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Llegó el día de fin de año. Y creo que, por primera vez en mi vida, no tenía ninguna gana de celebrarlo. Sin embargo, Carla me convenció para ir juntas a la fiesta que iba a celebrar mi madre en su casa. Durante aquellos días me había llamado en varias ocasiones para que se lo confirmase y Carla tenía razón cuando decía que mi madre era muy buena montando fiestas.

Desde que hablé con Enzo por última vez, no había sabido nada más de él, aunque sabía que era mejor así. Si hubiese insistido, quizás me hubiese ido de la lengua y no me convenía hacerlo, pues mi padre seguía estando amenazado por la loca de la mujer que había traído al mundo al hombre que seguía sin poder sacarme de la cabeza. Carla incluso me había propuesto hablar con Víctor, para ver qué se podía hacer. Pero le volví a suplicar que no dijese nada, y mucho menos a alguien tan cercano a Nora, la señora Ferrara. Incluso llegué a enfadarme con ella en alguna ocasión, pues en realidad ni siquiera debí habérselo contado a ella.

Era ya por la tarde y a las once debíamos estar en la fiesta, pues allí mismo se haría el cotillón para dar la bienvenida al año nuevo. Estuve gran parte de la tarde metida en el baño y no precisamente porque estuviese arreglándome con esmero. Fueron muchos los momentos que estuve con la mente distraída, pensando en Enzo y en cómo debería de estar él. Me encantaba imaginar que él había logrado olvidarse de mí. Sin embargo, la llamada de Víctor hacía dos días preguntándome qué había pasado con su hermano me arrebató esa imagen de la cabeza, pues al parecer él mismo le había visto hecho polvo.

No fueron solamente los pensamientos los que demoraron mi estancia en el baño. También lo fueron las lágrimas. Desde aquella dolorosa conversación no había habido día que mis ojos no se vieran hinchados o rojos en algún momento del día por haber estado llorando.

Los golpes en la puerta me sobresaltaron.

—Lara... ¿puedo pasar? —preguntó mi amiga, que estaba al otro lado. Comprobé que mi rostro estuviese aceptable, aunque era prácticamente imposible que Carla no se diese cuenta de que había estado llorando no hacía tanto rato. Simplemente asentí—. Cielo, si te encierras tantas horas en este baño tú sola va a ser inevitable que pienses en él —me dijo cogiéndome de los brazos para darme su apoyo. Se dio cuenta de inmediato de mi estado de ánimo.

—Lo sé... Mi mente se va a él sin poderlo evitar —respondí sin más.

—Ya, mi niña, pero esta noche vamos a conseguir sacarlo de tu mente ¿de acuerdo? Has pasado una mala semana, pero todo tiene arreglo —me sonrió mientras limpiaba la lágrima que se escapó de uno de mis ojos.

—Qué haría yo sin ti —intenté sonreír.

—¡Pues no lo sé! Pero por el momento, vas a terminar de vestirte y voy a peinarte y maquillarte como se merece una noche como la de hoy. Un momento de chicas nos vendrá genial a las dos.

—Está bien —cedí.

Ambas fuimos hacia mi armario y opté por conjuntar una minifalda ajustada de lentejuelas de color oro rosa que compré para la nochevieja de hacía un par de años —y no me había vuelto a poner— con una blusa blanca de media manga con escote de pico y tela cruzada en la parte delantera. Además, Carla me dejó unos tacones de color melocotón que conjuntaban a la perfección con la falda e insistió en que me pusiera un brazalete dorado de arabescos que me trajo ella misma de su viaje a Marruecos. En la muñeca del brazo contrario, me puse mi reloj del mismo color.

La verdad es que verme tan arreglada después de algunos días en los que a penas me había quitado el pijama, me subió un poco la moral y el ánimo. Y me sentí incluso mejor cuando onduló mi pelo con sus planchas, dándome un aspecto más que elegante. También me maquilló de forma sutil, dejando mi rostro luminoso, disimulando las ojeras y mis ojos hinchados.

Entre la multitud, tú © [En revisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora