Nuestras respiraciones seguían aún aceleradas incluso después de algunos minutos. Lo que habíamos compartido instantes atrás había sido tan personal, mágico y placentero que sabía que iba a estar en una nube durante los siguientes días. No me cabía duda de ello. Enzo, a pesar de su estado, había sido tan sensual y perfecto como siempre, pero el aura que nos envolvió mientras nuestros cuerpos se unían en el acto más íntimo que dos seres humanos podían compartir, había sido sin duda muy diferente a las anteriores veces. Como si con aquella vez nos hubiésemos dicho el uno al otro todo lo que ni siquiera entonces nos atrevíamos a decir con palabras.
Me giré un poco para observarle cuando tuve fuerzas y una sonrisa acaparaba su rostro, igual que seguramente debería hacer en el mío. Sin poderme resistir al característico hoyuelo que se formaba en su mejilla cuando Enzo sonreía, me acerqué a él para morderlo suavemente, haciéndole reír.
—¿Es que no has tenido suficiente? —preguntó divertido mientras se giraba hacia a mí para abrazarme, quedando de frente y clavando su mirada en mí.
Nunca me cansaría de sus ojos. Nunca me cansaría de ese azul oscuro y profundo que me miraba con tanta fascinación y deseo.
—Contigo nunca —respondí juguetona.
Enzo, sin nada más que añadir, acabó con los pocos centímetros que nos separaban y besó mis labios con una intensidad desmesurada. Mi cuerpo reaccionó al instante a su contacto, volviendo a formarse ese cosquilleo que se generaba en mi estómago y bajaba a mi intimidad cada vez que lo hacía. No dudé en devolverle el beso de la mejor forma que supe. Nuestras lenguas llevaban minutos enredadas mientras nuestros labios seguían saboreándose cuando un ligero olor a quemado llegó a mis fosas nasales, y entonces lo recordé. A pesar de haber apartado las verduras del fuego, el horno con las alitas de pollo seguía encendido y se había pasado el tiempo de asado de largo.
Me separé de golpe de Enzo, sentándome en la cama buscando mi ropa interior para ponérmela y vestirme rápidamente.
—¿Qué pasa? —preguntó él más que confundido.
—La cena —dije simplemente.
—¡Mierda! —gritó él, pareciendo recordar justo en ese momento lo que hacíamos antes de venir a la habitación.
Ambos nos vestimos con premura y nos dirigimos corriendo a la cocina. Una vez allí, apagué rápidamente el horno mientras Enzo revisaba las verduras. En cuanto abrí la puerta del mismo, una intensa y ardiente humareda blanca impactó contra mi rostro, teniendo que retroceder si no quería acabar quemándome.
—Buff... —dije apartándome del electrodoméstico y girando mi rostro, cerrando los ojos con fuerza.
Enzo rápidamente abrió la ventana de la cocina, pues el humo lo había nublado todo y nos hizo toser a ambos.
—Se han quemado —me quejé tristemente en cuanto vi la comida de color negro.
—Vaya... –—e lamentó Enzo poniéndose a mi lado y observando igual de decepcionado que yo las alitas.
Después de lo que había pasado en la habitación, tenía un hambre de infarto y seguramente él debería de estar igual.
Justo en ese momento, escuchamos la puerta abrirse y Carla entró.
—¡Lara! ¿Cómo ha ido tu primer día en la empresa? ¿Te encontraste con Don sexy? —gritó desde la puerta— ¿Por qué huele a... quemado? —acabó de preguntar sorprendida al llegar al salón y vernos a ambos en la cocina.
—Hola, Carla —saludó animadamente el aludido, provocando que mi amiga se ruborizase seguramente por haberse referido a él como «Don sexy».
—Hola... Esto... ¿Qué hace él aquí? —preguntó acercándose a nosotros y mirándome con algo de preocupación.
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Entre la multitud, tú © [En revisión]
RomanceUna ciudad, millones de personas... y ellos. La vida de Lara dará un giro de 180 grados en su último año de Universidad, en el que conocerá a mucha gente nueva. Entre ellas estará Enzo, un joven empresario que llegará a su vida para ponerla patas ar...