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Louis no sabía si se trataba de una elaborada broma, o si su vida realmente era así de patética.

Luego de recluirse los últimos tres meses en Japón, había decidido visitar a sus amigos una vez más antes de regresar a casa, en Grecia.

Pero la suerte no había estado de su lado. Porque cada vez que llegaba, dispuesto a saludar, resultaba que dicha amistad no se encontraba en casa. Ni en el país, al parecer.

Todos dejaban el mismo recado.

"Salí de la ciudad por asuntos personales."





Distintas palabras e idiomas, todos le mandaban a decir lo mismo: tenemos una vida estable, lo sentimos.

Había recorrido básicamente el globo entero, y nadie de sus amigos parecía estar disponible. Lo cuál era extraño.


Se suponía que en diez días sería Navidad. En las fiestas, todo el mundo estaba en casa. Lo sabía de primera mano. Muchas veces había celebrado sus cumpleaños en su compañía.

¿Y ahora?





Se sentía un poco triste.
Admitir haberse negado una buena vida por culpa de su inseguridad ya había sido suficientemente humillante. Súmale a eso pasar solo el cumpleaños y las festividades, eso si que era desafortunado.




Louis vagó un poco después de eso, reacio a dejar que las circunstancias arruinaran su animo, que de por sí, ya estaba por el suelo.



Desesperado por probarse algo, continuó la ruta que había planeado, teniendo éxito en conocer personas nuevas que aparentemente llenaron los blancos que habían dejado sus amigos. Pero esto tampoco duró mucho.



Quedaban cuatro días para Navidad cuando Louis se admitió sí mismo que estaba en una situación de mierda.




Pero, terco como era y dispuesto a brindar una perspectiva más positiva a su vida, escogió como última parada el Templo del Luz, en China. Se había reencontrado con sus amigos monjes, que le recibieron con brazos abiertos.

Sin embargo, Louis no logró pasar un día entero en tranquilidad. Porque en la noche que llegó, recibió una llamada de un viejo amigo.


—Liam— respondió, falto de aire. El castaño nunca había llamado.

—Iré al grano. Zayn y yo nos mudaremos y todas tus cosas estorban.

—Oh...— Louis se odió por dejar que su voz se escuchase herida.

Liam no reaccionó. —Pensamos en llevarlas a una bodega pero son demasiadas. Además, el transporte a veces las daña. Y no queremos problemas.

—¿Qué pides de mi exactamente, Liam?

—Que te tomes un tiempo y vengas a lidiar con tus cosas, como adulto. Acá habemos quienes tenemos cosas que hacer.

Louis inhaló bruscamente.
Saberlo es una cosa, pero que te lo enlisten en voz alta—especialmente Liam—, era mucho peor.
Fue un poco autoconsciente de sus decisiones.


—Si tu problema es Harry, te aviso que está fuera la ciudad. Tienes suficiente tiempo para decidir qué es lo que quieres y lo que no, así podemos todos seguir.

Louis suspiró.
—Puedo ir el veintitrés.

—Perfecto. Zayn y yo asistiremos a una gala. Tendrás la casa para ti solo. Así tienes privacidad.

Liam colgó sin esperar su respuesta.



Louis se sintió más emocional de lo que pensó, al escuchar a su amigo.

No sólo recordó el breve momento de domesticidad en su vida, sino que le hizo darse cuenta que la vida sigue, y que no se detiene por nadie. No importa lo etéreo que te sientas.


Era triste, lo hacía sentir insignificante, y otras cosas más.


Con todos sus sentimientos a flor de piel, abandonó la comodidad de su choza y se dirigió a los aposentos del sacerdote budista, dispuesto a no guardarse sus emociones.




Más molesto que chocante, fue descubrir que el sacerdote, también, se había ido de la ciudad por causas personales.





Louis no se dejaba vencer dos veces. Emocionalmente derrotado pero victorioso de orgullo, abandonó la comunidad budista para adentrarse al pueblo, poco importándole que estuviera lloviendo y que el suelo fuese lodo resbaladizo.



Empapado y con la tristeza vuelta enojo, entró a su restaurante favorito. Ahora mismo su cerebro no recordaba las memorias allí hechas.
Todo lo que quería era un rostro amigo con quien desahogarse.







Honestamente, cuando la cajera le dijo que Ling-Tao había salido de la ciudad, no estuvo muy sorprendido.




—¡¿A donde carajo han ido todos?!— gritó, exasperado.
Realmente, el universo era cruel.

—Pensamos que nunca lo preguntarías— habló la chica tras la
caja, en un perfecto inglés.



Antes de que Louis pudiera cuestionarla sobre su repentino cambio de idioma, ella se agachó tras el mostrador, para erguirse de golpe, tendiéndole un pedazo de papel.

—Todos te esperan en la dirección señalada.

El ojiazul dio varias leídas a la nota desconocida. —No tengo idea de dónde es.

—No necesitas entender. Muestra ver en el aeropuerto, y ellos sabrán qué hacer— ella sonrió, muy segura de sus palabras.

—¿Quién planeó esto?

Tuvieron un pequeño duelo de miradas.

—Quien menos te lo esperas— dijo ella, y eso fue todo. Se dió la vuelta y caminó lejos de él, hacia la cocina.




Louis contempló la dirección garabateada largo y tendido.

¿Qué mierda era todo eso?


¿Qué tenía que ver la desaparición de sus amigos con ese papel?





Pensó en tirar la dirección y dedicarse a rezar de aquí a Año Nuevo.

Pero, ¿qué perdía con ir?


Nada. Porque no tenía un carajo que arriesgar.





¿Entonces? ¿Qué sería?

the soles of our shoes are all worn out  || l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora