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El trayecto en coche transcurrió envuelto en una tensión sexual más que palpable que se transmitía mediante miradas, gestos y algún que otro contacto físico poco casual.

Cada vez que cambiaba de marcha y acariciaba mi rodilla, todo mi cuerpo se tensaba a la vez que era invadido por numerosas descargas eléctricas.

Circulábamos por la zona más céntrica de la ciudad cuando, en uno de los semáforos, giró a la izquierda para entrar el coche en el aparcamiento de un edificio altísimo.

–¿Vives aquí? –pregunté interesada a la vez que intentando escapar de aquel ambiente que me provocaba tan exagerada inquietud.

–Así es.

–Pensaba que en esta zona de la ciudad solo había despachos.

–En este edificio hay alguno privado, pero la mayoría son viviendas –explicó él–. Ya verás, seguro que te gustará.

Una vez Enzo aparcó el coche en una plaza reservada, atravesamos la estancia para llegar a un amplio y elegante ascensor en el que no había un panel con el número de los pisos, sino un detector de huellas en el que colocó su dedo índice.

–¿Qué brujería es esta? –bromeé, haciéndole reír.

–Este ascensor es solo para los propietarios. Con la huella llegamos directamente al apartamento. Si algún día vienes sin mí, debes entrar por la puerta principal, coger el otro ascensor y apretar el piso 37.

–Muy guay lo de la huella, pero la información del otro ascensor es completamente innecesaria. No voy a volver –le hice saber intentando sonar decidida pero sin poder evitar parecer una niña encaprichada, lo que obviamente provocó una estridente carcajada en él.

–Eres dura de roer, ¿eh? Yo solo te informo, que quieras o no retener y utilizar esa información solo depende de ti.

–Créeme que...

Y sin dejar que acabase aquella frase que tan solo era un intento de convencerme a mí misma, Enzo aprisionó mi cuerpo entre el suyo y el gran espejo del ascensor, inmovilizándome por completo.

–Nunca estos 37 pisos se me habían hecho tan eternos... –susurró con una penétrate voz tan cerca de mí que nuestras narices se rozaban por momentos, siendo capaz de sentir su aroma y su aliento en mis labios, embriagándome.

–Pues haber vivido en el primero –comenté como una estúpida poseída por el nerviosismo que me suscitaba su cercanía.

Sin más contemplaciones, se abalanzó con decisión y vehemencia a mi boca, besándola ferozmente como si de ello dependiese su vida.

No pude reprimir un suave gemido, y es que el delicioso sabor de sus labios y lo perfectamente que estos devoraban a los míos no me dejaba hacer otra cosa.

Mis manos corrieron ansiosas a su contacto y, después de acariciar su fuerte torso y de recorrer sus gruesos y musculosos brazos, las llevé hasta su pelo, donde entrelacé mis dedos con sus mechones.

Le atraje hacía a mí profundizando al máximo nuestro contacto y nuestro beso, provocando que entonces fuese él el que gruñese después de agarrarme de los glúteos y me acercara aún más a él.

Su cuerpo se sentía extremadamente duro y caliente, también en su centro, y sentir lo excitado que estaba por mí me hizo prender por completo.

El sonido del ascensor propició que Enzo me elevara del suelo, cruzando mis piernas alrededor de su cintura. Me di cuenta de que, en cuanto salimos de allí, ya nos encontrábamos dentro de su apartamento, habiendo llegado directamente sin tener que cruzar ningún pasillo en el que alguien pudiese habernos visto.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora