La silla que había frente a mí –la que hasta hacía poco estuvo ocupada por Víctor– se retiró unos centímetros para dar asiento al físico imponente que acompañaba a aquellos ojos azules que no se habían desviado de mi cuerpo desde que me habían encontrado.
Mi corazón latía tan apresuradamente y me sentía tan nerviosa e intimidada que no conseguí aguantar su mirada por más de cinco segundos.
Cuando Enzo estuvo acomodado frente a mí, un camarero pasó por nuestro lado y él le hizo parar con un simple gesto de la mano.
–Traiga un café solo –le pidió sin dejar de observarme–. ¿Quieres algo? –preguntó con suavidad.
Simplemente negué. Las palabras parecían haberse atascado en mi garganta y fui incapaz de pronunciar siquiera un monosílabo –cosa que, por cierto, pareció hacerle gracia, molestándome–.
Víctor había desaparecido por completo de mi campo de visión, mezclándose con la multitud de gente que había a aquellas horas por la ciudad. Sentí que ya no tenía nada en lo que focalizar mi atención para retrasar lo inevitable, que era enfrentarme a Enzo y a lo que debíamos hablar.
–No voy a desintegrarte con la mirada, Lara –comentó él de forma sarcástica y divertida–. Puedes mirarme.
Parecía estárselo pasando en grande con mi actitud y eso logró aumentar mi molestia. Era él quien debía disculparse principalmente y se estaba permitiendo reírse de mí. No iba a poder controlar mis malas formas si seguía por ese camino.
–Idiota –musité en voz baja antes de atreverme a mirarle fijamente, aunque creí percibir que me había escuchado al sonreír.
Para cuando conseguí ponerme frente a él y mi mirada volvió a encontrarse con la suya, enseguida percibí como la bajó para fijarse en mis labios mientras se relamía los suyos sutilmente. Sé que fue un gesto inconsciente y que no lo hizo adrede, pero consiguió formar un fuerte calambre que se propagó desde mi estómago a mi vientre, poniéndome nerviosa y sintiéndome, incluso, algo incómoda.
Quería tener la mente clara para poder hablar con él como dos personas decentes, pero si continuaba mirándome de ese modo no iba a poder lograrlo ni de lejos.
–Enzo... –le advertí simplemente bajando mi rostro para recuperar la mirada que seguía atrapada en mis labios.
–Oh... perdona. Solo es que –comenzó a decir mientras se levantaba ligeramente y acercaba su mano a mis labios– tienes un poco de mermelada en el labio –acabó por decir mientras pasaba su dedo pulgar acariciando mi labio inferior.
Su cálido y suave contactó acabó por paralizarme. La tierna sonrisa que me dedicó cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse, una vez más, derritió por completo mi interior. Quizás no iba a desintegrarme físicamente, pero su mirada siempre lograba apaciguarme y hacerme sentir completamente hipnotizada.
Llevó su pulgar a sus labios mientras sonreía con picardía e incluso algo de suficiencia. Con ese simple gesto, mi vientre se contrajo por una corriente de excitación que incluso me sorprendió a mí misma. Jamás nadie había logrado excitarme de un modo tan sencillo y pensé que nunca me acostumbraría a lo que Enzo era capaz de provocar en mí.
–Deja de hacer eso –me atreví a decirle, cansada de sentir cómo perdía el control y la seguridad cada vez que él estaba ceca de mí.
–¿De hacer el qué? –preguntó haciéndose el ingenuo pero con una sonrisa que denotaba que sabía a lo que me refería de sobras.
–Sabes a lo que me refiero. Si pretendes que arreglemos la situación y que podamos hablar como dos personas adultas, te sugiero que no juegues conmigo –le advertí–. Es tan fácil para mí como levantarme e irme a mi casa –continué diciendo sonando más segura de lo que en realidad estaba, pues bien sabía que cuando Enzo estaba cerca no era para nada fácil irme sin más.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...