4 de febrero
Era un martes por la mañana y Helena y yo estábamos apunto de desayunar. Lo típico de un desayuno nuestro, una taza de café, pan y a veces variaba entre huevos o frijoles, todo un cliché de un mexicano ante los ojos de otros países, pero por favor debes de probarlo por la mañana para sentir la gloria y el sazón, era una de las cosas que extrañaba cuando estaba en el extranjero. Por parte de Helena, su desayuno era distinto al mío, a ella le daba un poco de leche o jugo de naranja y fruta picada, ya deberás cuando tenía mucha hambre
le preparaba unos huevos a la ranchera con un poco de frijoles y unas salchichas que cortaba para que tuvieran forma de pulpo. De hecho fue gracias a esos "pulpos" que Helena empezó a comer más, era melindrosa como cualquier niño que había conocido, de hecho no se de quien lo aprendió si al menos yo comía como vikingo y la única otra melindrosa en la familia era mi hermana, corrección tal ves de ella lo aprendió, me venía a supervisar cada que podía para ver a su sobrina que en más de una ocasión se quedó a desayunar y se mantenía más en el celular que en el plato de comida, por suerte Chema y chucho me dieron la idea, dijeron que Ebelin los hacia comer verduras de forma que a ellos les pareciese divertido y emocionante, así que si a ese consejo lo mezclamos con algunas ideas que nacieron de mi, pues prácticamente no había ningún problema para alguna comida ya que si quería que comiera verduras creaba un bosque con brócoli y si en todo caso quisiera que comiera sopa de zanahoria la volvía un mar con submarinos.A Helena le fascinó la idea de comer y gritar como si fuera gotzilla, aún que a veces los tanques de guerra salieran volando, como aún no hablaba mi Helena era difícil saber lo que pensaba o lo que imaginaba, a veces gritaba mucho y en otras llegaba de sigilo y mordía la comida, con ella cada desayuno, comida o cena es fascinante. Pero mi momento preferido era cuando terminábamos de comer y le contaba una historia, como cuando era muy pequeña y se ha ido repitiéndo, yo con un vaso de café y ella con un vaso de leche.
-¿ya estas lista para la historia mi amor? -pregunté a Helena, mientras me servía café.
Helena se me quedó mirando seria.
-¿qué? -pregunté
A lo cual Helena señaló la cafetera.
-¿quieres café?
Y Helena sonrió como método de afirmación.
-hay no se, puede que te haga daño.
Y sorpresivamente al decir estas palabras, Helena empezó a hacer sus ojitos cristalinos, como si quisiera llorar.
-jovencita, no me va a manipular con sus juegos.
Y Helena empezó a parar la trompita. Yo como el padre rudo e inflexible que soy tuve que cerrar los ojos y hacer el que no la veía pero Helena sabía cómo era la táctica, así que empezó a llorar y gritar como si se le fuera el alma con lágrimas que desbordaba sólo por un poco de café.
-hey ya!! -hablé -esta bien, te serviré un poco, pero no se lo digas nadie.
No lo podía creer, estaba negociando con una niñita de casi dos años y ella había ganado. Así que tuve que servirle una taza de café, exactamente un 1/4 por 3/4 de leche y lo hice sólo para que pintara la leche de café.
-ya, servido mi pequeña terrorista. -le hablé.
Helena se emocionó tanto que instantáneamente tomó la taza y dio un trago grande, al bajar la taza un bigote de nata quedó en su rostro, yo sonreí y sentí una sensación a déjà vu, como si esta situación ya la hubiera vivido antes, pero con otra persona.
-sabes, a Ebe le encantaba el café tanto como a mi, siempre que ella despertaba le preparaba una taza, se sentaba en el mismo lugar en el que estas y decía << buen día mi amor >> a ella le encantaba tanto una charla acompañado de un poco de música y una taza de café, sabes, a ella le encantaba esta canción -hablé mientras me levantaba de la mesa y reproducía una canción llamada café de charles Ans