- ¿Perro de caza?, ¡No!, ¡A la Caza del Perro! -

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Música recomendada:

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Dentro de una de las muchas habitaciones de la mansión Kauffman, recostada sobre la cama se encontraba Annabeth Kauffman, la cara pública de la familia y la siguiente en la línea de sucesión. Su desnuda figura era a penas cubierta por las suaves sábanas de seda, y su larga cabellera azabache se esparcía un tanto revuelta por la almohada; mientras que su pecho subía y bajaba al compás de una tranquila respiración.

La mujer abrió lentamente sus azules ojos al sentir los rayos del inoportuno sol del atardecer sobre su rostro, un tanto desorientada, observó a su alrededor y al mirar la figura que estaba a su lado, recordó en dónde se encontraba; quizo moverse, pero un fuerte brazo la tomó de la cintura jalándola hacia el calor que despedía su acompañante; impidiéndole moverse de su lugar.

       - ¿Ya despertaste? - preguntó su compañero con voz grave y un tanto soñolienta. Annabeth asintió mientras aquel hombre con el que compartía la cama, le besaba con delicadeza la espalda. - Y yo que quería seguir observándote dormir. - susurró él sobre su oído. - Es todo un deleite.

Annabeth sonrió y se giró para encontrarse de frente con una mirada negra y profunda. Una mirada tan penetrantemente, que por un segundo, la mujer sintió desnudar su alma.

       - Buenos días para ti también, Severus. - saludó ella abrazándose al desnudo cuerpo del pocionista, para después besarlo lentamente en los labios. - O mejor dicho, buenas tardes.

Severus, observó detenidamente a la mujer que yacía a su lado y acarició su mejilla con ternura, ambos acurrucándose con una sonrisa plasmada en sus rostros, sintiéndose tranquilos y en paz al estar así, juntos. Annabeth suspiró con pesadez. No quería, pero debía levantarse y regresar a su despacho; sin embargo al intentar levantarse, el pocionista volvió a impedirlo.

       - Sev . . . - llamó ella divertida. - ¿Me podrías dejar levantar?, tengo trabajo que hacer amor. - pidió la pelinegra mientras acariciaba el pecho del hombre.

        - No, no quiero. - negó él casi en un infantil puchero. - Hoy te quedarás aquí conmigo. - ambos se miraron a la cara con una sonrisa complice y juguetona. Severus se acercó a Annabeth para besarla de nueva cuenta, mientras ella enredaba su pierna sobre la cadera de este. - Además, aún no termino de pintarte. - continuó él casi ronroneando, mientras acariciaba con delicadeza la espalda de la pelinegra.

Annabeth rió ligeramente mientras se volteaba para darle la espalda a su pareja, dejando a la vista dibujos de rosas italianas pintados sobre la piel de su espalda.

       - Bien, puedes terminarlos entonces. - terminó cediendo la ojiazul. - Pero solo los dibujos.

Severus, complacido, se estiró hacia la mesa de noche donde hacía un par de horas había dejado el pincel y una paleta llena de pintura azul cobalto; con delicadeza, el hombre continuó trazando los pétalos de rosas que había comenzado a pintar en la mañana. Lentamente, Annabeth volvió a relajarse gracias a las caricias del pincel.

Aquello era un juego que tenían desde jóvenes, mucho antes de que el destino cruelmente los separara.

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Para quien lo conocía de años, era sabido que Severus había tenido una historia dura con respecto a su ambiente familiar desde pequeño. Donde su madre, que era una bruja, había contraído nupcias con un muggle que había terminado siendo un vil desgraciado, bebedor, maltratador de mujeres y de niños.

Esto por supuesto, se veía reflejado en como trataba su esposa y a Severus. Y si bien Eileen, la madre del pelinegro; siempre había procurado proteger a su hijo de los maltratos de su padre, de pequeño; Severus había presenciado y sido víctima de abusos de todo tipo por parte de Tobias Snape, su padre.

Un Ángel de Ojos VerdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora