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Se presentaba ante mí una semana catastrófica y no tuve mejor manera de comenzarla que no habiendo dormido absolutamente nada aquella noche y tener los ojos y el rostro hinchados de tanto llorar.

Desde que Enzo se marchó de mi casa el domingo por la mañana, solo había hecho que llorar mientras me quedaba tumbada en la cama o en el sofá. Ni siquiera me quité el pijama y, además, tuve a Carla todo el día pendiente de mí, provocando incluso que tuviese que cancelar una cita con Jorge que tenía aquella misma tarde por mucho que me opusiera a ello.

Me sentía realmente triste, agotada y con todo el cuerpo exteriorizando un dolor físico que no parecía calmar ni equilibrarse con el dolor emocional que sentía.

Tomar la decisión de alejarme de una vez por todas de Enzo había sido tremendamente doloroso, pero bien sabía que tarde o temprano, me tomase más o menos tiempo, este acabaría sanándome pudiendo superar la relación más tormentosa y dolorosa que jamás había tenido.

Es cierto que lo que me hizo Álvaro fue mucho más grave, pues me engañó durante meses con mi mejor amiga de entonces, pero al enterarme de una vez y cortar de raíz con él en cuanto lo supe, no tuve que estar sufriendo durante semanas como me había ocurrido con Enzo.

Era plenamente consciente de que lo que sentía por él no desaparecería así como así –incluso dudé que algún día pudiese dejar de estar enamorada de él–. Los momentos buenos que había podido vivir junto a él habían sido los mejores de mi vida, pero tener que compartirlos con la infinidad de problemas y obstáculos que se interponían cada dos por tres entre nosotros, habían acabado con mis fuerzas, mi energía e incluso mi salud.

Sin duda, tenía que hacer lo que hiciese falta para intentar salir adelante, por mucho que me costase. Por mí, única y exclusivamente pensando en mí y en mi bienestar.

La mejor idea que se me ocurrió para comenzar a salir adelante fue ir aquel lunes a trabajar, pese a encontrarme bastante mal y extremadamente cansada.

Estuve a punto de llegar tarde debido al tiempo que tardé en maquillarme, intentando tapar mis ojeras, disimular mis ojos hinchados y eliminando la irritación que las lágrimas habían provocado en mi piel. La mirada que Daniel me dedicó en cuanto llegué a nuestro habitáculo, me confirmó que mis trucos no habían servido para nada.

–Madre mía, bonita. ¿Te ha pasado un camión por encima? –intentó bromear, provocando en mí una mueca que seguramente había sido de todo menos agradable.

–He pasado mala noche –dije simplemente mientras me sentaba y encendía mi ordenador.

–Querida, a otro con ese cuento, pero a mí no. Esa cara es de mal de amores.

Odiaba lo intuitivo que podía llegar a ser mi compañero. A pesar de llevar pocas semanas juntos, era capaz de leerme como si yo fuese un libro abierto para él y, la verdad, es que se había convertido en alguien agradable con quien poder hablar de todo.

Bajo su expectante mirada, me sentí tan vulnerable que mis ojos, traicioneramente, comenzaron a escocer intentando retener nuevamente el mar de lágrimas que estaba por desbordarme.

–Jo... Lara... –musitó él cariñosamente– Siento si he dicho algo que...

–No te preocupes, Dani –le interrumpí de forma cariñosa para evitar que se sintiese culpable de algo–. No ha sido nada de lo que hayas dicho. De hecho, has dado en el clavo.

–Madre mía... ¿y por qué no te has quedado en casa, bonita? –preguntó acerando su silla a la mía para acariciar mi espalda, reconfortándome.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora