de sus dedos por la curtida y gastada piel de su cubierta.

Y lo abre, yendo a parar en una página señalada con un pequeño papel por el Alas Blancas.

"...Alas Negras y Blancas se unieron en reunión secreta, Princesa y Señor junto con Generales de ambos bandos, llegando a la conclusión que dicho hechizo debía permanecer oculto, prohibido, siendo demasiado peligroso incluso como para destruirlo. Y nadie lo usaría, pues de hacerlo, aquél Alado afectado jamás recuperaría sus Alas..."

Recordaba la reunión. Apenas llevaba meses como en su nuevo rango de General.

En cuanto a lo de que jamás recuperaría sus alas, apenas le impresiona. Era una certeza que ya tenía.

Sin embargo, una pregunta se formula en su mente.

¿Quién? ¿Qué Alado ha decidido romper la prohibición impuesta por Princesa y Señor?

Debe ser un Alas Negras, pues la pureza de ningún Alas Blancas sobreviviría ante tal sacrilegio. Pero, ¿quién?

Tantos enemigos en tantos años de traiciones y mentiras.

Suspira.

- Te prometo que encontraré la forma de devolverte las alas -oye a Emma tras ella.

Se gira y le sonríe.

¿Cuantos años debía tener Emma? No más de un siglo.

- No prometas nada que no puedas cumplir, joven Alas Blancas.

Se levanta de la silla, con las manos en los bolsillos, con sonrisa cansada, y se acerca a la rubia a quien besa, dulcemente, antes de volver a la cama y aferrarse a la almohada. Dejando al Alas Blancas de pie, sorprendida por la suavidad y calidez de ese ligero beso, confusa por esa sensación de ansiar más.

Y observa a Regina en la cama.

Y ambas piensan al mismo tiempo, "¿qué me está pasando?"

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