97

1.4K 199 15
                                    




La nieve caía incesante desde que el mes de Diciembre había iniciado.


Para los neoyorquinos, la pálida y fría lluvia significaba un sinfín de cosas: el inicio del invierno, la llegada de la Navidad, caminos bloqueados por montones y montones del hielo esponjoso.

Pero para cierto británico residiendo en la gran manzana, significaba una sola cosa: el tiempo se le había acabado. En tan sólo una semana, el plan que llevaba maquinando desde hace un buen rato, vería la luz. Y estaría expuesto, para que la gente pudiera ya fuera alabarlo o criticarlo.


Era más arriesgado de lo que parecía. Aquella exposición de arte no sólo definiría el último pico en su carrera, sino también, el destino de lo que quedaba de su vida con Louis. El proyecto realmente podría hacer o deshacer su futuro, y aunque el ojiverde estaba más emocionado que otra cosa por darle rienda suelta, no podía evitar sentirse asustado.


Harry no hablaba mucho de su vida, pero era realmente fascinante. Y no por la parte de recorrer el mundo fotografiando animales, o por conocer a todas las criaturas que poblaban la tierra, no. El hecho de que un pequeño niño, originario de un pueblo modesto a las afueras de Londres, hubiese llegado hasta donde ahora estaba, era un suceso excepcional.


Había crecido con dos maravillosas mujeres a su alrededor. Su hermana menor, Gemma, y su madre soltera, Anne. Sus padres se habían separado cuando Gemma era una bebé y él apenas había aprendido a contar hasta el veinte. A pesar de todos los obstáculos y las adversidades, su madre jamás flaqueó en su misión: criar a dos hijos de la mejor forma posible, dándoles todo lo que ella no tuvo, y nunca necesitando que un hombre estúpido le dijera que hacer.

La carrera de Harry le había tomado por sorpresa a medio camino en la universidad. Había decidido estudiar para biólogo, y estando a tan sólo dos semestres de graduarse, la fotografía se presentó en su vida, disfrazada de simple hobbie.

Un movimiento del destino, y la persona correcta le prestó a sus fotografías la atención que se merecían. Y entonces, unos años después, se hacia un lugar en la industria que al principio juró no necesitar otro con él. Pero una vez que mostró de lo que estaba hecho, se dieron cuenta de que estaban equivocados. Harry era su propia persona, no uno más del montón.


Luego, conoció a Tristán. Esa parte de su vida ya la saben casi todos.





Ahora, poniendo todo su pasado y presente junto, se creaba la imagen pública. Esa que la mayoría juzgaba como su verdadero yo y que muy pocos cuestionaban.

Con el proyecto que tenía cocinándose, esa imagen saldría volando por la ventana. Y lo que quedaría, el resultado de toda esa jugarreta en la que todas las personas en su vida habían ayudado... sería su nueva realidad. Mala o buena, eso estaba por verse.



Harry no habría podido hacerlo solo, de verdad. Todos, incluso sus hijos, habían jugado un papel muy importante en la cocción de sus ideas. Un proyecto de esa talla no habría visto la luz del día sin manos extras.


Liam y Zayn se habían encargado de conseguirle una galería lo suficientemente grande y apta para lo que tenían en mente. En ellos se confió la responsabilidad de asegurar a una compañía lo suficientemente discreta como para no vender el secreto de la obra.

Perrie había diseñado todo el arte gráfico, desde las invitaciones y publicidades, hasta la serigrafia que formaba parte de la exposición. La chica se había lucido. No, eso era una subestimación. Harry estaba bastante seguro de que era el trabajo más grande que había hecho hasta ahora.

Grace y Lucas habían sido los jueces más hostiles a la hora de hacer su trabajo. Harry había confiado lo suficiente en ellos como para dejarles ayudarlo a elegir los detalles. Habían tenido la última palabra en cosas como el tipo de material usado en los marcos de las obras, el color de las paredes en las secciones de la galería, el material y tonalidad de las servilletas para el catering—también habían sido críticos de paladar exigente cuando Harry estaba escogiendo servicio de banquetes—.


[...]


Ahora mismo, el fotógrafo se dirigía a la galería para dar los últimos toques. Mañana sería el día de apertura, y no tendría tiempo de revisar que todo estuviera en su lugar.

Lentamente, los nervios habían comenzado a hacer de las suyas. A medida que los días habían pasado, Harry juraba que no podría sentirse ansioso por nada, ya que estaba en control de todo lo que ocurriría.

Pero ahora, a tan sólo un día de distancia, no estaba tan seguro de ello.

Podría controlar todo, menos la reacción de a quién estaba destinado. Eso, si llegaba a verlo.


Esperaba que si.


—Oh, señor Styles. Qué bueno que llega— la dueña de la galería le recibió con una sonrisa. —Hemos terminado de colgar todos los cuadros. Sólo necesito que me diga lo respectivo a la ambientación.

Harry sonrió, asintiendo.


La mujer le dio otra sonrisa, con un matiz distinto. —¿Está nervioso? — al ver la expresión del hombre flaquear, suspiró. —Estoy segura de que vendrá.



—Eso espero— dice Harry, metiendo una mano en el bolsillo de su abrigo.

La mujer, al ver lo que retira de él, ahoga un grito. —¡Señor Styles!

El ojiverde rió. —Espero obtener la misma reacción mañana.

Ella aplaudió, complacida. —Ya verá que si.


[...]


—Niños, duérmanse ya. No le den a su papá más problemas, acordamos que dormirían temprano si les preparaba ravioles. Además, mañana es un largo día.

—Hemos cambiado el acuerdo. No dormimos hasta que llegues— dice Lucas.

—Creí que eras un hombre de palabra, Luke.

La determinación de su hijo tambalea. —...Bien jugado, Styles.

Harry ríe. —Ya vayan a dormir, iré por ustedes muy temprano en la mañana.

—Un desayuno inglés bien cocinado es lo que espero— vociferó Grace.

—Bien, pequeños mandones.


Harry charla con sus hijos un rato más, hasta que la voz en los altavoces anuncia que el vuelo que espera se aproxima a la sala de espera.

A esas horas de la noche, aún hay mucha gente, pero no se compara con los mares de personas que el Aeropuerto JFK está acostumbrado a albergar cuando el Sol brilla en el cielo.

Agradece eso, pues es mucho más fácil localizar a la última adición en su lista de invitados especiales.

—¡Eytora!— grita, cuando la ve.

La pelinegra lo saluda efusivamente, ondeando su mano en el aire mientras balancea a un bebé en sus brazos. Niall trota cerca con una boina en la cabeza y cara de sueño.

—Estamos aquí— exclama ella, plantándosele enfrente y envolviéndolo en un gran abrazo.

—Y me alegro mucho.

— Pues yo no. Insisto en que nosotros pudimos volar acá por cuenta propia— se queja Niall. El rubio había estado muy incomodo con que Harry pagase sus viajes de ida y vuelta, así como su estancia en un buen hotel.


—No empieces, Niall. Están aquí como un favor para mi, así que no hagas esto más difícil. Disfruta la atención— Harry le abrazó. —Además, es mi pago por dejarme quedarme en tu casa.


—Hmm, bueno. Pero sólo porque te quiero— murmuró el ahora castaño.

Harry rodó los ojos y extendió una mano hacia la hija del par. —Hola Hailey, eres más hermosa en persona que en fotos.


[...]


Para cuando el ojiverde llegó a casa, casi eran las dos de la mañana. Por supuesto, se había ido a dormir apenas pudo.

Y por primera vez en meses, pudo dormir toda la noche.


No sabía si se debía a los nervios mezclados con el cansancio del día, o a la pequeña posibilidad de dormir el siguiente día compartiendo lugar.

the soles of our shoes are all worn out  || l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora