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Se marchó dando un portazo y no pude reaccionar para seguirla. No pude moverme para ir tras ella. No pude retenerla para decirle que era un auténtico idiota y que la había cagado, que me había equivocado. La había visto tan dolida, enfadada y decepcionada que pude reconocer dentro de mí el miedo que comenzaba a crecer sin control: el miedo a perderla.

Llevé las manos a mi cabello para frotarlo con desesperación mientras me dejaba caer en la silla. Mi corazón latía desbocado, como si él mismo quisiese salir corriendo detrás de Lara, así que decidí hacerle caso y volví a levantarme para salir tras ella y volver a meterla en mi despacho para que no volviese a marcharse nunca.

Sin embargo, cuando fui a abrir la puerta, me encontré con mi hermano Víctor barrándome el paso. Por su expresión, supe que se había cruzado con ella. Entendió cuál era mi intención a pesar de que Lara ya no se encontraba en el piso, pero simplemente negó con la cabeza.

–Déjala. No vayas ahora –me aconsejó.

–Pero yo he...

–Sí, has sido un gilipollas –me recriminó realmente pareciendo molesto–, pero ahora está muy alterada y no servirá de nada lo que le digas. Deja que se calme.

Me molestó que Víctor fuese capaz de leer tan bien a Lara, de saber qué era lo que necesitaba en ese momento y tener razón en lo que decía, pero decidí hacerle caso y me aparté de la entrada para dejarle pasar. Había quedado con él aquella mañana para charlar sobre su interés por trabajar en la empresa ahora que había finalizado sus estudios, pero algo me decía que eso iba a ser de lo que menos conversáramos.

Me dirigí a uno de los sillones del despacho para tener una conversación más distendida. sin mesas de por el medio. Víctor imitó mi gesto, sentándose en el sillón que quedaba justo delante de mí. Mi pierna subía y bajaba sin control a causa del nerviosismo aún presente en mi organismo, causado por la discusión. Notar la mirada acusatoria de mi hermano sobre mí –aunque con razón– no me ayudaba a tranquilizarme.

–Deja de mirarme así, Víctor –le advertí–. Ya tengo suficiente con lo mal que me siento ahora mismo por no poder ir a por ella.

–Realmente no comprendo cómo has podido ser tan estúpido –volvió a decir.

–¿Te la has encontrado? ¿Qué te ha dicho? –quise saber, obviando sus palabras.

–Nada en concreto, pero he visto la prensa de esta mañana y no hay que ser un lince para saber que tú has permitido que eso ocurriese. ¿Qué pretendes? –quiso saber con dureza. Se le veía realmente molesto conmigo y no comprendía del todo el por qué.

–Les dije dónde íbamos a estar. De alguna manera, quería que todos supieran que no estoy dispuesto a ser quien quieren que sea, que quiero hacer mi vida y que mi vida ahora es ella... pero ahora sé que la he cagado.

–Y bien...

–¡Basta, Víctor! ¡¿Se puede saber qué te pasa?! –grité harto de su actitud– Si vas a seguir machacándome con algo que ya sé de sobras, puedes irte.

–¡Tú no acabas de verla salir de tu despacho temblando! –me recriminó– ¡¿Ni siquiera se lo dijiste?! –alzó la voz.

–¡Pues no! ¡No se lo dije! ¡Y sí, he sido un estúpido, un inconsciente, un inmaduro, un gilipollas y todos los insultos que se te ocurran en este momento! ¡Y no, no habré visto cómo temblaba al salir de aquí, pero sí he visto cómo me miraba y no puedo sacármelo de la cabeza! –solté completamente angustiado y nervioso.

Mi hermano suspiró, apretando sus puños contra sus piernas como si estuviese conteniéndose para no seguir con la discusión –cosa que agradecí, pues ya había tenido suficiente con Lara y con que mi propio hermano me recordara lo imbécil que había sido con ella–.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora