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Louis llega hasta Nueva York varios días después.


Nadie lo sabe, por lo tanto, nadie le espera.


De estar al tanto de ello, Harry dejaría de pasearse alrededor de su hogar con ojos inyectados en sangre, oscuras ojeras y mirada perdida. Pararía de llamar una y otra vez a la misma línea muerta que le devuelve los mensajes desde hace semanas.


Los chismes que habían visto la luz en ese tiempo, trajeron un periodo nuevamente incómodo para su familia. Tristán y él se habían visto en la necesidad de sentar a la familia entera—los niños y Wally— para explicar la situación a detalle. Todos lo habían tomado bien, una vez aclarado el verdadero motivo detrás de las imágenes circuladas.

Tristán había hecho un trabajo magnifico desglosando la situación para los niños. Harry se limitó a simplemente sonreír y asentir, tratando de formar parte a pesar del corazón pesado que llevaba a cuestas. La incertidumbre de no saber de Louis le iba drenando poco a poco de su vitalidad. Lo único que le mantenía cuerdo eran sus hijos. Pero aún así, se había extraviado un brillo en sus ojos.

Tristán había visto aquello con fascinación y envidia entremezcladas. Lo que él habría dado porque Harry se sintiera así por él, en cualquier momento de su matrimonio. La última vez que  vio a su ex, tenía una sonrisa amarga en la boca. Y no, no se debía a felicidad retorcida por verle sufrir, al contrario.

Se sentía simpatético. Realmente esperaba que hubiesen noticias del ojiazul pronto.

Se había tenido que quedar con los niños, puesto que el estado de Harry no daba para cuidar de dos personas pequeñas. El pelinegro había captado aquella responsabilidad con absoluta discreción y silencio. No necesitaban más drama.


Oh, y cuán correcto estaba en ese pensamiento.

Suficiente tendrían con lo que venía.



La tormenta se presentó en la forma de piernas cortas subiendo escaleras frenéticamente, sin pensar, sin detenerse a tomar aliento. Sin importar que un corazón especial se esforzaba el doble que uno común para compensar aquella marcha colérica.


Cuando un puño determinado tocó la puerta, Harry sintió que la sangre se drenaba de su cara. No podían ser Tristán ni los niños, ellos entraban sin tocar. Zayn y Liam simplemente habían dejado de visitarle. Todos habían coincidido en que el ojiverde no deseaba ver a nadie que no fuese Louis.

Contemplando esto, se levantó de su eterno lugar en el sofá de su sala y abrió la puerta sin confirmar de quién se trataba a través de la mirilla. Realmente no importaba. Si era un asesino, mejor. Así le sacaba de aquel sufrimiento.


Cuando sus ojos se posaron en ese rostro angelical de ojos zafiro y nariz de botón, su mente dio vueltas como un carrusel. ¡Estaba allí! ¡Louis estaba allí!

—¡Estás aquí!— la voz de Harry había sonado como el croar de una rana. Tantos días sin hablar le habían afectado.

Louis mantuvo su expresión de hielo. —Si, y no gracias a ti.


Los ojos de Harry perdieron de una la expresión ebria de amor. —¿Qué? Louis, he estado loco de preocupación. No sabes cuanto he sufrido aquí solo, sin poder saber de ti—solloza, tomando al ojiazul por los hombros y arrastrándole dentro del apartamento.

the soles of our shoes are all worn out  || l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora