- Nuestro Primer Yule - II -

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Magia, eso había en el aire all momento en que ambos pequeños lentamente se separaran.

Sus manos entrelazadas parecía no querer soltarse, y a pesar de que el viento helado corría y delicados copos de nieve caían cubriendo sus cabellos, Draco y Dizban podían sentir un agradable calor y un aura cálida rodeándolos por completo, ambos escuchando a sus corazones latir con fuerza y en perfecta sincronía.

Draco acarició con gentileza la sonrojada mejilla del ojiverde y sintió la necesidad de llenar su bonito rostro de pequeños besos, así que lo hizo; ante el acto el rubio pudo sentir a Dizban estremecerse entre sus brazos, pensó que era por el frío, así que se acercó aún más.

Dizban por su lado se sentía mareado y una felicidad que le era desconocida lo llenaba por completo. Los movimientos y caricias de Draco eran amables y tiernas, se sentía protegido entre sus brazos, y de un modo egoísta el pelinegro deseó que el rubio solo fuera así con él. Los besos que le daba lo tenían fascinado, era como sentir pequeñas mariposas posarse sobre su piel, y eran tan delicados que parecía que Draco pensaba, que él podría romperse en cualquier momento; y si bien no se rompería si se sentía derretir.

Ambos se miraron a los ojos nuevamente, verde y plateado combinándose perfectamente, no fue hasta que escucharon a lo lejos las voces de sus amigos, que se dieron cuenta en la algo embarazosa situación en que ambos se encontraban.

       - Yo. . .lo siento. - se disculpó Dizban separándose prudentemente de Draco, sintiendo la diferencia de temperatura al ya no tener los brazos del rubio cubriéndolo.

       - No, yo lo siento. - negó Draco volteando hacia otro lado intentado evitar que el pelinegro mirase su rojo rostro. Hubo un silencio algo incómodo entre ambos. - Y dime. - comentó Draco avergonzado. - ¿Te. . . . te gustó?

Las mejillas de Dizban se encendieron al máximo rojo posible, ¿como explicar la maravillosa sensación que había experimentado? No era posible, y si había forma; él la desconocía. Así que simplemente asintió con una penosa sonrisa que hizo latir el corazón de Draco más rápido de lo médicamente aconsejable.

       - ¡Dizban, Draco! - exclamó agitadamente Blaise encontrándose con ellos en el camino. - ¡¡Aquí están!! - gritó el italiano a los otros chicos dispersos por el laberinto. - Los estuvimos buscando por todas partes, en especial a ti Diz.

       - No te preocupes Blaise. - respondió Dizban. - Digamos que me topé con una alimaña. - la anteriormente dulce y penosa mirada del ojiverde se tornó molesta, y antes de que Blaise o Draco pudieran decir algo más, el pelinegro salió corriendo hacia la casa, lo que preocupó al ojiplata, en especial sabiendo la verdadera causa del enojo de Dizban.

Preocupados, ambos chicos se dirigieron corriendo a la mansión intentando evitar que Dizban fuese a hacer alguna tontería.

Al entrar a la casa pudieron ver a varios invitados irse por la chimenea, siendo despedidos por la servidumbre de la casa.

       - Muri. - llamó Draco a una de las elfinas que despedían a los invitados.

       - Muri está a la orden del joven amo Draco. - respondió la pequeña criatura. - ¿En qué puede serle útil Muri al joven amo?

       - ¿Has visto a Dizban pasar por aquí? - preguntó Blaise agitado, intentando recuperar el aliento.

       - ¿El joven amo de la familia Kauffman? - ambos chicos asintieron. - Sí, me preguntó por el joven amo Vasíliev; y le respondí que al igual que los amigos de los amos, están todos reunidos en la sala privada del amo.

Un Ángel de Ojos VerdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora