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Menuda Nochevieja de mierda había pasado. Después del encuentro con Enzo, el cual me dejó hecha polvo, volví a la fiesta y no supe hacer otra cosa que beber. Carla y Víctor intentaron convencerme de que dejara de hacerlo en varias ocasiones, pero no lo hice hasta que no tuve que salir corriendo al baño a vomitar para, finalmente, tener que llevarme a casa. Les había estropeado la noche a todos, pero, egoístamente, eso fue lo que menos me importó en aquel momento. Había visto con mis propios ojos el dolor que había causado en Enzo. No me lo perdonaría nunca.

Era pasado el mediodía y yo seguía en la cama con un dolor de cabeza y un malestar en el estómago horribles. Normalmente, cada uno de enero solía ser un día de resaca, pero aquella vez no era por habérmelo pasado bien de fiesta o por haber llegado demasiado tarde a casa. Más bien todo lo contrario.

Llevaba dando vueltas en la cama media hora cuando miré mi teléfono. Tenía varias llamadas de Víctor y un mensaje suyo que me preguntaba si estaba despierta.  Justo cuando estaba contestándole, Carla llamó a la puerta y entró sin esperar. Su rostro estaba más pálido de lo normal tras una noche de fiesta y vi su rostro casi desencajado. Un escalofrío recorrió toda mi espalda, provocándome incluso una sensación nauseabunda que no auguraba nada bueno.

—¿Qué te pasa? —pregunté preocupada.

Pero Carla no contestó. Lo único que hizo fue avanzar hacia a mí con temor y enseñarme el teléfono que tenía entre las manos.

—Enzo... —susurró al fin.

—No puedo hablar con él.

—Es Víctor, cógelo, por favor.

¿De qué iba eso? La cara de Carla estaba desencajada. Cogí el teléfono, temerosa de lo que pudiese escuchar al otro lado.

—¿Lara? Lara, soy Víctor —escuché que decía él, acelerado.

—Hola. ¿Pasa algo? —pregunté temiendo cada vez más que la respuesta iba a ser afirmativa.

—E–es Enzo —confirmó ansioso en un tartamudeo—. Le han encontrado hace unas horas con el coche destrozado y... ¡Joder, ha tenido un accidente!

Mi corazón se detuvo y el miedo que sentí recorrer por todo mi cuerpo me paralizó por completo. La posibilidad de haberle perdido para siempre, después de la conversación que habíamos tenido apenas hacía unas horas, me hizo sentir completamente culpable.

—Lara... —escuché que decía su hermano al otro lado.

—¿E–está vivo? —me atreví a preguntar con un nudo en el estómago y las lágrimas ya recorriendo sin cesar mis mejillas.

—Está en el hospital, en cuidados intensivos. Inconsciente, pero de momento estable de momento.

Respiré.

—Mierda. Joder.

Para entonces, Carla ya estaba a mi lado acariciando mi mano e intentando limpiar, sin éxito, las lágrimas que seguían cayendo sin cesar de mis ya más que hinchados ojos.

—¿Paso a por ti? Estaba en casa de Enzo cogiendo algunas cosas que llevarle al hospital —me propuso oyendo como cerraba una puerta.

—Por favor... —supliqué.

—En diez minutos estoy allí.

Colgó. Me levanté de golpe y comencé a dar vueltas sin saber qué hacer. Tenía que vestirme y prepararme para estar lista en diez minutos, pero fue como si no supiese por donde comenzar. Me sentía demasiado ansiosa y perdida.

—Calma, Lara. Todo irá bien —escuché decir a Carla detrás de mí.

—Carla, joder, tuvo un accidente después de que habláramos. ¡Mierda, Carla! —grité mientras ella sacaba ropa de mi armario.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora